Papa Francisco | La devoción a los santos, es simplemente hablar con un hermano, una hermana que está delante de Dios, que ha llevado una vida justa

2 febrero, 2022

Papa Francisco | La devoción a los santos, es simplemente hablar con un hermano, una hermana que está delante de Dios, que ha llevado una vida justa, así lo expresaba el Santo Padre durante la Audiencia General de hoy. Celebrada en el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco, continuando el ciclo de catequesis sobre San José, centró su reflexión en el tema: “San José y la comunión de los santos” (Lectura: 1 Cor 12, 12-13).

Al respecto, nos decía, partiendo precisamente de este «sentir común» que ha acompañado la figura de San José en la historia de la Iglesia, hoy quisiera centrarme en un importante artículo de fe que puede enriquecer nuestra vida cristiana y también puede fijar nuestra relación con los santos y con nuestros difuntos: hablo de la comunión de los santos. Muchas veces decimos, en el Credo, «Creo en la comunión de los santos». Pero si preguntas qué es la comunión de los santos, recuerdo que de niño respondí inmediatamente: «Ah, los santos comulgan». Es algo que… no entendemos lo que estamos diciendo”.

Avanzando, el Santo Padre señaló, “la diferencia fundamental es que nuestra oración y nuestra devoción de los fieles no se basan, en esos casos, en la confianza en un ser humano, ni en una imagen, ni en un objeto, aun sabiendo que son sagrados. El profeta Jeremías nos recuerda: «Maldito el hombre que confía en el hombre, […] bienaventurado el hombre que confía en el Señor» (17,5-7). Incluso cuando nos encomendamos plenamente a la intercesión de un santo, o más aún de la Virgen María, nuestra confianza sólo tiene valor en relación con Cristo. (…) no es esto: es otra cosa. 

Dice el Pontífice, “la diferencia fundamental es que nuestra oración y nuestra devoción de los fieles no se basan, en esos casos, en la confianza en un ser humano, ni en una imagen, ni en un objeto, aun sabiendo que son sagrados. El profeta Jeremías nos recuerda: «Maldito el hombre que confía en el hombre, […] bienaventurado el hombre que confía en el Señor» (17,5-7). Incluso cuando nos encomendamos plenamente a la intercesión de un santo, o más aún de la Virgen María, nuestra confianza sólo tiene valor en relación con Cristo”. 

Continuando, añadió el Papa, “Cristo es el vínculo que nos une a él (santo) y entre nosotros que tiene un nombre específico: este vínculo que nos une a todos, entre nosotros y nosotros con Cristo, es la «comunión de los santos». Ampliando, nos revelaba, “(…) los santos no hacen milagros, sino sólo la gracia de Dios actuando a través de ellos. Los milagros han sido hechos por Dios, por la gracia de Dios actuando a través de una persona santa, una persona justa. Esto debe quedar claro. 

El santo es un intercesor, uno que ora por nosotros y nosotros oramos a él, y él ora por nosotros y el Señor nos da la gracia: el Señor actúa a través del Santo (…)”. Mas adelante, el Santo Padre preguntaba: “¿Qué es, entonces, la «comunión de los santos»?  <<La comunión de los santos es precisamente la Iglesia>>. 

¿Qué significa esto? ¿Que la Iglesia está reservada para los perfectos? No. Significa que es la comunidad de pecadores salvados. La Iglesia es la comunidad de los pecadores salvados. Esta definición es hermosa. Nadie puede ser excluido de la Iglesia, todos somos pecadores salvados. Nuestra santidad es fruto del amor de Dios que se manifiesta en Cristo, que nos santifica amándonos en nuestra miseria y salvándonos de ella”. 

Entonces, Su Santidad Francisco, afirmó, “(…), la alegría y el dolor que tocan mi vida afectan a todos, así como la alegría y el dolor que tocan la vida del hermano y la hermana que están a nuestro lado también me afectan a mí. No puedo ser indiferente a los demás, porque todos somos parte de un cuerpo, en comunión”. 

Profundizando, continuó, “en este sentido, también el pecado de una sola persona siempre afecta a todos, y el amor de cada una afecta a todos. En virtud de la comunión de los santos, de esta unión, cada miembro de la Iglesia está ligado a mí de manera profunda -pero no me lo digo porque soy el Papa- estamos vinculados unos a otros y de manera profunda, y este vínculo es tan fuerte que ni siquiera la muerte puede romperlo”. 

