Papa Francisco | El exceso de velocidad, que ahora acecha todos los pasos de nuestra vida, hace que cada experiencia sea más superficial y menos «nutritiva», así lo resaltaba el Santo Padre durante su mensaje compartido durante la Audiencia General. Celebrada en el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco en este miércoles de cenizas, comienzo del tiempo litúrgico penitencial de la Cuaresma y Jornada de ayuno y oración por la paz en Ucrania, compartió su segunda reflexión del ciclo sobre el valor de la vejez.
Al respecto, el Santo Padre nos señala, “en el relato bíblico de las genealogías de los antepasados llama inmediatamente la atención su enorme longevidad (…). Esta cadencia secular de la época, narrada con estilo ritual, le da a la relación entre longevidad y genealogía un fuerte, muy fuerte significado simbólico”.
Más adelante, el Pontífice, compartía, “el exceso de velocidad, que ahora acecha todos los pasos de nuestra vida, hace que cada experiencia sea más superficial y menos «nutritiva». Los jóvenes son víctimas involuntarias de esta escisión entre el tiempo del reloj, que quiere ser quemado, y los tiempos de la vida, que exigen un correcto «leudamiento»”.
Continuando, recordaba el Santo Padre, “es en este contexto que quise establecer el día de los abuelos, el último domingo de julio. La alianza entre las dos generaciones extremas de la vida, los niños y los ancianos, ayuda también a las otras dos, los jóvenes y los adultos, a unirse para enriquecer la existencia de todos en humanidad”.
En otro tramo de su mensaje, reflexionaba, “necesitamos diálogo entre generaciones: si no hay diálogo entre jóvenes y viejos, entre adultos, si no hay diálogo, cada generación queda aislada y no puede transmitir el mensaje. Un joven que no está atado a sus raíces, que son sus abuelos, no recibe fuerza -como el árbol tiene fuerza desde sus raíces- y crece mal, se enferma, crece sin referencias”.
Profundizando, el Santo Padre, decía, además, “la ciudad moderna tiende a ser hostil con los mayores (y no por casualidad también lo es con los niños). Esta sociedad que tiene ese espíritu de derroche y desecha a muchos niños no deseados, desecha a los viejos: los desecha, no hacen falta y los mete en la residencia de ancianos, en el albergue…”.
El Papa, también subrayó, “los ritmos de la vejez son un recurso indispensable para captar el sentido de la vida marcado por el tiempo. Los viejos tienen sus propios ritmos, pero son ritmos que nos ayudan. Gracias a esta mediación, se hace más creíble el destino de la vida para el encuentro con Dios: un proyecto que se oculta en la creación del ser humano «a su imagen y semejanza» y se sella en el hacerse hombre por el Hijo de Dios”.
Añadiendo, un poco más adelante, “el sentido de la vida no está solo en la edad adulta, de los 25 a los 60. El sentido de la vida lo es todo, desde el nacimiento hasta la muerte y debes poder hablar con todos, incluso tener relaciones afectivas con todos, así tu madurez será más rica, más fuerte”.
Además, destacó, que, “la arrogancia del tiempo del reloj debe convertirse en la belleza de los ritmos de la vida. Esta es la reforma que debemos hacer en nuestro corazón, en la familia y en la sociedad”.
Agregando en el final, señaló, “convertir la soberbia del tiempo, que siempre nos apura, a los ritmos de la vida. La alianza de generaciones es indispensable. En una sociedad donde los viejos no hablan a los jóvenes, los jóvenes no hablan a los viejos, los adultos no hablan a los viejos ni a los jóvenes, es una sociedad estéril, sin futuro, una sociedad que no mira al horizonte, pero mira a ella misma”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Catequesis sobre la vejez – 2. Longevidad: símbolo y oportunidad
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el relato bíblico de las genealogías de los antepasados llama inmediatamente la atención su enorme longevidad: ¡hablamos de siglos! ¿Cuándo comienza aquí la vejez? Uno se pregunta. ¿Y qué significa que estos antiguos padres vivan tanto tiempo después de haber engendrado hijos? ¡Padres e hijos viven juntos desde hace siglos! Esta cadencia secular de la época, narrada con estilo ritual, le da a la relación entre longevidad y genealogía un fuerte, muy fuerte significado simbólico.
Es como si la transmisión de la vida humana, tan nueva en el universo creado, requiriera una iniciación lenta y prolongada. Todo es nuevo, al comienzo de la historia de una criatura que es espíritu y vida, conciencia y libertad, sensibilidad y responsabilidad. La vida nueva -la vida humana-, inmersa en la tensión entre su origen «a imagen y semejanza» de Dios y la fragilidad de su condición mortal, representa una novedad por descubrir. Y pide un largo tiempo de iniciación, en el que es fundamental el apoyo mutuo entre generaciones, para descifrar experiencias y afrontar los enigmas de la vida. En este largo tiempo, la cualidad espiritual del hombre también se cultiva lentamente.
En cierto sentido, cada paso del tiempo, en la historia humana, nos ofrece de nuevo este sentimiento: es como si tuviéramos que retomar nuestras preguntas sobre el sentido de la vida de nuevo y con calma, cuando aparece el escenario de la condición humana, lleno de preguntas nuevas e inéditas. Por supuesto, la acumulación de memoria cultural aumenta la familiaridad necesaria para afrontar los pasajes inéditos. Los tiempos de transmisión se reducen; pero los tiempos de asimilación siempre piden paciencia. El exceso de velocidad, que ahora acecha todos los pasos de nuestra vida, hace que cada experiencia sea más superficial y menos «nutritiva». Los jóvenes son víctimas involuntarias de esta escisión entre el tiempo del reloj, que quiere ser quemado, y los tiempos de la vida, que exigen un correcto «leudamiento».
