Papa Francisco | El discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre, sin suponer nunca que seamos expertos y autosuficientes

4 enero, 2023

Papa Francisco | El discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre, sin suponer nunca que seamos expertos y autosuficientes, así lo señaló el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General del día de hoy. Celebrada en la media mañana del miércoles, en el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco al concluir el ciclo de catequesis sobre el Discernimiento, centró su meditación en el tema: «Acompañamiento espiritual» (Lectura: Sal 119,105.129-130.165).

Antes de avanzar con su catequesis, el Papa decía, “(…) quisiera que nos unamos a los que están cerca y rindan homenaje a Benedicto XVI y dirijamos nuestro pensamiento a él, que fue un gran maestro de catequesis”. Prosiguiendo, compartió, “con la catequesis de hoy concluimos el ciclo dedicado al tema del discernimiento, y lo hacemos completando el discurso sobre las ayudas que pueden y deben apoyarlo: apoyar el proceso de discernimiento”.

Profundizando, añadía, “mirarse al espejo, solo, no siempre ayuda, porque uno puede alterar la imagen. En cambio, mirarse al espejo con la ayuda de otro, eso ayuda mucho porque el otro te dice la verdad -cuando es la verdad- y así te ayuda”.

Entonces, explicaba el Santo Padre, “la gracia de Dios en nosotros siempre obra en nuestra naturaleza. Pensando en una parábola evangélica, podemos comparar la gracia a la buena semilla y la naturaleza a la tierra (cf. Mc 4, 3-9). Sobre todo, es importante darnos a conocer, sin miedo a compartir los aspectos más frágiles, donde nos encontramos más sensibles, débiles o temerosos de ser juzgados”.

En otro tramo, el Pontífice, señalaba, “Dios, para hacernos semejantes a él, ha querido compartir plenamente nuestra propia fragilidad. Miremos al crucifijo: Dios que ha descendido precisamente a la fragilidad. Miremos el pesebre que llega en una gran fragilidad humana. Él compartió nuestra fragilidad”.

Continuando, nos explicaba, “las personas que tienen un encuentro real con Jesús no tienen miedo de abrirle el corazón, de presentar su vulnerabilidad, su inadecuación, su fragilidad. De este modo, el compartirse a sí mismos se convierte en una experiencia de salvación, de perdón libremente aceptado”.

El Santo Padre decía, además, “el que acompaña -el compañero o compañera- no reemplaza al Señor, no hace la obra por el acompañado, sino que camina junto a él, lo anima a leer lo que mueve en su corazón, lugar por excelencia donde habla el Señor. El guía espiritual, al que llamamos director espiritual -no me gusta este término, prefiero guía espiritual, es mejor- es el que te dice: «Está bien, pero mira aquí, mira aquí», te llama la atención sobre las cosas que tal vez pasen; nos ayuda a comprender mejor los signos de los tiempos, la voz del Señor, la voz del tentador, la voz de las dificultades que no podéis vencer. Por eso es muy importante no caminar solo”.

Profundizando, continuaba, “este acompañamiento puede ser fecundo si por ambas partes hay una experiencia de filiación y fraternidad espiritual. Descubrimos que somos hijos de Dios cuando nos descubrimos hermanos, hijos del mismo Padre. Para ello es imprescindible estar inserto en una comunidad en movimiento. No estamos solos, somos gente de un pueblo, de una nación, de una ciudad en movimiento, de una Iglesia, de una parroquia, de este grupo… una comunidad en movimiento”.

En otro párrafo, el Papa subrayaba, “uno no va solo al Señor, recordémoslo bien; otras veces somos nosotros los que hacemos este compromiso a favor de otro hermano o hermana, y somos compañeros para ayudar a ese otro. Sin la experiencia de la filiación y la fraternidad, el acompañamiento puede dar lugar a expectativas irreales, a malentendidos, a formas de dependencia que dejan a la persona en un estado infantil. Acompañamiento, pero como hijos de Dios y hermanos con nosotros”.

