MONS. OLIVERA | Soy Obispo, para ustedes quiero entregar mi vida anunciando el Evangelio de Jesús y ser Puente, así lo expresaba el Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de Seguridad al compartir su Homilía, al presidir la Santa Misa en acción de Gracias por el 8° aniversario de su inicio Pastoral en nuestra Diócesis. Celebrada en la Parroquia Ntra. Sra. de Luján Castrense, al concluir la reunión junto a los Capellanes de la Región Pastoral Buenos Aires, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA).
El 28 de marzo de 2017, Su Santidad Francisco, nombraba a Mons. Santiago nuevo Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de la República Argentina, el 30 de junio del mismo año, en nuestra Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris, iniciaba su ministerio Pastoral. Esta mañana, en su Homilía, el Obispo nos decía en este nuevo aniversario, “(…) han pasado 8 años y da gusto y también me renueva en el compromiso y el deseo de plasmar aquello que les expresé en la Iglesia Catedral. Además, estoy convencido que viene muy bien, luego de estos años compartidos, escuchar y refrescarnos, refrescar y algunos oír por primera vez lo que mi corazón sentía y deseaba. Por eso en la liturgia de hoy leemos las lecturas compartidas aquel día”.
Continuando, señalaba, “expresé en ese día, lo que había ocurrido en ese tiempo “Hace nueve años fui llamado por el Santo Padre Benedicto XVI al Episcopado. Hoy son ya, por gracia de Dios 17 años. Continuaba: Generalmente los Obispos con motivo de nuestra Ordenación elegimos un escudo y un lema, que orienta o manifiesta nuestros sentimientos frente al nuevo llamado. Yo pude elegir el de mi familia (un ramo de Olivo) reconociendo con gratitud la fe recibida en ella y viendo como providencial que el Olivo caracterizaba la vida de la tierra a la que era enviado: Cruz del Eje”.
Profundizando, Mons. Olivera compartía, “como sucesor de los Apóstoles, junto con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, con fe y esperanza he aceptado la vocación de servir al Pueblo de Dios, conforme al corazón de Cristo Buen Pastor. Junto con todos los fieles y en virtud de bautismo, soy ante todo discípulo y miembro del Pueblo de Dios. Como todos los bautizados y junto con ellos, quiero seguir a Jesús, Maestro de vida y de verdad, en la comunión de la Iglesia. Como Pastor, servidor del Evangelio, soy consciente de ser llamado a vivir el amor a Jesucristo y a la Iglesia en la intimidad de la oración, y de la donación de mí mismo a los hermanos y hermanas, a quienes presido en la caridad. Como dice San Agustín: con ustedes soy cristiano para ustedes soy obispo”.
Avanzando, Mons. Santiago reflexionaba diciendo, “hoy luego de estos años recorridos, entiendo más la realidad de ser Obispo de una Jurisdicción personal, cada uno, remarco, cada uno son el “edificio” y el “campo”, esto es un servicio, sin duda, artesanal. Para ustedes, les decía aquel 30 de junio del 2017, soy Obispo, para ustedes quiero entregar mi vida anunciando el Evangelio de Jesús y ser Puente. Al Papa lo conocemos como Sumo Pontífice, literalmente quiere decir “constructor de puentes”, también con verdad se nos puede decir puente a los Obispos y a los sacerdotes. Con una mirada más amplia, lo podemos decir de todos los que viven con un corazón abierto. No hay tarea más digna que dedicarse a tender puentes hacia los hombres y hacia las cosas. Sobre todo, en un tiempo en el que tanto abundan los constructores de barreras”.
Completando, el Obispo expresaba, “el mundo dejaría de ser habitable el día en que hubiera en él más constructores de zanjas que de puentes. Por esto quiero asumir mi condición de tal. Quiero ser Puente para el encuentro.
Hay que tender puentes, en primer lugar, hacia nosotros mismos, hacia nuestra propia alma, tantas veces, incomunicada en nuestro interior. Un puente de respeto y de aceptación de nosotros mismos, un puente que impida ese estar internamente divididos que nos convierte en neuróticos”.
Finalmente, Mons. Santiago compartió, “me da mucha alegría y consuelo saber que entre nosotros está presente la vida de Enrique Shaw. El ingresó a la Escuela Naval a los 14 años dándonos como oficial de Marina un extraordinario testimonio de fe, “vivió su vida terrena preparando la vida eterna, dejando que Dios actúe en él”, por eso pedimos confiados por su Canonización y a la vez, les comparto, encomiendo y ofrezco mi nuevo Servicio Episcopal.
Con verdadero gozo podemos intuir estar cerca de su pronta beatificación, una gracia para La Iglesia, para nuestra Patria, y sin duda para nuestro obispado que lo siente y sabe parte de nuestra familia.