La vejez, por supuesto, requiere ritmos más lentos: pero estos no son solo tiempos de inercia. La medida de estos ritmos abre, en efecto, para todos, espacios de sentido de la vida desconocidos para la obsesión por la velocidad. Perder el contacto con los ritmos lentos de la vejez cierra estos espacios para todos. Es en este contexto que quise establecer el día de los abuelos, el último domingo de julio. La alianza entre las dos generaciones extremas de la vida, los niños y los ancianos, ayuda también a las otras dos, los jóvenes y los adultos, a unirse para enriquecer la existencia de todos en humanidad. Necesitamos diálogo entre generaciones: si no hay diálogo entre jóvenes y viejos, entre adultos, si no hay diálogo, cada generación queda aislada y no puede transmitir el mensaje. Un joven que no está atado a sus raíces, que son sus abuelos, no recibe fuerza -como el árbol tiene fuerza desde sus raíces- y crece mal, se enferma, crece sin referencias. Para ello debemos buscar, como necesidad humana, el diálogo entre las generaciones. Y este diálogo es importante precisamente entre abuelos y nietos, que son los dos extremos.
Imaginemos una ciudad donde la convivencia de diferentes épocas sea parte integral del proyecto global de su hábitat. Pensamos en la formación de relaciones afectivas entre la vejez y la juventud que irradian sobre el estilo general de las relaciones. La superposición de generaciones se convertiría en fuente de energía para un humanismo verdaderamente visible y habitable. La ciudad moderna tiende a ser hostil con los mayores (y no por casualidad también lo es con los niños). Esta sociedad que tiene ese espíritu de derroche y desecha a muchos niños no deseados, desecha a los viejos: los desecha, no hacen falta y los mete en la residencia de ancianos, en el albergue… El exceso de velocidad nos mete en una centrífuga que nos barre como confeti. La vista general se pierde por completo. Cada uno se aferra a su propia pieza, que flota en las corrientes de la ciudad-mercado, donde la lentitud es pérdida y la velocidad es dinero. El exceso de velocidad pulveriza la vida, no la hace más intensa. Y la sabiduría exige «perder el tiempo». Cuando llegas a casa y ves a tu hijo, a tu hijita y “pierdes el tiempo”, pero esta entrevista es fundamental para la sociedad. Y cuando llegas a casa y está el abuelo o la abuela que quizás no piensa bien o, no sé, ha perdido algo del habla, y estás con él o ella, «pierdes el tiempo», pero este «perder el tiempo» fortalece a la familia humana. Es necesario pasar un tiempo -un tiempo que no es provechoso- con los niños y con los ancianos, porque nos dan otra capacidad de ver la vida.
La pandemia, en la que todavía nos vemos obligados a vivir, ha traído -muy dolorosamente, por desgracia- un revés al obtuso culto a la velocidad. Y en este período los abuelos actuaron como barrera ante la «deshidratación» emocional de los pequeños. La alianza visible de las generaciones, que armoniza sus tiempos y ritmos, nos da la esperanza de no vivir la vida en vano. Y les devuelve a todos el amor por nuestra vida vulnerable, cerrándole el paso a la obsesión por la velocidad, que simplemente la consume. La palabra clave aquí es «perder el tiempo». A cada uno de ustedes les pregunto: ¿saben perder el tiempo o siempre están apurados por la velocidad? «No, tengo prisa, no puedo…» ¿Se puede perder el tiempo con los abuelos, con los viejos? ¿Puedes perder el tiempo jugando con tus hijos, con los niños? Esta es la piedra de toque. Piensa un poco. Y esto devuelve a todos el amor por nuestra vida vulnerable, bloqueando -como decía- el camino a la obsesión por la velocidad, que simplemente la consume. Los ritmos de la vejez son un recurso indispensable para captar el sentido de la vida marcado por el tiempo. Los viejos tienen sus propios ritmos, pero son ritmos que nos ayudan. Gracias a esta mediación, se hace más creíble el destino de la vida para el encuentro con Dios: un proyecto que se oculta en la creación del ser humano «a su imagen y semejanza» y se sella en el hacerse hombre por el Hijo de Dios.
Hoy hay una mayor longevidad de la vida humana. Esto nos ofrece la oportunidad de aumentar la alianza entre todos los tiempos de la vida. Mucha longevidad, pero necesitamos hacer más alianza. También nos ayuda a hacer crecer la alianza con el sentido de la vida en su totalidad. El sentido de la vida no está solo en la edad adulta, de los 25 a los 60. El sentido de la vida lo es todo, desde el nacimiento hasta la muerte y debes poder hablar con todos, incluso tener relaciones afectivas con todos, así tu madurez será más rica, más fuerte. Y también nos ofrece este sentido de la vida, que es integral. Que el Espíritu nos dé la inteligencia y la fuerza para esta reforma: se necesita una reforma. La arrogancia del tiempo del reloj debe convertirse en la belleza de los ritmos de la vida. Esta es la reforma que debemos hacer en nuestro corazón, en la familia y en la sociedad. Repito: reforma, ¿qué? Que la arrogancia del tiempo del reloj se convierta en la belleza de los ritmos de la vida. Convertir la soberbia del tiempo, que siempre nos apura, a los ritmos de la vida. La alianza de generaciones es indispensable. En una sociedad donde los viejos no hablan a los jóvenes, los jóvenes no hablan a los viejos, los adultos no hablan a los viejos ni a los jóvenes, es una sociedad estéril, sin futuro, una sociedad que no mira al horizonte, pero mira a ella misma. Y se vuelve solo. Dios nos ayude a encontrar la música adecuada para esta armonización de las diferentes edades: los pequeños, los viejos, los adultos, todos juntos: una bella sinfonía de diálogo.
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