Sintetizando, el Santo Padre explicaba, “el discernimiento es un arte, un arte que se aprende y que tiene sus propias reglas. Bien aprendida, permite vivir la experiencia espiritual de una manera cada vez más bella y ordenada. Ante todo, el discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre, sin suponer nunca que seamos expertos y autosuficientes”.

Casi en el final, señalaba, “la voz del Señor siempre se puede reconocer, tiene un estilo único, es una voz que apacigua, anima y tranquiliza en las dificultades. El Evangelio nos lo recuerda continuamente: «No temáis» (Lc 1,30), qué hermosa aquella palabra del ángel a María después de la resurrección de Jesús; “no tengáis miedo”, “no tengáis miedo”, es precisamente el estilo del Señor: “no tengáis miedo”. «¡No tengáis miedo!», el Señor nos repite también hoy a nosotros (…)”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis sobre el Discernimiento. 14. Acompañamiento espiritual

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Antes de comenzar esta catequesis, quisiera que nos unamos a los que están cerca y rindan homenaje a Benedicto XVI y dirijamos nuestro pensamiento a él, que fue un gran maestro de catequesis. Su pensamiento agudo y cortés no fue autorreferencial, sino eclesial, porque siempre quiso acompañarnos al encuentro con Jesús, Jesús, el Crucificado Resucitado, el Viviente y el Señor, fue la meta a la que nos condujo el Papa Benedicto, llevándonos de la mano. Ayúdanos a redescubrir en Cristo la alegría de creer y la esperanza de vivir.

Con la catequesis de hoy concluimos el ciclo dedicado al tema del discernimiento, y lo hacemos completando el discurso sobre las ayudas que pueden y deben apoyarlo: apoyar el proceso de discernimiento. Uno de ellos es el acompañamiento espiritual, importante sobre todo para el autoconocimiento, que hemos visto como condición indispensable para el discernimiento. Mirarse al espejo, solo, no siempre ayuda, porque uno puede alterar la imagen. En cambio, mirarse al espejo con la ayuda de otro, eso ayuda mucho porque el otro te dice la verdad -cuando es la verdad- y así te ayuda.

La gracia de Dios en nosotros siempre obra en nuestra naturaleza. Pensando en una parábola evangélica, podemos comparar la gracia a la buena semilla y la naturaleza a la tierra (cf. Mc 4, 3-9). Sobre todo, es importante darnos a conocer, sin miedo a compartir los aspectos más frágiles, donde nos encontramos más sensibles, débiles o temerosos de ser juzgados. Darse a conocer, manifestarse a una persona que nos acompaña en el camino de la vida. No que decida por nosotros, no: sino que nos acompaña. Porque la fragilidad es, en realidad, nuestra verdadera riqueza: todos somos ricos en fragilidad; verdadera riqueza, que debemos aprender a respetar y acoger, porque, cuando se ofrece a Dios, nos hace capaces de ternura, misericordia y amor. ¡Ay de las personas que no se sienten frágiles: son duras, dictatoriales! En cambio, las personas que humildemente reconocen sus propias debilidades son más comprensivas con los demás. La fragilidad -puedo decir- nos hace humanos. No es casualidad que la primera de las tres tentaciones de Jesús en el desierto -la ligada al hambre- intente despojarnos de nuestra fragilidad, presentándonosla como un mal del que hay que librarse, un impedimento para ser como Dios, sin embargo, es nuestro tesoro más preciado: en efecto, Dios, para hacernos semejantes a él, ha querido compartir plenamente nuestra propia fragilidad. Miremos al crucifijo: Dios que ha descendido precisamente a la fragilidad. Miremos el pesebre que llega en una gran fragilidad humana. Él compartió nuestra fragilidad.

