Acto de Consagración al Inmaculado Corazón de María

23 marzo, 2022

El próximo viernes 25 de marzo, Su Santidad Francisco pronunciará la oración para consagrar a la Virgen María a las naciones en guerra. En tal sentido, la Santa Sede ha hecho pública la oración de Consagración y encomienda de la humanidad, especialmente de Rusia y Ucrania, al Inmaculado Corazón de María que el Santo Padre Francisco pronunciará al final de la Liturgia de la Penitencia en la Basílica de San Pedro.

Su Santidad Francisco, ha pedido además a todos los Obispos y Sacerdotes del mundo, se unan con él en esta oración. La liturgia inicia a las 17 horas (hora de Roma), 13 horas de Argentina, donde en el final del 30° Encuentro del Clero Castrense, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de Argentina, se unirá en oración junto a todo el Clero Castrense rezando junto al Santo Padre Francisco.

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Eres Madre, nos amas y nos conoces: nada se te oculta de lo que nos importa. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que devuelve la paz, para que nos guíes siempre a Jesús, Príncipe de la paz.

Pero hemos perdido el camino hacia la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desobedecido los compromisos adquiridos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de codicia, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado paralizar por la indiferencia y paralizarnos por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, vivir con nuestras falsedades, alimentar la agresión, suprimir vidas y acumular armas, olvidando que somos guardianes del prójimo y de la casa común. Hemos desgarrado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que quiere que seamos hermanos. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, excepto a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: ¡perdónanos, Señor!

En la miseria del pecado, en nuestros trabajos y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, Tú, Santa Madre, recuérdanos que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos. y levántate de nuevo. Es Él quien te ha dado y ha puesto en tu Inmaculado Corazón un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por bondad divina estás con nosotros y hasta en los recodos más estrechos de la historia nos conduces con ternura.

Recurramos, pues, a vosotros, llamemos a la puerta de vuestro Corazón, vuestros queridos hijos que no os cansáis de visitaros e invitaros a la conversión. En esta hora oscura, ven a ayudarnos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: «¿No estoy yo aquí, que soy vuestra Madre?» Tú sabes cómo desatar las marañas de nuestros corazones y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, especialmente en el momento de la prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestra ayuda.

Esto es lo que hicisteis en Caná de Galilea, cuando adelantasteis la hora de la intervención de Jesús e introducisteis su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza, le dijiste: «No tienen vino» ( Jn 2, 3). Repítelo de nuevo a Dios, oh Madre, porque hoy se nos ha acabado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha diluido la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos desperdiciado la paz. Nos hemos vuelto capaces de toda violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu intervención materna.

Acepta, pues, oh Madre, esta súplica nuestra.
Tú, estrella del mar, no permitas que naufraguemos en la tempestad de la guerra.
Tú, Arca de la Nueva Alianza, inspiras proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, «tierra del Cielo», traes de vuelta al mundo la armonía de Dios.
Apaga el odio, aplaca la venganza, enséñanos el perdón.
Libéranos de la guerra, protege al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a los pueblos el camino de la fraternidad.
Reina de la Paz, obtén la paz para el mundo.

Tus lágrimas, oh Madre, conmueven nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros hagan de este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no calla, tu oración nos dispone a la paz. Tus manos maternas acarician a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Tu abrazo materno consuela a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su patria. Que tu Corazón adolorido nos mueva a la compasión y nos impulse a abrir las puertas y cuidar de la humanidad herida y rechazada.

Santa Madre de Dios, mientras estabas bajo la cruz, Jesús, viendo al discípulo a tu lado, te dijo: «He ahí a tu hijo» ( Jn 19, 26): así nos encomendó a cada uno de nosotros. Luego al discípulo, a cada uno de nosotros, dijo: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27). Madre, ahora deseamos acogerte en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora, la humanidad, exhausta y angustiada, está bajo la cruz contigo. Y necesita confiarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón late por ellos y por todos los pueblos muertos por la guerra, el hambre, la injusticia y la miseria.

Por eso, nosotros, Madre de Dios y nuestra, nos encomendamos y consagramos solemnemente a tu Inmaculado Corazón nosotros mismos, la Iglesia y la humanidad entera, especialmente Rusia y Ucrania. Acepta este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, que cese la guerra, brinde al mundo la paz. El sí que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la Paz; confiamos en que nuevamente, a través de tu Corazón, vendrá la paz. A ti, por tanto, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y expectativas de los pueblos, las angustias y esperanzas del mundo.

Por ti la Misericordia divina se derrama sobre la Tierra y el dulce latir de la paz vuelve a marcar nuestros días. Mujer del sí, sobre la que ha descendido el Espíritu Santo, nos devuelve la armonía de Dios, apaga la sequedad de nuestro corazón, tú que “eres manantial vivo de esperanza”. Has tejido la humanidad a Jesús, haznos artesanos de comunión. Recorriste nuestros caminos, condúcenos por los caminos de la paz. Amén.

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