Papa Francisco | Amar es respetar al otro, buscar su felicidad

17 enero, 2024

Papa Francisco | Amar es respetar al otro, buscar su felicidad, así lo señalaba el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General del día miércoles. Celebrada en el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco, continuando con el nuevo ciclo de catequesis sobre “Los vicios y las virtudes”, ha centrado su reflexión sobre el tema: La lujuria (Lectura: 1 Ts 4,3-5).

Esto nos decía, “continuemos nuestro itinerario sobre los vicios y las virtudes; y los antiguos Padres nos enseñan que, después de la gula, el segundo «demonio» es decir, el vicio, que está siempre agazapado a la puerta del corazón es el de la lujuria. Mientras que la gula es la voracidad hacia la comida, este segundo vicio es una especie de «voracidad» hacia otra persona, es decir, el vínculo envenenado que los seres humanos tienen entre sí, especialmente en el ámbito de la sexualidad”.

Continuando, el Papa agregó, “si no está contaminado por el vicio, el enamoramiento es uno de los sentimientos más puros. Una persona enamorada se vuelve generosa, disfruta haciendo regalos, escribe cartas y poemas. Deja de pensar en sí mismo para proyectarse completamente hacia el otro, eso es hermoso”.

Profundizando, señaló, “amar es respetar al otro, buscar su felicidad, cultivar la empatía por sus sentimientos, disponerse en el conocimiento de un cuerpo, una psicología y un alma que no son los nuestros, y que hay que contemplar por la belleza que encierran. Amar es esto, y el amor es bello. La lujuria, en cambio, se burla de todo esto: la lujuria saquea, roba, consume de prisa, no quiere escuchar al otro sino sólo a su propia necesidad y placer; la lujuria juzga aburrido todo cortejo, no busca esa síntesis entre razón, pulsión y sentimiento que nos ayudaría a conducir sabiamente la existencia”.

En otro párrafo, el Santo Padre dijo, además, “hay una segunda razón por la que la lujuria es un vicio peligroso. De todos los placeres humanos, la sexualidad tiene una voz poderosa. Involucra todos los sentidos, habita tanto en el cuerpo como en la psique, y esto es hermoso, pero si no se disciplina con paciencia, si no se inscribe en una relación y en una historia donde dos individuos la transforman en una danza amorosa, se convierte en una cadena que priva al hombre de libertad”.

Finalmente, completaba, “hay que defender el amor, el amor del corazón, de la mente, del cuerpo, el amor puro en la entrega al otro. Y ésta es la belleza de la relación sexual. Ganar la batalla contra la lujuria, contra la «cosificación» del otro, puede ser un empeño de toda la vida. Pero el premio de esta batalla es el más importante de todos, porque se trata de preservar esa belleza que Dios escribió en su creación cuando imaginó el amor entre el hombre y la mujer, que no consiste en servirse el uno del otro, sino en amarse”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis. Vicios y virtudes. 4. Lujuria

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy escuchamos bien la catequesis, porque después tendremos aquí al circo haciendo algo para divertirnos.

Continuemos nuestro itinerario sobre los vicios y las virtudes; y los antiguos Padres nos enseñan que, después de la gula, el segundo «demonio» es decir, el vicio, que está siempre agazapado a la puerta del corazón es el de la lujuria. Mientras que la gula es la voracidad hacia la comida, este segundo vicio es una especie de «voracidad» hacia otra persona, es decir, el vínculo envenenado que los seres humanos tienen entre sí, especialmente en el ámbito de la sexualidad.

Atención: en el cristianismo no se condena el instinto sexual. Un libro de la Biblia, el Cantar de los Cantares, es un maravilloso poema de amor entre dos parejas de novios. Sin embargo, esta hermosa dimensión de nuestra humanidad, la dimensión sexual, la dimensión del amor, no está exenta de peligros, hasta el punto de que San Pablo ya tiene que abordar la cuestión en la Primera Epístola a los Corintios. Escribe así: «De todas partes oímos hablar de inmoralidad entre vosotros, y de una inmoralidad como no se encuentra ni siquiera entre los gentiles» (5,1). El reproche del Apóstol se refiere precisamente a un manejo malsano de la sexualidad por parte de algunos cristianos.