Añadiendo, “la comunión de los santos no concierne sólo a los hermanos y hermanas que están a mi lado en este momento histórico, pero también concierne a aquellos que han concluido su peregrinaje terrenal y han cruzado el umbral de la muerte. Ellos también están en comunión con nosotros. Pensemos en Cristo nadie podrá jamás separarnos verdaderamente de aquellos a quienes amamos porque el vínculo es un vínculo existencial, un vínculo fuerte que está en nuestra misma naturaleza; sólo cambia la forma en que estamos juntos con cada uno de ellos, pero nada ni nadie puede romper este vínculo”.

En otro punto, el Papa despejó aún más las dudas, planteando el siguiente interrogante, “Padre, pensemos en aquellos que han negado la fe, que son apóstatas, que son los perseguidores de la Iglesia, que han negado su bautismo: ¿estos también están en casa?”. Sí, incluso estos, incluso los blasfemos, todos ellos. Somos hermanos: esta es la comunión de los santos. La comunión de los santos mantiene unida a la comunidad de creyentes en la tierra y en el Cielo”.

El Santo Padre decía, además, “los santos son amigos con los que muy a menudo construimos amistades. Lo que llamamos devoción a un santo -soy muy devoto de este santo, de esta santa-, lo que llamamos devoción es en realidad una forma de expresar el amor a partir precisamente de este vínculo que nos une”. 

En otro párrafo el Su Santidad, compartía, “(…) todos sabemos que siempre podemos recurrir a un amigo, especialmente cuando estamos en problemas y necesitamos ayuda. Y tenemos amigos en el cielo. Todos necesitamos amigos; todos necesitamos relaciones significativas que nos ayuden a afrontar la vida. Jesús también tenía sus amigos, y a ellos se dirigió en los momentos más decisivos de su experiencia humana”.

Casi en el final de su mensaje, el Santo Padre nos dijo, además, “no es una cosa mágica, no es una superstición, la devoción a los santos; es simplemente hablar con un hermano, una hermana que está delante de Dios, que ha llevado una vida justa”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis sobre san José: 10.  San José y la comunión de los santos

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las últimas semanas hemos podido profundizar en la figura de San José dejándonos guiar por las pocas, pero importantes noticias que dan los Evangelios, y también por los aspectos de su personalidad que la Iglesia a lo largo de los siglos ha sabido poner de manifiesto a través de la oración y la devoción. Partiendo precisamente de este «sentir común» que ha acompañado la figura de san José en la historia de la Iglesia, hoy quisiera centrarme en un importante artículo de fe que puede enriquecer nuestra vida cristiana y también puede fijar nuestra relación con los santos y con nuestros difuntos: hablo de la comunión de los santos. Muchas veces decimos, en el Credo, «Creo en la comunión de los santos». Pero si preguntas qué es la comunión de los santos, recuerdo que de niño respondí inmediatamente: «Ah, los santos comulgan». Es algo que… no entendemos lo que estamos diciendo. ¿Qué es la comunión de los santos? No es que los Santos comulguen, no es esto: es otra cosa.

A veces, incluso el cristianismo puede caer en formas de devoción que parecen reflejar una mentalidad más pagana que cristiana. La diferencia fundamental es que nuestra oración y nuestra devoción de los fieles no se basan, en esos casos, en la confianza en un ser humano, ni en una imagen, ni en un objeto, aun sabiendo que son sagrados. El profeta Jeremías nos recuerda: «Maldito el hombre que confía en el hombre, […] bienaventurado el hombre que confía en el Señor» (17,5-7). Incluso cuando nos encomendamos plenamente a la intercesión de un santo, o más aún de la Virgen María, nuestra confianza sólo tiene valor en relación con Cristo. Como si el camino a este santo o la Virgen no acabara ahí: no. Va allí, pero en relación con Cristo. Cristo es el vínculo que nos une a él y entre nosotros que tiene un nombre específico: este vínculo que nos une a todos, entre nosotros y nosotros con Cristo, es la «comunión de los santos». No son los santos los que hacen milagros, ¡no! «Este santo es tan milagroso…»: no, alto: los santos no hacen milagros, sino sólo la gracia de Dios actuando a través de ellos. Los milagros han sido hechos por Dios, por la gracia de Dios actuando a través de una persona santa, una persona justa. Esto debe quedar claro. Hay gente que dice: «Yo no creo en Dios, pero creo en este santo». No, esto está mal. El santo es un intercesor, uno que ora por nosotros y nosotros oramos a él, y él ora por nosotros y el Señor nos da la gracia: el Señor actúa a través del Santo, pero sólo la gracia de Dios actua a través de ellos. Los milagros han sido hechos por Dios, por la gracia de Dios actuando a través de una persona santa, una persona justa. Esto debe quedar claro.

