MONS. OLIVERA | Ustedes diáconos, están llamados a estar, la presencia es el primer acto de amor, presencia cercana, que escucha, acompaña, sirve, busca, espera, anima

15 agosto, 2025

MONS. OLIVERA | Ustedes diáconos, están llamados a estar, la presencia es el primer acto de amor, presencia cercana, que escucha, acompaña, sirve, busca, espera, anima, así lo expresó Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de Seguridad al compartir la Homilía en la celebración de la Santa Misa, en la solemnidad de la Asunción de la Virgen.  Fue en la mañana del viernes 15 de agosto, en la Iglesia Catedral Castrense Stella Maris, donde Mons. Santiago Olivera, por imposición de manos y la oración consecratoria ordenó a los Acólitos, Gustavo Varela y Lucas Garcilazo Diáconos Transitorios y a Reinaldo Parra Rodríguez y Luis Montiel Diáconos Permanentes.

Presidió la Santa Misa, Mons. Santiago, concelebraron el Vicario General, Mons. Gustavo Acuña, los Capellanes Mayores de, Ejército Argentino, Padre Eduardo Castellanos, Armada Argentina, Padre Francisco Rostom Maderna, de Fuerza Aérea Argentina, Padre César Tauro, de GNA, Padre Jorge Massut, de PNA, Padre Diego Tibaldo, de PSA, Rubén Bonaciona, formadores de Diáconos Permanentes, los Capellanes, Padre Diego Pereyra, Padre Luis Berthoud y Jorge Massut, Capellanes de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas Federales de Seguridad, Diáconos, Seminaristas, Vida Consagrada y fieles castrenses. Mons. Santiago, en la Homilía decía, “sin lugar a duda, hoy es un día muy de Gracia para nuestra Iglesia Castrense de Argentina. En este día de la Virgen participamos de la Ordenación de cuatro hermanos nuestros en el Orden del Diaconado; dos de modo transitorio y dos de modo permanente. Todos Diáconos, Signo de una Iglesia servidora, lo que queremos ser y ciertamente lo que debemos ser”.

Continuando, agregó el Obispo, “me llena de alegría -y es el sentir de nuestra Iglesia Diocesana- que cuatro de sus hijos, hoy reciban el Sacramento del Orden. Gustavo, personal civil de la Armada, Lucas seminarista, dos caminos al sacerdocio y al diaconado Permanente, Luis, militar de la Armada Argentina y Reinaldo militar de la Fuerza Aérea”.

Seguidamente, Mons. Olivera dijo, “el Papa Francisco tenía previsto presidir la Misa del 23 de febrero en torno al Jubileo de Diáconos Permanentes, pero no pudo asistir y Monseñor Fisichella leyó la Homilía, en ella el Santo Padre reflexionó, «sobre esta dimensión fundamental de la vida cristiana y del ministerio de ustedes, en particular desde tres aspectos: el perdón, el servicio desinteresado y la comunión»”.

En otro párrafo, el Obispo compartió, “en palabras de san Pablo, nos despojamos, en el servicio, del “hombre terrenal”, y nos revestimos, en la caridad, del “hombre celestial” (cf. 1 Co 15,45-49).” Gustavo, Lucas, Luis y Reinaldo, será propio de ustedes administrar solemnemente el Bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir el matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el Viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y de la sepultura. Con la ayuda de Dios deberán ustedes cuatro actuar de tal manera que los reconozcan como discípulos de Aquel que no vino a ser servido sino a servir”.

Profundizando, Mons. Santiago expresó, “serán “testigos de la esperanza”, en el mundo del dolor, de las carencias, ustedes están llamados a “estar”; nuestro servicio castrense nos recuerda, al Obispo y a los capellanes, que estamos donde están nuestros fieles que se nos confían. Ustedes diáconos, están llamados a estar, la presencia es el primer acto de amor, presencia cercana, que escucha, acompaña, sirve, busca, espera, anima. Dios se hizo presente entre nosotros. Dios se hizo presente en Cristo, rostro visible”.