Y el acompañamiento espiritual, si es dócil al Espíritu Santo, ayuda a desenmascarar incluso las incomprensiones graves en nuestra consideración de nosotros mismos y en nuestra relación con el Señor. El Evangelio presenta varios ejemplos de conversaciones clarificadoras y liberadoras hechas por Jesús, pensemos, por ejemplo, en aquellas con la mujer samaritana, que lo leemos, lo leemos, y siempre está esta sabiduría y ternura de Jesús; pensemos en eso con Zaqueo, pensemos en la mujer pecadora, pensemos en Nicodemo y los discípulos de Emaús: el modo de acercarse del Señor. Las personas que tienen un encuentro real con Jesús no tienen miedo de abrirle el corazón, de presentar su vulnerabilidad, su inadecuación, su fragilidad. De este modo, el compartirse a sí mismos se convierte en una experiencia de salvación, de perdón libremente aceptado.

Contar delante de otro lo que hemos vivido o lo que buscamos ayuda a esclarecernos, sacando a la luz los muchos pensamientos que nos habitan y que muchas veces nos inquietan con sus insistentes estribillos. Cuántas veces, en momentos oscuros, nos vienen pensamientos como este: «Todo lo he hecho mal, no valgo nada, nadie me entiende, nunca lo lograré, estoy condenado al fracaso», cómo muchas veces hemos llegado a pensar en estas cosas. Pensamientos falsos y venenosos, que la comparación con el otro ayuda a desenmascarar, para que podamos sentirnos amados y estimados por el Señor por lo que somos, capaces de hacer cosas buenas por Él. Descubrimos con sorpresa diferentes maneras de ver las cosas, signos del bien siempre presente en nosotros. Es verdad, podemos compartir nuestras debilidades entre nosotros, con el que nos acompaña en la vida, en la vida espiritual, el maestro de vida espiritual, ya sea laico, sacerdote y decir: «Mira lo que me pasa: yo Soy un desgraciado, estas cosas me están pasando. Y el que acompaña responde: “Sí, todos tenemos estas cosas”. Esto nos ayuda a esclarecerlos bien y ver de dónde vienen las raíces y así vencerlos.

El que acompaña -el compañero o compañera- no reemplaza al Señor, no hace la obra por el acompañado, sino que camina junto a él, lo anima a leer lo que mueve en su corazón, lugar por excelencia donde habla el Señor . El guía espiritual, al que llamamos director espiritual -no me gusta este término, prefiero guía espiritual, es mejor- es el que te dice: «Está bien, pero mira aquí, mira aquí», te llama la atención sobre las cosas que tal vez pasen; nos ayuda a comprender mejor los signos de los tiempos, la voz del Señor, la voz del tentador, la voz de las dificultades que no podéis vencer. Por eso es muy importante no caminar solo. Hay un dicho de la sabiduría africana -porque tienen esa mística de la tribu- que dice: “Si quieres llegar rápido, ve solo; si quieres llegar sano y salvo, ve con los demás”, ve acompañado, ve con tu gente. Es importante. En la vida espiritual es mejor estar acompañado de alguien que conozca nuestras cosas y nos ayude. Y esto es acompañamiento espiritual.

Este acompañamiento puede ser fecundo si por ambas partes hay una experiencia de filiación y fraternidad espiritual. Descubrimos que somos hijos de Dios cuando nos descubrimos hermanos, hijos del mismo Padre. Para ello es imprescindible estar inserto en una comunidad en movimiento. No estamos solos, somos gente de un pueblo, de una nación, de una ciudad en movimiento, de una Iglesia, de una parroquia, de este grupo… una comunidad en movimiento. Uno no va al Señor solo: esto no es bueno. Tenemos que entender esto bien. Como en el relato evangélico del paralítico, muchas veces somos sostenidos y sanados gracias a la fe de otra persona (cf. Mc 2, 1-5) que nos ayuda a seguir adelante, porque todos a veces tenemos una parálisis interior y necesitamos que alguien nos ayude superar ese conflicto con ayuda. Uno no va solo al Señor, recordémoslo bien; otras veces somos nosotros los que hacemos este compromiso a favor de otro hermano o hermana, y somos compañeros para ayudar a ese otro. Sin la experiencia de la filiación y la fraternidad, el acompañamiento puede dar lugar a expectativas irreales, a malentendidos, a formas de dependencia que dejan a la persona en un estado infantil. Acompañamiento, pero como hijos de Dios y hermanos con nosotros.

