Papa Francisco | Ante Jesús no hay secretos: Él lee en el corazón, en el corazón de cada uno de nosotros, así lo señaló el Santo Padre al compartir su mensaje antes de recitar la oración Mariana del Ángelus. Antes del mediodía de hoy (hora de Roma) Su Santidad Francisco se presentaba en la ventana del Estudio Apostólico Vaticano desde donde se reunión con los fieles y peregrinos presentes en Plaza San Pedro.
El Papa nos decía, “en este cuarto domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta la figura de Nicodemo (cf. Jn 3,14-21), un fariseo, «uno de los jefes de los judíos» (Jn 3,1). Vio los signos que realizaba Jesús, reconoció en Él a un maestro enviado por Dios y fue a su encuentro de noche, para no ser visto”.
Continuando, agregó, “a menudo en el Evangelio vemos a Cristo revelar las intenciones de las personas con las que se encuentra, a veces desenmascarando sus actitudes falsas, como con los fariseos (cf. Mt 23,27-32), o haciéndoles reflexionar sobre el desorden de su vida, como con la samaritana (cf. Jn 4,5-42). Ante Jesús no hay secretos: Él lee en el corazón, en el corazón de cada uno de nosotros. Y esta capacidad puede ser inquietante porque, si se usa mal, perjudica a las personas, exponiéndolas a juicios despiadados”.
Antes de concluir, Su Santidad compartió, “a Jesús no le interesa juzgarnos ni someternos a juicio; quiere que ninguno de nosotros se pierda. La mirada del Señor sobre cada uno de nosotros no es un faro cegador que deslumbra y nos pone en dificultades, sino el suave resplandor de una lámpara amiga, que nos ayuda a ver lo bueno que hay en nosotros y a darnos cuenta de lo malo, para que podamos convertirnos y sanar con el apoyo de su gracia”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta la figura de Nicodemo (cf. Jn 3,14-21), un fariseo, «uno de los jefes de los judíos» (Jn 3,1). Vio los signos que realizaba Jesús, reconoció en Él a un maestro enviado por Dios y fue a su encuentro de noche, para no ser visto. El Señor le acogió, dialogó con él y le reveló que no había venido a condenar, sino a salvar al mundo (cf. v. 17). Detengámonos a reflexionar sobre esto: Jesús no vino a condenar, sino a salvar. ¡Es hermoso!
A menudo en el Evangelio vemos a Cristo revelar las intenciones de las personas con las que se encuentra, a veces desenmascarando sus actitudes falsas, como con los fariseos (cf. Mt 23,27-32), o haciéndoles reflexionar sobre el desorden de su vida, como con la samaritana (cf. Jn 4,5-42). Ante Jesús no hay secretos: Él lee en el corazón, en el corazón de cada uno de nosotros. Y esta capacidad puede ser inquietante porque, si se usa mal, perjudica a las personas, exponiéndolas a juicios despiadados. Porque nadie es perfecto, todos somos pecadores, todos erramos, y si el Señor utilizara el conocimiento de nuestras debilidades para condenarnos, nadie podría salvarse.
Pero no es así. Porque no lo utiliza para señalarnos con el dedo, sino para abrazar nuestra vida, liberarnos del pecado y salvarnos. A Jesús no le interesa juzgarnos ni someternos a juicio; quiere que ninguno de nosotros se pierda. La mirada del Señor sobre cada uno de nosotros no es un faro cegador que deslumbra y nos pone en dificultades, sino el suave resplandor de una lámpara amiga, que nos ayuda a ver lo bueno que hay en nosotros y a darnos cuenta de lo malo, para que podamos convertirnos y sanar con el apoyo de su gracia.
Jesús no vino a condenar, sino a salvar al mundo. Pensemos en nosotros, que tan a menudo condenamos a los demás; tan a menudo nos gusta chismorrear, buscar chismes contra los demás. Pidamos al Señor que nos dé a todos esta mirada de misericordia, que miremos a los demás como Él nos mira a todos.
Que María nos ayude a desear el bien de los demás.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas
Hace dos días celebramos el Día Internacional de la Mujer. Quisiera dirigir un pensamiento y expresar mi cercanía a todas las mujeres, especialmente a aquellas cuya dignidad no es respetada. Queda mucho trabajo por hacer por parte de cada uno de nosotros para que se reconozca concretamente la igual dignidad de la mujer. Son las instituciones, sociales y políticas, las que tienen el deber fundamental de proteger y promover la dignidad de todo ser humano, ofreciendo a las mujeres, portadoras de vida, las condiciones necesarias para poder aceptar el don de la vida y asegurar a sus hijos una existencia digna.
Sigo con preocupación y dolor la grave crisis que afecta a Haití y los episodios violentos que se han producido en los últimos días. Estoy cerca de la Iglesia y del querido pueblo haitiano, que sufre desde hace años. Os invito a rezar, por intercesión de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, para que cese toda violencia y para que todos ofrezcan su contribución al crecimiento de la paz y la reconciliación en el país, con el apoyo renovado de la comunidad internacional.
Esta noche nuestros hermanos y hermanas musulmanes comenzarán el Ramadán: expreso mi cercanía a todos ellos.
Saludo a todos los que habéis venido de Roma, de Italia y de muchas partes del mundo. En particular, saludo a los alumnos del Colegio Irabia-Izaga de Pamplona, a los peregrinos de Madrid, Murcia, Málaga y a los de St Mary’s Plainfield – New Jersey.
Saludo a los niños de Primera Comunión y Confirmación de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe y San Filippo Martire de Roma; a los fieles de Reggio Calabria, Quartu Sant’Elena y Castellamonte.
Saludo con afecto a la comunidad católica de la República Democrática del Congo en Roma. Recemos por la paz en este país, así como en la atormentada Ucrania y en Tierra Santa. Que cesen cuanto antes las hostilidades que causan inmensos sufrimientos a la población civil.
Deseo a todos un buen domingo. Por favor, no olviden rezar por mí. Buen almuerzo y ¡adiós!
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