Papa Francisco | El amor es superior, el amor es más poderoso, porque es Dios: Dios es amor, así lo afirmó el Santo Padre durante el encuentro que mantuvo con los peregrinos del mundo reunidos en Plaza San Pedro, al presentarse ante la ventana del Estudio Apostólico Vatiacano, antes de recitar la oración mariana del Ángelus. Fue al término de la Santa Misa del 3° Día Mundial de los Pobres, en esta ocasión se refirió al Evangelio del día (cf. Lc 21, 5-19) presenta el discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos.
Su Santidad señalaba, “(…) frente a los oyentes que quieren saber cómo y cuándo sucederán estos signos, Jesús responde con el típico lenguaje apocalíptico de la Biblia. Utiliza dos imágenes aparentemente conflictivas: la primera es una serie de eventos aterradores: catástrofes, guerras, hambrunas, disturbios y persecuciones (vv. 9-12); el otro es tranquilizador: «Ni un solo cabello se perderá» (v. 18)”.
Al respecto, el Santo Padre nos dice, “pensemos en tantas guerras hoy, en tantas calamidades hoy. La segunda imagen, contenida en la tranquilidad de Jesús, nos dice la actitud que debe tomar el cristiano al vivir esta historia, caracterizada por la violencia y la adversidad”. Entonces, nos pregunta y señala, “¿Y cuál es la actitud del cristiano? Es la actitud de esperanza en Dios, lo que nos permite no ser vencidos por eventos trágicos. De hecho, son «una ocasión para dar testimonio» (v. 13)”.
Su Santidad Francisco, nos revela, “los discípulos de Cristo no pueden seguir siendo esclavos de temores y ansiedades; en cambio, están llamados a habitar en la historia, a detener la fuerza destructiva del mal, con la certeza de que para acompañar su buena acción siempre hay la ternura providente y tranquilizadora del Señor”. Continuando, nos afirma, “(…) la realización del mundo se acerca como Dios lo quiere. Es Él, el Señor, quien dirige nuestra existencia y conoce el objetivo final de las cosas y los eventos”.
El Santo Padre, además, nos afirmó, “el Señor nos llama a colaborar en la construcción de la historia, convirtiéndonos, junto con Él, en pacificadores y testigos de la esperanza en un futuro de salvación y resurrección. La fe nos hace caminar con Jesús en los caminos a menudo tortuosos de este mundo, con la certeza de que la fuerza de su Espíritu doblegará las fuerzas del mal, sometiéndolas al poder del amor de Dios. El amor es superior, el amor es más poderoso, porque es Dios: Dios es amor”.
En el transcurso de la historia, observando las persecuciones de tantos hermanos, el Papa nos recuerda, “(…) nuestros mártires, incluso de nuestro tiempo, que son más que los del principio, que, a pesar de la persecución, son hombres y mujeres de paz. Nos dan un legado para ser preservado e imitado: el Evangelio del amor y la misericordia.
Este es el tesoro más precioso que se nos ha dado y el testimonio más efectivo que podemos dar a nuestros contemporáneos, respondiendo al odio con amor, a ofender con el perdón”. Finalizando, nos pedía, “(…) cuando recibimos una ofensa, sentimos dolor; pero debemos perdonar de todo corazón. Cuando nos sentimos odiados, oremos con amor por la persona que nos odia”.
A continuación, compartimos con ustedes la interpretación del italiano al castellano del mensaje brindado por el Santo Padre Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este último domingo del año litúrgico (cf. Lc 21, 5-19) presenta el discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos. Jesús lo pronuncia frente al templo de Jerusalén, un edificio admirado por la gente por su grandeza y esplendor. Pero Él profetiza que, de toda esa belleza del templo, esa grandeza «no quedará piedra por piedra que no será destruida» (v. 6). La destrucción del templo anunciada por Jesús es una figura no tanto del fin de la historia, cómo del final de la historia. De hecho, frente a los oyentes que quieren saber cómo y cuándo sucederán estos signos, Jesús responde con el típico lenguaje apocalíptico de la Biblia.
Utiliza dos imágenes aparentemente conflictivas: la primera es una serie de eventos aterradores: catástrofes, guerras, hambrunas, disturbios y persecuciones (vv. 9-12); el otro es tranquilizador: «Ni un solo cabello se perderá» (v. 18). Primero, hay una mirada realista a la historia, marcada por la calamidad y también por la violencia, por traumas que hieren la creación, nuestro hogar común, y también la familia humana que vive allí, y la comunidad cristiana misma. Pensemos en tantas guerras hoy, en tantas calamidades hoy. La segunda imagen, contenida en la tranquilidad de Jesús, nos dice la actitud que debe tomar el cristiano al vivir esta historia, caracterizada por la violencia y la adversidad.
¿Y cuál es la actitud del cristiano? Es la actitud de esperanza en Dios, lo que nos permite no ser vencidos por eventos trágicos. De hecho, son «una ocasión para dar testimonio» (v. 13). Los discípulos de Cristo no pueden seguir siendo esclavos de temores y ansiedades; en cambio, están llamados a habitar en la historia, a detener la fuerza destructiva del mal, con la certeza de que para acompañar su buena acción siempre hay la ternura providente y tranquilizadora del Señor. Esta es la señal elocuente de que el Reino de Dios viene a nosotros, es decir, que la realización del mundo se acerca como Dios lo quiere. Es Él, el Señor, quien dirige nuestra existencia y conoce el objetivo final de las cosas y los eventos.
El Señor nos llama a colaborar en la construcción de la historia, convirtiéndonos, junto con Él, en pacificadores y testigos de la esperanza en un futuro de salvación y resurrección. La fe nos hace caminar con Jesús en los caminos a menudo tortuosos de este mundo, con la certeza de que la fuerza de su Espíritu doblegará las fuerzas del mal, sometiéndolas al poder del amor de Dios. El amor es superior, el amor es más poderoso, porque es Dios: Dios es amor. Hay ejemplos de mártires cristianos, nuestros mártires, incluso de nuestro tiempo, que son más que los del principio, que, a pesar de la persecución, son hombres y mujeres de paz. Nos dan un legado para ser preservado e imitado: el Evangelio del amor y la misericordia. Este es el tesoro más precioso que se nos ha dado y el testimonio más efectivo que podemos dar a nuestros contemporáneos, respondiendo al odio con amor, a ofender con el perdón. Incluso en la vida cotidiana: cuando recibimos una ofensa, sentimos dolor; pero debemos perdonar de todo corazón. Cuando nos sentimos odiados, oremos con amor por la persona que nos odia. Que la Virgen María sostenga, con su intercesión materna, nuestro viaje de fe diaria para seguir al Señor que guía la historia.
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