La Virgen María es maestra de discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda en su corazón (cf. Lc 2,19). Las tres actitudes de la Virgen: hablar poco, escuchar mucho y guardar en el corazón. Y las pocas veces que habla, deja su huella. Por ejemplo, en el evangelio de Juan hay una frase muy corta pronunciada por María que es un mandato para los cristianos de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (cf. 2,5). Es curioso: una vez escuché a una viejecita muy buena, muy piadosa, no había estudiado teología, era muy sencilla. Y me dijo: “¿Sabes cuál es el gesto que siempre hace la Virgen?”. No sé: te abraza, te llama… «No: el gesto que hace la Virgen es este» [señala con el dedo índice]. No entendí, y pregunto: «¿Qué significa?». Y la anciana respondió: «Señala siempre a Jesús». Eso es hermoso: Nuestra Señora no toma nada para sí, señala Jesús, haced lo que Jesús os dice: así es Nuestra Señora. María sabe que el Señor habla al corazón de todos y pide que esta palabra se traduzca en acciones y opciones. Ella lo supo hacer más que nadie, y de hecho está presente en los momentos fundamentales de la vida de Jesús, especialmente en la hora suprema de su muerte en la cruz.

Queridos hermanos y hermanas, terminemos esta serie de catequesis sobre el discernimiento: el discernimiento es un arte, un arte que se aprende y que tiene sus propias reglas. Bien aprendida, permite vivir la experiencia espiritual de una manera cada vez más bella y ordenada. Ante todo, el discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre, sin suponer nunca que seamos expertos y autosuficientes. Señor, dame la gracia de discernir en los momentos de la vida, lo que debo hacer, lo que debo comprender. Dame la gracia para discernir, y dame la persona que me ayude a discernir.

La voz del Señor siempre se puede reconocer, tiene un estilo único, es una voz que apacigua, anima y tranquiliza en las dificultades. El Evangelio nos lo recuerda continuamente: «No temáis» (Lc 1,30), qué hermosa aquella palabra del ángel a María después de la resurrección de Jesús; “no tengáis miedo”, “no tengáis miedo”, es precisamente el estilo del Señor: “no tengáis miedo”. «¡No tengáis miedo!», el Señor nos repite también hoy a nosotros; “No tengáis miedo”: si confiamos en su palabra, jugaremos bien el juego de la vida y podremos ayudar a los demás. Como dice el Salmo, su Palabra es lámpara a nuestros pasos y lumbrera en nuestro camino (cf. 119,105).

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a la Virgen María, maestra de discernimiento, que nos ayude a crecer en la vida interior y a caminar, como los magos de Oriente, confiando en las mediaciones que nos guían hacia su Hijo Jesús. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

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Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los participantes en el Congreso de la Asociación de Maestros Católicos. Queridos hermanos y hermanas, os animo a dedicaros con mansedumbre a la formación de los alumnos, que necesitan ver en vosotros testimonios de verdad, de esperanza, de ternura.

Mi pensamiento se dirige, por último, a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos ya los recién casados, que son muchos. Pasado mañana celebraremos la solemnidad de la Epifanía; como los Reyes Magos, sepan buscar con mente abierta a Cristo, luz del mundo y Salvador de la humanidad.

Exhorto a todos a perseverar en la cercanía afectuosa y la solidaridad con el pueblo ucraniano mártir que tanto sufre y sigue sufriendo, invocando para él el don de la paz. No nos cansemos de orar. El pueblo ucraniano sufre, los niños ucranianos sufren: recemos por ellos.

Y a toda mi bendición.

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