¿Qué es, entonces, la «comunión de los santos»? El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «La comunión de los santos es precisamente la Iglesia» (n. 946). ¡Pero, mira que hermosa definición! “La comunión de los santos es precisamente la Iglesia”. ¿Qué significa esto? ¿Que la Iglesia está reservada para los perfectos? No. Significa que es la comunidad de pecadores salvados. La Iglesia es la comunidad de los pecadores salvados. Esta definición es hermosa. Nadie puede ser excluido de la Iglesia, todos somos pecadores salvados. Nuestra santidad es fruto del amor de Dios que se manifiesta en Cristo, que nos santifica amándonos en nuestra miseria y salvándonos de ella. Siempre gracias a él formamos un solo cuerpo, dice san Pablo, en el que Jesús es la cabeza y nosotros los miembros (cf.1 Corintios 12:12). Esta imagen del cuerpo de Cristo y la imagen del cuerpo nos hace comprender inmediatamente lo que significa estar unidos unos a otros en comunión. «Si un miembro sufre – escribe San Pablo – todos los miembros sufren juntos; y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él. Ahora bien, sois el cuerpo de Cristo y, cada uno según su parte, sus miembros” (1 Cor 12,26-27). Esto dice Pablo: todos somos un solo cuerpo, todos unidos por la fe, por el bautismo, todos en comunión: unidos en comunión con Jesucristo. Y esta es la comunión de los santos.

Queridos hermanos y queridas hermanas, la alegría y el dolor que tocan mi vida afectan a todos, así como la alegría y el dolor que tocan la vida del hermano y la hermana que están a nuestro lado también me afectan a mí. No puedo ser indiferente a los demás, porque todos somos parte de un cuerpo, en comunión. En este sentido, también el pecado de una sola persona siempre afecta a todos, y el amor de cada una afecta a todos. En virtud de la comunión de los santos, de esta unión, cada miembro de la Iglesia está ligado a mí de manera profunda -pero no me lo digo porque soy el Papa- estamos vinculados unos a otros y de manera profunda, y este vínculo es tan fuerte que ni siquiera la muerte puede romperlo. De hecho, la comunión de los santos no concierne sólo a los hermanos y hermanas que están a mi lado en este momento histórico, pero también concierne a aquellos que han concluido su peregrinaje terrenal y han cruzado el umbral de la muerte. Ellos también están en comunión con nosotros. Pensemos, queridos hermanos y hermanas: en Cristo nadie podrá jamás separarnos verdaderamente de aquellos a quienes amamos porque el vínculo es un vínculo existencial, un vínculo fuerte que está en nuestra misma naturaleza; sólo cambia la forma en que estamos juntos con cada uno de ellos, pero nada ni nadie puede romper este vínculo. “Padre, pensemos en aquellos que han negado la fe, que son apóstatas, que son los perseguidores de la Iglesia, que han negado su bautismo: ¿estos también están en casa?”. Sí, incluso estos, incluso los blasfemos, todos ellos. Somos hermanos: esta es la comunión de los santos. La comunión de los santos mantiene unida a la comunidad de creyentes en la tierra y en el Cielo.

