Hungría | Después de habernos devuelto al abrazo de Dios y al redil de la Iglesia, Jesús es la puerta que nos conduce al mundo: nos impulsa a salir al encuentro de nuestros hermanos

30 abril, 2023

Hungría | Después de habernos devuelto al abrazo de Dios y al redil de la Iglesia, Jesús es la puerta que nos conduce al mundo: nos impulsa a salir al encuentro de nuestros hermanos, así lo afirmaba el Santo Padre al compartir la Homilía en la mañana de hoy, en festividad del Domingo del Buen Pastor. Celebrada en la plaza Kossuth Lajos en la ciudad de Budapest, Su Santidad Francisco iniciaba su actividad en el cuarto domingo de la Pascua.

En la Homilía decía, “las últimas palabras que pronuncia Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, resumen el sentido de su misión: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Contemplemos, pues, la imagen del Buen Pastor, y detengámonos en dos acciones que, según el Evangelio, Él realiza por sus ovejas: primero las llama, después las conduce”.

Continuando, el Papa agregaba, “(…) también hoy, en cada situación de la vida, en lo que llevamos en el corazón, en nuestros desconciertos, en nuestros miedos, en el sentimiento de derrota que a veces nos asalta, en la cárcel de la tristeza que amenaza con enjaularnos, Él nos llama. Viene como Buen Pastor y nos llama por nuestro nombre, para decirnos cuán preciosos somos a sus ojos, para curar nuestras heridas y tomar sobre sí nuestras debilidades, para reunirnos en unidad en su redil y hacernos familiares al Padre y entre nosotros”.

Profundizando, compartía el Pontífice, “después de llamar a las ovejas, el Pastor «las conduce fuera» (Jn 10,3). Primero las trajo al redil llamándolas, ahora las empuja fuera. Primero somos reunidos en la familia de Dios para ser constituidos su pueblo, después somos enviados al mundo para que, con valentía y sin miedo, nos convirtamos en heraldos de la Buena Nueva, en testigos del Amor que nos ha regenerado”.

En otro párrafo, expresó el Santo Padre, “después de habernos devuelto al abrazo de Dios y al redil de la Iglesia, Jesús es la puerta que nos conduce al mundo: nos impulsa a salir al encuentro de nuestros hermanos. Y recordémoslo bien: todos nosotros, nadie excluido, estamos llamados a esto, a salir de nuestras zonas de confort y a tener el valor de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 20)”.

Subrayando, revelaba el Papa, “ser «extrovertidos» significa para cada uno de nosotros llegar a ser, como Jesús, una puerta abierta. Es triste y duele ver puertas cerradas: las puertas cerradas de nuestro egoísmo hacia los que caminan a nuestro lado cada día; las puertas cerradas de nuestro individualismo en una sociedad que corre el riesgo de atrofiarse en la soledad (…)”.

A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Su Santidad Francisco:

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO

en HUNGRÍA

(28 – 30 abril 2023)

SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Plaza Kossuth Lajos (Budapest)

domingo, 30 abril 2023

Las últimas palabras que pronuncia Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, resumen el sentido de su misión: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Esto es lo que hace un buen pastor: da la vida por sus ovejas. Por eso Jesús, como un pastor que va en busca de su rebaño, vino a buscarnos cuando estábamos perdidos; como un pastor, vino a arrancarnos de la muerte; como un pastor, que conoce a sus ovejas una por una y las ama con ternura infinita, nos llevó al redil del Padre, haciéndonos sus hijos.

Contemplemos, pues, la imagen del Buen Pastor, y detengámonos en dos acciones que, según el Evangelio, Él realiza por sus ovejas: primero las llama, después las conduce.