Hoy sumamos también al cuidado de nuestra Iglesia Particular, bien particular, al siervo de Dios, coronel post morten, Argentino del Valle Larrabure.
En el Señor ponemos nuestra confianza. Y en María, que como nos lo recordó el Papa Francisco es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás, “sin demora” a ella le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo.
Confiémonos en el Santo Cura Brochero, amigo de todos, Patrono del Clero Argentino, modelo actual del buen pastor que busca y sale al encuentro. Resuena en mi corazón las palabras que Doña Petrona Dávila, madre del Santo Cura le dijo al partir al Seminario: “Dios cuenta contigo, hijo, para construir nuestra Patria, no lo defraudes. El camino que te espera es doloroso pero Jesús lo recorrió primero. No estás solo. La Purísima será tu Madre y la mejor compañera en los momentos más duros.”
Jesucristo Señor de la Historia, te necesitamos. Renuévanos con la luz del Evangelio, para que tu pueblo brille, en este mundo dividido por las discordias, como signo profético de unidad y de paz”.









A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de Seguridad:

30 de junio de 2025
PARROQUÍA NTRA. SRA. DE LUJÁN CASTRENSE
Homilía de Mons. Santiago Olivera
OBISPO CASTRENSE Y DE LAS FUERZAS FEDERALES DE SEGURIDAD
Hoy quise compartir con ustedes parte de la Homilía de inicio como Obispo Castrense y para las Fuerzas Federales de Seguridad, que compartí con ustedes aquel 30 de junio de 2017, han pasado 8 años y da gusto y también me renueva en el compromiso y el deseo de plasmar aquello que les expresé en la Iglesia Catedral. Además, estoy convencido que viene muy bien, luego de estos años compartidos, escuchar y refrescarnos, refrescar y algunos oír por primera vez lo que mi corazón sentía y deseaba. Por eso en la liturgia de hoy leemos las lecturas compartidas aquel día.
1 Cor 3,9c. 11.16-17; Salmo 83; Juan 17, 11b. 17-23
Expresé en ese día, lo que había ocurrido en ese tiempo “Hace nueve años fui llamado por el Santo Padre Benedicto XVI al Episcopado. Hoy son ya, por gracia de Dios 17 años. Continuaba:
Generalmente los Obispos con motivo de nuestra Ordenación elegimos un escudo y un lema, que orienta o manifiesta nuestros sentimientos frente al nuevo llamado. Yo pude elegir el de mi familia (un ramo de Olivo) reconociendo con gratitud la fe recibida en ella y viendo como providencial que el Olivo caracterizaba la vida de la tierra a la que era enviado: Cruz del Eje. La figura del ramo de Olivo verde es símbolo de Cristo, Sacerdote y príncipe de la paz. Deseé, en nombre del Señor llevar el olivo de la paz de Cristo a todos los hombres y santificar al pueblo de Dios que se me había encomendado. Hoy veo también providencial ser enviado por el Papa Francisco a este Obispado Castrense y renuevo como aquel día el deseo de ser signo e instrumento de paz. Estoy seguro de que en Jesús y en su Evangelio nos encontraremos todos. Por otra parte, en cada Semana Santa recibimos a Jesús con palmas y Olivos aclamando ¡Bendito el que viene en Nombre del Señor! Que este Olivo evoque al Señor en primer lugar, para que a Él escuchemos, amemos y sigamos.
La Cruz que timbra el escudo, evoca el anonadamiento de Cristo que por amor se hizo hombre, tomando la condición de siervo hasta llegar, con la ofrenda de su vida, al sacrificio que nos conduce a la salvación. También renuevo con fuerza, el deseo de tener los mismos sentimientos de Jesús que “nos Amó hasta el extremo” y lo que los Obispos han expresado en Aparecida, Brasil:
“Como sucesor de los Apóstoles, junto con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, con fe y esperanza he aceptado la vocación de servir al Pueblo de Dios, conforme al corazón de Cristo Buen Pastor. Junto con todos los fieles y en virtud de bautismo, soy ante todo discípulo y miembro del Pueblo de Dios. Como todos los bautizados y junto con ellos, quiero seguir a Jesús, Maestro de vida y de verdad, en la comunión de la Iglesia. Como Pastor, servidor del Evangelio, soy consciente de ser llamado a vivir el amor a Jesucristo y a la Iglesia en la intimidad de la oración, y de la donación de mí mismo a los hermanos y hermanas, a quienes presido en la caridad. Como dice San Agustín: con ustedes soy cristiano para ustedes soy obispo”
Quiero que estos sentimientos me acompañen siempre y volveré a estas palabras más de una vez. Con ustedes soy cristiano, con ustedes quiero crecer en el seguimiento de Jesús. Soy discípulo, Soy misión, ayúdenme con su oración, consejo, amistad y afecto a responder a esta vocación.