Completando, el Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de Seguridad, subrayó, “también, en esta misión que reciben con el Sacramento del Orden, se comprometen a rezar por la Iglesia y por todo el mundo. A prestar la voz a la Iglesia, a rezar por los que no tienen voz, a rezar por los que no rezan, a rezar por nosotros, a rezar por todos. Pública y solemnemente Gustavo, Lucas, Luis y Reinaldo se comprometen a rezar la oración de la Iglesia, la “liturgia de las horas” poniendo el sentimiento de ella, antes que el propio. Nunca, los consagrados, tenemos que olvidar que la oración es parte fundamental, “columna vertebral” de nuestro ministerio”.

Finalmente, Mons. Santiago rezó, “le pedimos al Patrono de los Diáconos San Lorenzo, que les ayude a vivir el Ministerio con humildad y amor, a vivir el gozo de la gratuidad y el perdón. Que el Señor nos bendiga a todos. Bendiga nuestra Patria y nuestro Obispado. Que María nos estimule siempre a ser prontos como ella, a ponernos en camino, y a anunciar el Evangelio con Pasión y a servir a todos sin ningún tipo de exclusión”.

Homilía.-

A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de Seguridad:

SANTA MISA Y ORDENACIONES DIACONALES
Nuestra Señora de la Asunción – 15 de agosto de 2025.
Catedral Stella Maris.

Sin lugar a duda, hoy es un día muy de Gracia para nuestra Iglesia Castrense de Argentina. En este día de la Virgen participamos de la Ordenación de cuatro hermanos nuestros en el Orden del Diaconado; dos de modo transitorio y dos de modo permanente. Todos Diáconos, Signo de una Iglesia servidora, lo que queremos ser y ciertamente lo que debemos ser.

Me llena de alegría -y es el sentir de nuestra Iglesia Diocesana- que cuatro de sus hijos, hoy reciban el Sacramento del Orden. Gustavo, personal civil de la Armada, Lucas seminarista, dos caminos al sacerdocio y al diaconado Permanente, Luis, militar de la Armada Argentina y Reinaldo militar de la Fuerza Aérea. He compartido ya, que para el obispo, son extensión de sus brazos y del corazón del Pastor que harán presente en sus destinos sirviendo, pero que nunca hay que olvidar, que más que por lo que harán, es por lo que serán: “Testigos visibles de la Caridad de Jesús”; “Signo de una Iglesia servidora siempre”. Es bueno recordar una vez más, que al recibir el diaconado, se “incardinan” a una Iglesia particular, concretamente a esta Iglesia castrense y recibir el diaconado en la Catedral, habla mucho más que de un vínculo jurídico, habla de pertenencia, de carisma castrense y de verdadera comunión.

El Papa Francisco tenía previsto presidir la Misa del 23 de febrero en torno al Jubileo de Diáconos Permanentes, pero no pudo asistir y Monseñor Fisichella leyó la Homilía que el Santo Padre tenía preparada. Me pareció oportuno en este día compartir con ustedes algunas reflexiones que Francisco nos proponía a toda la Iglesia:

“Reflexionemos entonces sobre esta dimensión fundamental de la vida cristiana y del ministerio de ustedes, en particular desde tres aspectos: el perdón, el servicio desinteresado y la comunión.

