BÉILGICA | Europa necesita a Bélgica para continuar por el camino de la paz y la fraternidad entre sus pueblos

27 septiembre, 2024

BÉILGICA | Europa necesita a Bélgica para continuar por el camino de la paz y la fraternidad entre sus pueblos, así lo refirió el Santo Padre en su mensaje compartido en el Encuentro con las Autoridades y la Sociedad Civil. Celebrado en el marco de su viaje 46° Viaje Apostólico, que inició ayer y lo llevó a visitar primero a Luxemburgo, hoy iniciaba su primera actividad en Bélgica en el Castillo de Laeken, ciudad de Bruselas.

El Papa decía, “Europa necesita a Bélgica para continuar por el camino de la paz y la fraternidad entre sus pueblos. Este país recuerda a todos los demás que, cuando -basándose en las más variadas e insostenibles excusas- se empieza a dejar de respetar las fronteras y los tratados y se deja a las armas la tarea de crear derecho, subvirtiendo el derecho vigente, se destapa la caja de Pandora y todos los vientos empiezan a soplar violentamente, sacudiendo la casa y amenazando con destruirla”.

Avanzando, agregó, “la Iglesia católica quiere ser una presencia que, testimoniando su fe en Cristo resucitado, ofrezca a las personas, a las familias, a las sociedades y a las naciones una esperanza antigua y siempre nueva; una presencia que ayude a todos a afrontar los desafíos y las pruebas, sin entusiasmos fáciles ni pesimismos sombríos, pero con la certeza de que el ser humano, amado por Dios, tiene una vocación eterna de paz y de bien y no está destinado a la disolución y a la nada”.

Completando, el Santo Padre señaló, “como sucesor del Apóstol Pedro, pido al Señor que la Iglesia encuentre siempre en sí misma la fuerza para clarificarse y no conformarse a la cultura dominante, incluso cuando esa cultura utiliza -manipulándolos- valores derivados del Evangelio, pero para sacar de ellos conclusiones indebidas, con su pesado resultado de sufrimiento y exclusión”.

Antes de concluir sus palabras, Su Santidad dijo, “rezo para que los gobernantes de las naciones, volviendo la mirada a Bélgica y a su historia, sepan aprender de ella y eviten así a sus pueblos desgracias y lutos interminables. Rezo para que los gobernantes sepan asumir la responsabilidad, el riesgo y el honor de la paz y sepan conjurar el peligro, la ignominia y el absurdo de la guerra. Rezo para que teman el juicio de la conciencia, de la historia y de Dios, y conviertan sus ojos y sus corazones, anteponiendo siempre el bien común”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO

A LUXEMBURGO Y BÉLGICA

(26-29 de septiembre de 2024)

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES Y LA SOCIEDAD CIVIL

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Castillo de Laeken (Bruselas)

Viernes 27 de septiembre de 2024

Majestades

Primer Ministro

hermanos Obispos

distinguidas Autoridades,

Señoras y Señores.

Agradezco a Vuestra Majestad la cordial acogida y el cortés discurso de saludo. Estoy muy contento de visitar Bélgica. Cuando se piensa en este país, se evoca a la vez algo pequeño y grande, un país occidental y al mismo tiempo central, como si fuera el corazón palpitante de un organismo gigantesco.

En realidad, las proporciones y el orden de las magnitudes son engañosos. Bélgica no es un Estado muy grande, pero su peculiar historia hizo que, inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial, los cansados y exhaustos pueblos de Europa, embarcados en un serio viaje de pacificación, colaboración e integración, miraran a Bélgica como el hogar natural de las principales instituciones europeas. Por el hecho de encontrarse en la línea de fractura entre el mundo germánico y el mundo latino, lindando con Francia y Alemania, que más habían encarnado las antítesis nacionalistas en el origen del conflicto, aparecía como un lugar ideal, casi una síntesis de Europa, del que partir para su reconstrucción, física, moral y espiritual.