Pero fijémonos en la experiencia humana, en la experiencia del enamoramiento. Aquí hay tantos recién casados, ¡que se puede hablar de esto! Por qué sucede este misterio, y por qué es una experiencia tan demoledora en la vida de las personas, ninguno de nosotros lo sabe. Una persona se enamora de otra, llega el enamoramiento. Es una de las realidades más sorprendentes de la existencia. La mayoría de las canciones que se escuchan en la radio hablan de eso: amores que se encienden, amores que siempre se buscan y nunca se alcanzan, amores que están llenos de alegría o amores que atormentan hasta las lágrimas.

Si no está contaminado por el vicio, el enamoramiento es uno de los sentimientos más puros. Una persona enamorada se vuelve generosa, disfruta haciendo regalos, escribe cartas y poemas. Deja de pensar en sí mismo para proyectarse completamente hacia el otro, eso es hermoso. Y si le preguntas a una persona enamorada: «¿por qué amas?», no encontrará respuesta: en muchos sentidos, el suyo es un amor incondicional, sin motivos. Paciencia si ese amor, tan poderoso, es también un poco ingenuo: el amante no conoce realmente el rostro del otro, tiende a idealizarlo, está dispuesto a hacer promesas cuyo peso no capta inmediatamente. Este «jardín» donde se multiplican las maravillas no está, sin embargo, a salvo del mal. Está contaminado por el demonio de la lujuria, y este vicio es particularmente odioso, al menos por dos razones.

En primer lugar, porque destroza las relaciones entre las personas. Para documentar tal realidad, por desgracia, bastan las noticias cotidianas. ¿Cuántas relaciones que comenzaron de la mejor manera se han convertido luego en relaciones tóxicas, de posesión del otro, carentes de respeto y de sentido de los límites? Son amores en los que ha faltado la castidad: una virtud que no hay que confundir con la abstinencia sexual -la castidad es más que la abstinencia sexual-, sino que está relacionada con la voluntad de no poseer nunca al otro. Amar es respetar al otro, buscar su felicidad, cultivar la empatía por sus sentimientos, disponerse en el conocimiento de un cuerpo, una psicología y un alma que no son los nuestros, y que hay que contemplar por la belleza que encierran. Amar es esto, y el amor es bello. La lujuria, en cambio, se burla de todo esto: la lujuria saquea, roba, consume de prisa, no quiere escuchar al otro sino sólo a su propia necesidad y placer; la lujuria juzga aburrido todo cortejo, no busca esa síntesis entre razón, pulsión y sentimiento que nos ayudaría a conducir sabiamente la existencia. El lujurioso sólo busca atajos: no comprende que el camino del amor debe recorrerse despacio, y esta paciencia, lejos de ser sinónimo de aburrimiento, nos permite hacer felices nuestras relaciones amorosas.

Pero hay una segunda razón por la que la lujuria es un vicio peligroso. De todos los placeres humanos, la sexualidad tiene una voz poderosa. Involucra todos los sentidos, habita tanto en el cuerpo como en la psique, y esto es hermoso, pero si no se disciplina con paciencia, si no se inscribe en una relación y en una historia donde dos individuos la transforman en una danza amorosa, se convierte en una cadena que priva al hombre de libertad. El placer sexual, que es un don de Dios, se ve socavado por la pornografía: satisfacción sin relación que puede generar formas de adicción. Hay que defender el amor, el amor del corazón, de la mente, del cuerpo, el amor puro en la entrega al otro. Y ésta es la belleza de la relación sexual.

Ganar la batalla contra la lujuria, contra la «cosificación» del otro, puede ser un empeño de toda la vida. Pero el premio de esta batalla es el más importante de todos, porque se trata de preservar esa belleza que Dios escribió en su creación cuando imaginó el amor entre el hombre y la mujer, que no consiste en servirse el uno del otro, sino en amarse. Esa belleza que nos hace creer que construir una historia juntos es mejor que irse de aventuras -¡hay tantos Don Juan! -, cultivar la ternura es mejor que doblegarse ante el demonio de la posesión -el verdadero amor no posee, se entrega-, servir es mejor que conquistar. Porque si no hay amor, la vida es triste, es triste soledad. Gracias.

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Saludos

Saludo cordialmente a todos los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor la gracia de saber amar como Él ama, con un amor libre y gratuito, y también de saber contemplar respetuosamente el don que Dios nos da en el hermano. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los acompañe. Muchas gracias.

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