En primer lugar, el perdón. El anuncio del perdón es una tarea esencial del diácono. De hecho, este es un elemento indispensable para cada camino eclesial y es una condición para toda convivencia humana. Jesús nos habla sobre esta exigencia y sobre su alcance cuando dice: «Amen a sus enemigos» (Lc 6,27). Y es precisamente así: para crecer juntos, compartiendo luces y sombras, éxitos y fracasos los unos de los otros, es necesario saber perdonar y pedir perdón, restableciendo relaciones y no excluyendo de nuestro amor ni siquiera a quien nos golpea y traiciona. Un mundo en donde para los adversarios hay sólo odio es un mundo sin esperanza, sin futuro, destinado a ser desgarrado por las guerras, divisiones y venganzas sin fin, como desafortunadamente vemos también hoy, en tantos ámbitos y en varias partes del mundo. Perdonar, entonces, quiere decir preparar para el futuro una casa hospitalaria, segura, en nosotros y en nuestras comunidades. El diácono, investido en primera persona de un ministerio que lo lleva hacia las periferias del mundo, se compromete a ver —y a enseñar a los otros a ver— en todos, también en quien se equivoca y produce sufrimiento, una hermana y un hermano heridos en el alma, y por eso necesitados más que nadie de reconciliación, de guía y de ayuda.

Nos habla también sobre esto, en un contexto diverso, la muerte ejemplar del diácono Esteban, que cae bajo los golpes de las piedras perdonando a quienes lo lapidan (Cf. Hch 7,60).

Pero sobretodo la vemos en Jesús, modelo de toda diaconía, que, sobre la cruz, “anonadándose” hasta dar la vida por nosotros (Cf. Fil 2,7), reza por quienes lo crucifican y abre para el buen ladrón las puertas del paraíso (Cf. Lc 23,34.43).

Y llegamos al segundo punto: el servicio desinteresado. El Señor, lo recuerda en el Evangelio y lo describe, dice el Papa Francisco, con una frase tan simple como clara: «Hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio» (Lc 6,35). Pocas palabras que llevan consigo el buen perfume de la amistad. Ante todo, la de Dios por nosotros, pero luego también la nuestra. Para el diácono, dicho comportamiento no es un aspecto accesorio de su actuar, sino una dimensión esencial de su ser. En efecto, se consagra para ser, en el ministerio, “escultor” y “pintor” del rostro misericordioso del Padre, testigo del misterio del Dios-Trinidad.

En muchos pasajes del Evangelio Jesús habla sobre sí en este sentido. Lo hace con Felipe, en el cenáculo, poco después de haberle lavado los pies a los Doce, diciéndoles: «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14,9); así como cuando instituye la Eucaristía y afirma: «Yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27). Pero ya desde antes, de camino hacia Jerusalén, cuando sus discípulos discutían entre ellos sobre quién era el más grande, les había explicado que «El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc 10,45).

Hermanos diáconos, el trabajo gratuito que realizan, como expresión de su consagración a la caridad de Cristo, es entonces, para ustedes, el primer anuncio de la Palabra, fuente de confianza y de alegría para quienes se encuentran con ustedes.

Acompáñenlo siempre con una sonrisa, sin quejas y sin buscar reconocimientos, sosteniéndose mutuamente, también en sus relaciones con los Obispos y los presbíteros, “como expresión de una Iglesia comprometida a crecer en el servicio para el Reino con la valorización de todos los grados del ministerio ordenando”. Su actuar concorde y generoso, de esta manera, será un puente que una el altar a la calle, la Eucaristía a la vida cotidiana de la gente; la caridad será su liturgia más hermosa y la liturgia su servicio más humilde.

Y llegamos al último punto: la gratuidad como fuente de comunión. Dar sin pedir nada a cambio une, crea vínculos, porque expresa y alimenta un estar juntos que no tiene más finalidad que el don de sí y el bien de las personas. San Lorenzo, su santo patrón, cuando sus acusadores le pidieron que entregara los tesoros de la Iglesia, les mostró a los pobres y les dijo: “¡Este es nuestro tesoro!”. Es así como se construye la comunión. Diciéndole al hermano y a la hermana, con las palabras, pero sobre todo con las obras, personalmente y como comunidad: “para nosotros tú eres importante”, “te amamos”, “queremos que participes en nuestro camino y en nuestra vida”. Esto hacen ustedes: esposos, padres y abuelos decididos, en el servicio, a abrir sus familias a quien pasa necesidad, allí donde viven.