En este sentido, la relación de amistad que puedo construir con un hermano o una hermana a mi lado, también la puedo establecer con un hermano o una hermana que están en el Cielo. Los santos son amigos con los que muy a menudo construimos amistades. Lo que llamamos devoción a un santo -soy muy devoto de este santo, de esta santa-, lo que llamamos devoción es en realidad una forma de expresar el amor a partir precisamente de este vínculo que nos une. También en la vida cotidiana uno puede decir: «Pero, esta persona tiene tanta devoción por sus viejos padres»: no, es una forma de amor, una expresión de amor. Y todos sabemos que siempre podemos recurrir a un amigo, especialmente cuando estamos en problemas y necesitamos ayuda. Y tenemos amigos en el cielo. Todos necesitamos amigos; todos necesitamos relaciones significativas que nos ayuden a afrontar la vida. Jesús también tenía sus amigos, y a ellos se dirigió en los momentos más decisivos de su experiencia humana. En la historia de la Iglesia hay constantes que acompañan a la comunidad creyente: ante todo el gran afecto y el vínculo fortísimo que la Iglesia ha sentido siempre con María, Madre de Dios y Madre nuestra. Pero también el especial honor y cariño que le rindió a San José. Después de todo, Dios le confía las cosas más preciosas que tiene: su Hijo Jesús y la Virgen María. Es siempre gracias a la comunión de los santos que sentimos cerca de nosotros a los Santos que son nuestros patronos, por el nombre que llevamos, por ejemplo, por la Iglesia a la que pertenecemos, por el lugar donde vivimos, etc. también para una devoción personal. Y esta es la confianza que debe animarnos siempre a acudir a ellos en los momentos decisivos de nuestra vida. No es una cosa mágica, no es una superstición, la devoción a los santos; es simplemente hablar con un hermano, una hermana que está delante de Dios, que ha llevado una vida justa.

Precisamente por eso me gusta concluir esta catequesis con una oración a san José a la que siento un cariño particular y que rezo todos los días desde hace más de 40 años. Es una oración que encontré en un libro de oraciones de las Hermanas de Jesús y María, de finales del 1700. Es muy hermoso, pero más que una oración es un desafío a este amigo, a este padre, a este guardián nuestro que es San José. Sería bueno que aprendas esta oración y puedas repetirla. Lo leeré: “Glorioso Patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, venid en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma las situaciones tan graves y difíciles que te encomiendo bajo tu protección, para que tengan feliz solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te invocó en vano, y ya que todo lo puedes con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”. 

Y termina con un desafío, este es desafiar a San José: “Puesto que todo lo puedes con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”. Me encomiendo a San José todos los días, con esta oración, desde hace más de 40 años: es una oración antigua.

Vamos, ánimo, en esta comunión de todos los santos que tenemos en el cielo y en la tierra: el Señor no nos abandona.

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Al concluir la Catequesis, el Santo Padre pronunció estas palabras:

Escuchamos, hace unos minutos, a una persona gritando, gritando, que tenía algún problema, no sé si físico, psíquico, espiritual: pero es nuestro hermano en problema. Quisiera terminar rezando por él, nuestro hermano que sufre, pobre hombre: si gritó fue porque sufre, tiene alguna necesidad. No debemos ser sordos a la necesidad de este hermano. Recemos juntos a la Virgen por él: Ave o María, …

Saludos

Me complace saludar a los fieles de los países de lengua francesa. En este día de la fiesta de la Presentación del Señor, oremos de modo especial por los consagrados y las consagradas, esparcidos por el mundo y confirmados en su carisma. Que Cristo, Palabra de Dios, les conceda cada vez más la fuerza para estar al servicio de los valores del Reino y de una Iglesia fraterna y cercana a todos. ¡Mi bendición para todos ustedes! ]

Saludo a los peregrinos y visitantes de lengua inglesa que participan en la audiencia de hoy, en particular a los de los Estados Unidos de América. Hoy, Fiesta de la Presentación del Señor, oremos especialmente por todos los consagrados y consagradas, y los miembros de las sociedades de vida apostólica, en esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Sobre todos vosotros y vuestras familias, invoco las bendiciones de gozo y paz del Señor. ¡Salud!

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos la intercesión de San San José, Patriarca Glorioso, to come en nuestro auxilio y tome bajo su protección las situaciones dolorosas de nuestra vida. Que Dios los bendiga. 