Se podía decir que Bélgica era un puente: entre el continente y las Islas Británicas, entre las zonas germánicas y francófonas, entre el sur y el norte de Europa. Un puente para que la concordia se expanda y las disputas retrocedan. Un puente donde cada uno, con su lengua, su mentalidad y sus creencias, se encuentra con el otro y elige la palabra, el diálogo y el compartir como medio para relacionarse. Un lugar donde se aprende a hacer de la propia identidad no un ídolo ni una barrera, sino un espacio hospitalario del que partir y al que volver, donde promover intercambios válidos y buscar juntos nuevos equilibrios, construir nuevas síntesis. Bélgica es un puente que favorece los intercambios, pone en comunicación a las civilizaciones y crea el diálogo. Un puente, por tanto, indispensable para construir la paz y repudiar la guerra.

Se comprende entonces lo grande que es la pequeña Bélgica. Se comprende cómo Europa la necesita para recordar su historia, hecha de pueblos y culturas, de catedrales y universidades, de logros del ingenio humano, pero también de muchas guerras y de una voluntad de dominio que a veces se ha convertido en colonialismo y explotación.

Europa necesita a Bélgica para continuar por el camino de la paz y la fraternidad entre sus pueblos. Este país recuerda a todos los demás que, cuando -basándose en las más variadas e insostenibles excusas- se empieza a dejar de respetar las fronteras y los tratados y se deja a las armas la tarea de crear derecho, subvirtiendo el derecho vigente, se destapa la caja de Pandora y todos los vientos empiezan a soplar violentamente, sacudiendo la casa y amenazando con destruirla. En este momento de la historia, creo que Bélgica desempeña un papel muy importante. Estamos cerca de una guerra casi mundial.

En efecto, la concordia y la paz no son una conquista que se logra de una vez por todas, sino una tarea y una misión -la concordia y la paz son una tarea y una misión-, una misión incesante que hay que cultivar, que hay que cuidar con tenacidad y paciencia. En efecto, cuando el ser humano deja de recordar el pasado y de dejarse enseñar por él, posee la desconcertante capacidad de volver a caer incluso después de haberse levantado definitivamente, olvidando el sufrimiento y los espantosos costes pagados por las generaciones anteriores. En esto la memoria no funciona, es curioso, son otras fuerzas, tanto en la sociedad como en las personas, las que nos hacen caer en lo mismo una y otra vez.

En este sentido, Bélgica es más valiosa que nunca para la memoria del continente europeo. Porque proporciona argumentos incontrovertibles para desarrollar una acción cultural, social y política constante y oportuna, valiente y al mismo tiempo prudente, que excluya un futuro en el que una vez más la idea y la práctica de la guerra se conviertan en una opción viable, con consecuencias catastróficas.

La Historia, magistra vitae demasiado a menudo desoída, llama desde Bélgica a Europa a retomar el camino, a redescubrir su verdadero rostro, a invertir de nuevo en el futuro abriéndose a la vida, a la esperanza, ¡a vencer el invierno demográfico y el infierno de la guerra! Se trata de dos calamidades en este momento. El infierno de la guerra, lo estamos viendo, que puede convertirse en una guerra mundial. Y el invierno demográfico; por eso debemos ser prácticos: ¡tener hijos, tener hijos!

La Iglesia católica quiere ser una presencia que, testimoniando su fe en Cristo resucitado, ofrezca a las personas, a las familias, a las sociedades y a las naciones una esperanza antigua y siempre nueva; una presencia que ayude a todos a afrontar los desafíos y las pruebas, sin entusiasmos fáciles ni pesimismos sombríos, pero con la certeza de que el ser humano, amado por Dios, tiene una vocación eterna de paz y de bien y no está destinado a la disolución y a la nada.

Manteniendo la mirada fija en Jesús, la Iglesia se reconoce siempre como la discípula, que con temor y temblor sigue a su Maestro, sabiéndose santa en cuanto constituida por Él y al mismo tiempo frágil -santa y pecadora- y carente en sus miembros, nunca plenamente adecuada a la tarea que le ha sido confiada y que siempre la supera.

Proclama una Noticia capaz de llenar de alegría los corazones y, con sus obras de caridad e innumerables testimonios de amor al prójimo, trata de ofrecer signos y pruebas concretas del amor que la mueve. Sin embargo, vive en la concreción de las culturas y mentalidades de una época determinada, que contribuye a modelar o que, de alguna manera, a veces padece; y no siempre comprende y vive el mensaje evangélico en su pureza y plenitud. La Iglesia es a la vez santa y pecadora.