  1. En primer lugar, «llama a sus ovejas» (v. 3). Al principio de nuestra historia de salvación no estamos nosotros con nuestros méritos, nuestras capacidades, nuestras estructuras; en el origen está la llamada de Dios, su deseo de llegar hasta nosotros, su preocupación por cada uno de nosotros, la abundancia de su misericordia que quiere salvarnos del pecado y de la muerte, para darnos vida en abundancia y alegría sin fin. Jesús vino como el buen Pastor de la humanidad para llamarnos y llevarnos a casa. Entonces nosotros, haciendo memoria agradecida, podemos recordar su amor por nosotros, por nosotros que estábamos lejos de Él. Sí, mientras «estábamos todos perdidos como un rebaño» y «cada uno iba por su lado» (Is 53, 6), Él tomó sobre sí nuestras iniquidades y cargó con nuestros pecados, llevándonos de nuevo al corazón del Padre. Así escuchamos al apóstol Pedro en la segunda lectura: «Vosotros andabais errantes como ovejas, pero ahora habéis sido conducidos de nuevo al pastor y guardián de vuestras almas» (1 Pe 2, 25). Y, también hoy, en cada situación de la vida, en lo que llevamos en el corazón, en nuestros desconciertos, en nuestros miedos, en el sentimiento de derrota que a veces nos asalta, en la cárcel de la tristeza que amenaza con enjaularnos, Él nos llama. Viene como Buen Pastor y nos llama por nuestro nombre, para decirnos cuán preciosos somos a sus ojos, para curar nuestras heridas y tomar sobre sí nuestras debilidades, para reunirnos en unidad en su redil y hacernos familiares al Padre y entre nosotros. Hermanos y hermanas, al estar aquí esta mañana, sentimos la alegría de ser el pueblo santo de Dios: todos hemos nacido de su llamada; es Él quien nos ha convocado y, por eso, somos su pueblo, su rebaño, su Iglesia. Él nos ha reunido aquí para que, aunque seamos distintos unos de otros y pertenezcamos a comunidades diferentes, la grandeza de su amor nos reúna a todos en un solo abrazo. Es bueno encontrarnos juntos: los Obispos y los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos; y es bueno compartir esta alegría junto con las Delegaciones ecuménicas, los responsables de la Comunidad judía, los representantes de las instituciones civiles y el Cuerpo diplomático. Esto es catolicidad: todos nosotros, llamados por el nombre del Buen Pastor, estamos llamados a acoger y difundir su amor, a hacer que su redil sea inclusivo y nunca exclusivo. Y, por tanto, todos estamos llamados a cultivar relaciones de fraternidad y colaboración, sin dividirnos entre nosotros, sin considerar nuestra comunidad como un ámbito reservado, sin dejarnos atrapar por la preocupación de defender cada uno su propio espacio, sino abriéndonos al amor mutuo.
  2. Después de llamar a las ovejas, el Pastor «las conduce fuera» (Jn 10,3). Primero las trajo al redil llamándolas, ahora las empuja fuera. Primero somos reunidos en la familia de Dios para ser constituidos su pueblo, después somos enviados al mundo para que, con valentía y sin miedo, nos convirtamos en heraldos de la Buena Nueva, en testigos del Amor que nos ha regenerado. Este movimiento -entrar y salir- podemos captarlo a partir de otra imagen que Jesús utiliza: la de la puerta. Dice: «Yo soy la puerta: el que entre por mí, se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos» (v. 9). Oigámoslo otra vez: entrará y saldrá. Por una parte, Jesús es la puerta que se nos ha abierto de par en par para entrar en la comunión del Padre y experimentar su misericordia; pero, como todo el mundo sabe, una puerta abierta no sólo sirve para entrar, sino también para salir del lugar en el que uno se encuentra. Por eso, después de habernos devuelto al abrazo de Dios y al redil de la Iglesia, Jesús es la puerta que nos conduce al mundo: nos impulsa a salir al encuentro de nuestros hermanos. Y recordémoslo bien: todos nosotros, nadie excluido, estamos llamados a esto, a salir de nuestras zonas de confort y a tener el valor de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 20). Hermanos y hermanas, ser «extrovertidos» significa para cada uno de nosotros llegar a ser, como Jesús, una puerta abierta. Es triste y duele ver puertas cerradas: las puertas cerradas de nuestro egoísmo hacia los que caminan a nuestro lado cada día; las puertas cerradas de nuestro individualismo en una sociedad que corre el riesgo de atrofiarse en la soledad; las puertas cerradas de nuestra indiferencia hacia los que sufren y son pobres; las puertas cerradas hacia los que son extranjeros, diferentes, emigrantes, pobres. E incluso las puertas cerradas de nuestras comunidades eclesiales: cerradas entre nosotros, cerradas hacia el mundo, cerradas hacia los que «no están en regla», cerradas hacia los que anhelan el perdón de Dios. Hermanos y hermanas, por favor, por favor: ¡abramos las puertas! Intentemos ser también nosotros -con palabras, gestos, actividades cotidianas- como Jesús: una puerta abierta, una puerta que nunca se cierra en las narices de nadie, una puerta que permite a todos entrar y experimentar la belleza del amor y del perdón del Señor. Lo repito especialmente a mí mismo, a mis hermanos obispos y sacerdotes: a nosotros los pastores. Porque el pastor, dice Jesús, no es ladrón ni salteador (cf. Jn 10, 8); es decir, no se aprovecha de su función, no oprime al rebaño que le ha sido confiado, no «roba» el espacio a sus hermanos laicos, no ejerce una autoridad rígida. Hermanos, animémonos a ser cada vez más puertas abiertas: «facilitadores» de la gracia de Dios, expertos en cercanía, dispuestos a ofrecer nuestra vida, como Jesucristo, nuestro Señor y nuestro todo, nos enseña con los brazos abiertos desde la cátedra de la cruz y nos muestra cada vez en el altar, el Pan vivo partido por nosotros. Lo digo también a nuestros hermanos y hermanas laicos, a los catequistas, a los agentes de pastoral, a los que tienen responsabilidades políticas y sociales, a los que simplemente hacen su vida cotidiana, a veces con dificultad: ¡seamos puertas abiertas! Dejemos que entre en nuestros corazones el Señor de la vida, su Palabra que consuela y sana, y luego salgamos y seamos nosotros mismos puertas abiertas en la sociedad. Seamos abiertos e inclusivos los unos con los otros, para ayudar a Hungría a crecer en la fraternidad, camino hacia la paz. Amados, Jesús, el Buen Pastor, nos llama por nuestro nombre y nos cuida con infinita ternura. Él es la puerta y quien entra por Él tiene vida eterna: Él es, por tanto, nuestro futuro, un futuro de «vida en abundancia» (Jn 10,10). Por eso, no nos desanimemos nunca, no nos dejemos robar la alegría y la paz que Él nos ha dado, no nos encerremos en los problemas o en la apatía. Dejémonos acompañar por nuestro Pastor: ¡con Él nuestra vida, nuestras familias, nuestras comunidades cristianas y toda Hungría brillarán con vida nueva!

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