Saludo a los fieles de lengua árabe. En la fiesta de la Presentación del Señor en el templo, presentémonos a Dios purificados en el espíritu, para que nuestros ojos vean la luz de la salvación y así podamos llevarla al mundo entero, como hicieron los Santos. El Señor los bendiga a todos y los proteja siempre de todo mal.

aludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, hoy, en la fiesta de la presentación del Señor, celebramos tradicionalmente la Jornada de la Vida Consagrada. Damos gracias a Dios por todos nuestros hermanos y hermanas religiosos que han dedicado su vida a Cristo ya la Iglesia, dedicándose a la evangelización, la educación, la caridad y muchos otros campos del servicio pastoral. Oramos también por las nuevas vocaciones a la vida consagrada. Te bendigo de corazón.

APELACIONES

Desde hace un año, asistimos con dolor a la violencia que ensangrienta a Myanmar. Hago mío el llamamiento de los obispos birmanos a que la comunidad internacional trabaje por la reconciliación entre las partes interesadas. No podemos volver la mirada a otra parte, ante los sufrimientos de tantos hermanos y hermanas. Pidamos a Dios, en oración, el consuelo de esa población atormentada; a él confiamos los esfuerzos por la paz.

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Pasado mañana, 4 de febrero, se celebrará el Segundo Día Internacional de la Hermandad Humana. Es motivo de satisfacción que las naciones del mundo entero se unan en esta celebración, encaminada a promover el diálogo interreligioso e intercultural, como también se desea en el Documento sobre la fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia común., firmado el 4 de febrero de 2019 en Abu Dhabi por el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyib y yo. La fraternidad significa acercarse a los demás, respetarlos y escucharlos con un corazón abierto. Espero que se den pasos concretos, junto a creyentes de otras religiones y personas de buena voluntad, para afirmar que hoy es el tiempo de la fraternidad, evitando alimentar enfrentamientos, divisiones y cierres. Oremos y comprometámonos todos los días para que todos podamos vivir en paz como hermanos y hermanas.

* * *

Los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno están a punto de inaugurarse en Beijing el 4 de febrero y el 4 de marzo respectivamente. Dirijo cordialmente mis saludos a todos los participantes; Deseo a los organizadores el mayor de los éxitos ya los atletas que den lo mejor de sí mismos. El deporte, con su lenguaje universal, puede tender puentes de amistad y solidaridad entre personas y pueblos de todas las culturas y religiones. Por lo tanto, aprecié que al lema olímpico histórico Citius, Altius, Fortius – Más rápido, más alto, más fuerte – el Comité Olímpico Internacional haya agregado la palabra Communiter, es decir, Juntos, para que los Juegos Olímpicos puedan hacer crecer un mundo más fraterno.

Con un pensamiento particular abrazo a todo el mundo Paralímpico. Ganaremos juntos la medalla más importante si el ejemplo de los atletas con discapacidad ayuda a todos a superar prejuicios y miedos y a hacer que nuestras comunidades sean más acogedoras e inclusivas. ¡Esta es la verdadera medalla de oro! Además, sigo las historias personales de atletas refugiadas con atención y emoción. Sus testimonios ayudan a animar a las sociedades civiles a abrirse cada vez con mayor confianza a todos, sin dejar a nadie atrás. Deseo que la gran familia olímpica y paralímpica viva una experiencia única de fraternidad humana y de paz. ¡Bienaventurados los pacificadores! Mt 5,9)

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Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los sacerdotes que participan en el curso promovido por la Universidad de la Santa Cruz, el Grupo “Amici di Spello” y el Coro “Tau” de las Hermanas Franciscanas Misioneras de los Pobres.

Finalmente, como siempre, mi pensamiento se dirige a los ancianos, los enfermos, los jóvenes y los recién casados. Hoy celebramos la fiesta de la presentación del Señor en el templo de Jerusalén. De este misterio surge un mensaje para todos: Cristo se propone como ejemplo en la ofrenda al Padre, indicando con qué generosidad es necesario adherirse a la voluntad de Dios y al servicio de los hermanos. Hoy es también la fiesta del encuentro, del encuentro de Jesús con su pueblo, y también especialmente del encuentro del niño Jesús con los ancianos. Por favor, sigamos desarrollando esta actitud de encuentro entre los niños y los abuelos, los jóvenes con los viejos: esta actitud es un recurso de humanidad. Los viejos nos dan fuerzas para seguir, su memoria, su historia; y los jóvenes lo llevan adelante. Nosotros también trabajamos por este encuentro de los nietos con los abuelos, de los jóvenes con los viejos.

¡A todos, mi bendición!

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