En esta perenne coexistencia de santidad y pecado, de luces y sombras, vive la Iglesia, a menudo con resultados de gran generosidad y espléndida entrega, y a veces, por desgracia, con la aparición de dolorosos contra-testimonios. Pienso en los dramáticos sucesos de los abusos a menores -a los que se han referido el Rey y el Primer Ministro-, una lacra que la Iglesia afronta con decisión y firmeza, escuchando y acompañando a los heridos y poniendo en marcha un programa capilar de prevención en todo el mundo.

Hermanos y hermanas, ¡ésta es la vergüenza! La vergüenza que hoy todos debemos asumir y pedir perdón y resolver el problema: la vergüenza del abuso, del abuso de menores. Pensamos en el tiempo de los Santos Inocentes y decimos: «¡Oh, qué tragedia, lo que hizo el rey Herodes!», pero hoy en la Iglesia existe este crimen; la Iglesia debe avergonzarse y pedir perdón y tratar de resolver esta situación con humildad cristiana. Y poner todas las condiciones para que esto no vuelva a ocurrir. Alguien me dice: «Santidad, piense que, según las estadísticas, la inmensa mayoría de los abusos se producen en la familia o en el barrio o en el mundo del deporte, en la escuela. ¡Basta uno para avergonzarse! En la Iglesia debemos pedir perdón por ello; los demás piden perdón por su parte. Esta es nuestra vergüenza y humillación.

Me entristeció -a este respecto- otro fenómeno: las «adopciones forzadas» que también se produjeron aquí, en Bélgica, en los años cincuenta y setenta. En aquellas espinosas historias se mezclaba el fruto amargo del crimen y el delito con lo que, por desgracia, era el resultado de una mentalidad extendida en todos los estratos de la sociedad, hasta el punto de que quienes actuaban de acuerdo con ella creían en conciencia que hacían el bien, tanto del niño como de la madre. A menudo, la familia y otros agentes sociales, incluida la Iglesia, pensaban que para eliminar el estigma negativo, que desgraciadamente afectaba a la madre soltera en aquella época, era preferible, por el bien de ambos, madre e hijo, que este último fuera adoptado. Incluso hubo casos en los que a algunas mujeres no se les dio la opción de quedarse con el niño o darlo en adopción. Y esto sucede hoy en algunas culturas, en algunos países.

Como sucesor del Apóstol Pedro, pido al Señor que la Iglesia encuentre siempre en sí misma la fuerza para clarificarse y no conformarse a la cultura dominante, incluso cuando esa cultura utiliza -manipulándolos- valores derivados del Evangelio, pero para sacar de ellos conclusiones indebidas, con su pesado resultado de sufrimiento y exclusión.

Rezo para que los gobernantes de las naciones, volviendo la mirada a Bélgica y a su historia, sepan aprender de ella y eviten así a sus pueblos desgracias y lutos interminables. Rezo para que los gobernantes sepan asumir la responsabilidad, el riesgo y el honor de la paz y sepan conjurar el peligro, la ignominia y el absurdo de la guerra. Rezo para que teman el juicio de la conciencia, de la historia y de Dios, y conviertan sus ojos y sus corazones, anteponiendo siempre el bien común. En este momento en que la economía se ha desarrollado tanto, quisiera señalar que en algunos países las inversiones que dan más ingresos son las fábricas de armas.

Majestad, Señoras y Señores, el lema de esta visita a su país es «En route, avec Espérance». Me hace reflexionar que Espérance se escriba con mayúscula: me dice que la esperanza no es algo que uno lleva en la mochila por el camino; no, la esperanza es un don de Dios, quizá sea la virtud más humilde – decía el escritor – pero es la que nunca falla, nunca decepciona. ¡La esperanza es un don de Dios y se lleva en el corazón! Y por eso quiero dejaros este deseo a vosotros y a todos los hombres y mujeres que vivís en Bélgica: que pidáis y recibáis siempre este don del Espíritu Santo, la esperanza, para caminar juntos con la Esperanza por el camino de la vida y de la historia. Gracias.

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