Expreso estas palabras y este deseo a esta Iglesia Particular que se me ha confiado. Iglesia Particular realmente, que abarca el extenso territorio argentino, allí donde miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad junto a sus familias se encuentren y como también aquellos que trabajan en la Casa Rosada, Quinta de Olivos y todos los que colaboran en los distintos Ministerios, dependencias Militares, Hospitales y Casas de Caridad. Como hemos escuchado en la primera lectura, San Pablo recuerda que es cooperador de Dios y los fieles son el campo, el edificio, templos de Dios. Cada uno de los fieles que se me confían son ese campo, ese edificio y ese templo que manifiestan la Iglesia Diocesana. Hoy luego de estos años recorridos, entiendo más la realidad de ser Obispo de una Jurisdicción personal, cada uno, remarco, cada uno son el “edificio” y el “campo”, esto es un servicio, sin duda, artesanal. Para ustedes, les decía aquel 30 de junio del 2017, soy Obispo, para ustedes quiero entregar mi vida anunciando el Evangelio de Jesús y ser Puente.
Al Papa lo conocemos como Sumo Pontífice, literalmente quiere decir “constructor de puentes”, también con verdad se nos puede decir puente a los Obispos y a los sacerdotes. Con una mirada más amplia, lo podemos decir de todos los que viven con un corazón abierto.
No hay tarea más digna que dedicarse a tender puentes hacia los hombres y hacia las cosas. Sobre todo, en un tiempo en el que tanto abundan los constructores de barreras. En un mundo de zanjas, ¿qué mejor que entregarse a la tarea de superarlas?
Pero hacer puentes -y, sobre todo, hacer de puente- es tarea muy dura. Y que no se hace sin sacrificio. Un puente, por de pronto, es alguien que es fiel a dos orillas y tiene que estar firmemente asentado en las dos. No «es» orilla, pero sí se apoya en ella, es súbdito de ambas, de ambas depende.
Un puente es fundamentalmente alguien que soporta el peso de todos los que pasan por él. La resistencia, el aguante, la solidez son sus virtudes. En un puente cuenta menos-la belleza y la simpatía -aunque es muy bello un puente lindo; cuenta, sobre todo, la capacidad de servicio y su utilidad.
Comúnmente el puente es lo primero que se bombardea en las guerras cuando riñen las dos orillas. De ahí que el mundo esté lleno de puentes destruidos.
A pesar de ello, qué gran oficio el de ser puentes, entre la gente, entre las cosas, entre las ideas, entre las generaciones. El mundo dejaría de ser habitable el día en que hubiera en él más constructores de zanjas que de puentes. Por esto quiero asumir mi condición de tal. Quiero ser Puente para el encuentro.
Hay que tender puentes, en primer lugar, hacia nosotros mismos, hacia nuestra propia alma, tantas veces, incomunicada en nuestro interior. Un puente de respeto y de aceptación de nosotros mismos, un puente que impida ese estar internamente divididos que nos convierte en neuróticos.
Un puente hacia nosotros mismos que nos ayude a buscar y aceptar la Verdad, que nos hace libres. A reparar lo que haya que reparar. A llamar las cosas por su nombre, a saber asumir para que todo pueda ser redimido.
Un puente hacia los demás. No se puede amar sin convertirse en puente; es decir, sin salir un poco de uno mismo. Me gusta aquello de que: «Los que aman son los que olvidan sus propias necesidades». Es cierto: no se ama sin «poner pie» en la otra persona, sin «perder un poco de pie» en la propia ribera. Un puente hacia los demás que nos convierte en hermanos, más que en jueces. Pero hermanos también que llevan, buscan y respetan la verdad. El Evangelio que hemos escuchado, el Señor Jesús le pide a Dios, en ese momento importantísimo de su vida: “que Nos cuide y seamos consagrados en la Verdad”. “Tu Palabra es la Verdad” continua Jesús. En la oración por la Patria pedimos: “Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad…”
La verdad es punto de partida, es camino y es término de todo lo humano. El hombre no puede prescindir de ella. “¿Qué es la Verdad? Las respuestas a esta pregunta pueden ser muchas, desde una perspectiva realista podemos decir que la verdad es la adecuación de la inteligencia a la realidad de las cosas, es decir que la persona es capaz de conocer, aunque nunca de modo acabado y perfecto. La verdad no surge como fruto de consenso social, no es opinión ni depende de las circunstancias y de categorías culturales de las distintas épocas.
San Juan Pablo II sostenía que hay un núcleo de verdades que tienen una relación directa con el orden moral a las que él llamaba “la verdad sobre el hombre”, que son inmutables y que constituyen como anclas donde fijar el sentido de la existencia y que garantizan la convivencia social: hay que hacer el bien y evitar el mal; que no hay que mentir; que hay que respetar a la vida, que no se deben cometer injusticias, negando a cada uno lo suyo, son verdades que toda persona de buena voluntad descubre en el fondo del corazón como un faro que ilumina la conciencia.