Así su misión, que los escoge de entre la sociedad para volver a colocarlos en medio de ella y hacer que sea cada vez más un lugar hospitalario y abierto a todos, es una de las expresiones más bellas de la Iglesia sinodal y “en salida”.

Dentro de poco algunos de ustedes, al recibir el sacramento del Orden, “descenderán” los grados del ministerio. Yo actualizo aquellas palabras de Francisco. Ustedes cuatro y digo con él deliberadamente (él dijo y subrayó) que “descenderán”, y no que “subirán”, porque con la ordenación no se sube, sino que se desciende, nos hacemos pequeños, nos abajamos y nos despojamos de nosotros mismos. En palabras de san Pablo, nos despojamos, en el servicio, del “hombre terrenal”, y nos revestimos, en la caridad, del “hombre celestial” (cf. 1 Co 15,45-49).

Gustavo, Lucas, Luis y Reinaldo, será propio de ustedes administrar solemnemente el Bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir el matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el Viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y de la sepultura. Con la ayuda de Dios deberán ustedes cuatro actuar de tal manera que los reconozcan como discípulos de Aquel que no vino a ser servido sino a servir.

Serán “testigos de la esperanza”, en el mundo del dolor, de las carencias, ustedes están llamados a “estar”; nuestro servicio castrense nos recuerda, al Obispo y a los capellanes, que estamos donde están nuestros fieles que se nos confían. Ustedes diáconos, están llamados a estar, la presencia es el primer acto de amor, presencia cercana, que escucha, acompaña, sirve, busca, espera, anima. Dios se hizo presente entre nosotros. Dios se hizo presente en Cristo, rostro visible.

También, en esta misión que reciben con el Sacramento del Orden, se comprometen a rezar por la Iglesia y por todo el mundo. A prestar la voz a la Iglesia, a rezar por los que no tienen voz, a rezar por los que no rezan, a rezar por nosotros, a rezar por todos.

Pública y solemnemente Gustavo, Lucas, Luis y Reinaldo se comprometen a rezar la oración de la Iglesia, la “liturgia de las horas” poniendo el sentimiento de ella, antes que el propio. Nunca, los consagrados, tenemos que olvidar que la oración es parte fundamental, “columna vertebral” de nuestro ministerio. Nunca debemos olvidar lo que nos recordó San Juan Pablo II, que “el que no reza no sólo es un cristiano mediocre sino un cristiano en riesgo.” Recen por nosotros, pero recen también por ustedes para saber obrar y discernir “el querer de Dios”. Recen para experimentar el gozo de saberse “hijos” y amados por Dios, recen para desear rezar más.

Ustedes, son llamados para ser mensajeros cualificados, esto es “creyendo lo que proclaman, enseñando lo que creen y practicando lo que enseñan.” Estas verdades se consolidan en la familiaridad e intimidad con Jesús.

Le pedimos al Patrono de los Diáconos San Lorenzo, que les ayude a vivir el Ministerio con humildad y amor, a vivir el gozo de la gratuidad y el perdón.

Celebramos esta fiesta de la Virgen, dogma de nuestra Fe.

María fue llevada al Cielo en Cuerpo y Alma, era justo y lógico que “La Llena de gracia”, “la sin pecado, la predilecta del Padre, la que llevó en su seno al Dios hecho hombre”, no sufriera la corrupción del sepulcro. Pio XII supo oír e intuir el sentir del pueblo de Dios, y me da gozo y consuelo pensar que nuestra Madre, María Santísima, con su corazón de carne está ya, y adelantándose a nosotros, en el cielo. Su corazón de carne late junto a nuestro Padre Dios. por cada uno de sus hijos.

Que el Señor nos bendiga a todos. Bendiga nuestra Patria y nuestro Obispado.
Que María nos estimule siempre a ser prontos como ella, a ponernos en camino, y a Anunciar el Evangelio con Pasión y a servir a todos sin ningún tipo de exclusión.

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