Conságralos en la Verdad pidió Jesús y hemos escuchado en el Evangelio, ¡Conságranos en la Verdad pidamos siempre nosotros!
Y bendito el oficio de ser puente entre personas de diversas ideas, de diversos criterios, de distintas edades y creencias. Y les puedo compartir en esta corta experiencia desde que fui nombrado Obispo Castrense que no es nada fácil.
Nuestro Obispado está al servicio de la Evangelización de todos los miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad y sus familias, la asistencia espiritual de los militares es algo que la Iglesia ha querido cuidar siempre con extraordinaria solicitud, como hijo de la Iglesia me sumo con entusiasmo al querer de ella para seguir anunciando a Jesucristo. Todo esto llevado adelante en respeto y diálogo ecuménico con todas las creencias.
Todas las Fuerzas Armadas y de Seguridad forman parte de un país que ha hecho una real y verdadera opción por la democracia. Debemos protegerla y custodiarla. Debemos custodiarla de todo aquello que nos destruye y separa, de la sospecha y desconfianza, debemos custodiarla del flagelo y plaga de la droga y el narcotráfico, de la trata de personas, de la violencia de todo tipo y en especial hacia las mujeres y niños, de la corrupción y lo que es peor la impunidad, de la pobreza que hiere y escandaliza. En palabras del entonces Cardenal Bergoglio “reconocemos que la historia apuesta a la verdad superior, a rememorar lo que nos une y construye, a los logros más que a los fracasos. El llamado a la memoria histórica concluyó el Cardenal, también nos pide ahondar en nuestros logros más profundos, como afirmar la riqueza del sistema democrático respetando las reglas y aceptando el diálogo como vía de convivencia cívica.” Pero es importante recordar que la historia no debe hacerse con un objetivo político sino con verdad y justicia. No pocas veces, en apariencia, se busca justicia, pero se descubre venganza negando derechos elementales. Lo derechos humanos deben tener vigencia para todos los argentinos.
Quiero dirigirles unas palabras a los sacerdotes, principales colaboradores en mi ministerio episcopal, intentaré comportarme siempre con ustedes como Padre y hermano que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo posible por su bienestar humano, espiritual y ministerial. Deseo tener para con ustedes un acompañamiento paternal y fraterno en todas las etapas de su vida ministerial, ayudándoles a ser y actuar como sacerdotes al estilo de Jesús. Ninguno nos hemos elegido formalmente al otro, sino que hemos sido entregados unos a otros por una realidad superior que nos excede, hemos sido dados por Dios el uno al otro, los unos a los otros. Dios nos ha hecho converger históricamente en una misión. Quiero manifestar en mi vida y ministerio la paternidad de Dios. La autoridad que he recibido de Cristo y de su Iglesia deseo que sea ofrecida en servicio.
Agradecí a los que sirvieron en nuestro Obispado, a los presentes y a los que vinieron de mis antiguas Diócesis de Morón, la de origen y a la que fui enviado Cruz del Eje. Y continué:
Me da mucha alegría y consuelo saber que entre nosotros está presente la vida de Enrique Shaw. El ingresó a la Escuela Naval a los 14 años dándonos como oficial de Marina un extraordinario testimonio de fe, “vivió su vida terrena preparando la vida eterna, dejando que Dios actúe en él”, por eso pedimos confiados por su Canonización y a la vez, les comparto, encomiendo y ofrezco mi nuevo Servicio Episcopal.
Con verdadero gozo podemos intuir estar cerca de su pronta beatificación, una gracia para La Iglesia, para nuestra Patria, y sin duda para nuestro obispado que lo siente y sabe parte de nuestra familia.
Hoy sumamos también al cuidado de nuestra Iglesia Particular, bien particular, al siervo de Dios, coronel post morten, Argentino del Valle Larrabure.
En el Señor ponemos nuestra confianza. Y en María, que como nos lo recordó el Papa Francisco es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás, “sin demora” a ella le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo.
Confiémonos en el Santo Cura Brochero, amigo de todos, Patrono del Clero Argentino, modelo actual del buen pastor que busca y sale al encuentro. Resuena en mi corazón las palabras que Doña Petrona Dávila, madre del Santo Cura le dijo al partir al Seminario: “Dios cuenta contigo, hijo, para construir nuestra Patria, no lo defraudes. El camino que te espera es doloroso pero Jesús lo recorrió primero. No estás solo. La Purísima será tu Madre y la mejor compañera en los momentos más duros.”
Jesucristo Señor de la Historia, te necesitamos. Renuévanos con la luz del Evangelio, para que tu pueblo brille, en este mundo dividido por las discordias, como signo profético de unidad y de paz.
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