PAPA FRANCISCO | Debemos reconocer que, si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser cómplices del mismo

15 enero, 2025

PAPA FRANCISCO | Debemos reconocer que, si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser cómplices del mismo, así lo señaló el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General. Celebrada en el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco continuó su meditación sobre Los amados del Padre, una meditación sobre los niños en el contexto del tiempo de Navidad. (Lectura: Mt 18,1-3.6).

El Papa nos decía, “(…) todavía hoy, en el mundo, cientos de millones de menores se ven obligados a trabajar, y muchos de ellos están expuestos a trabajos particularmente peligrosos, a pesar de que no tienen la edad mínima para someterse a las obligaciones de la edad adulta. Por no hablar de los chicos y chicas que son esclavos de la trata para la prostitución o la pornografía, y de los matrimonios forzados”.

Continuando, agregó, “el maltrato infantil, sea de la naturaleza que sea, es un acto despreciable, es un acto atroz. No es simplemente una plaga para la sociedad, no, ¡es un crimen! Es una violación muy grave de los mandamientos de Dios.

La pobreza generalizada, la falta de herramientas sociales de apoyo a las familias, la marginalidad que ha aumentado en los últimos años junto con el desempleo y la precariedad laboral son factores que hacen pagar el precio más alto a los más jóvenes. En las metrópolis, donde «muerden» la fractura social y la decadencia moral, hay niños que se dedican al tráfico de drogas y a las más diversas actividades ilícitas”.

Profundizando, el Santo Padre dijo, “(…) en mi país, un chico llamado Loan ha sido secuestrado y se desconoce su paradero. Y una de las hipótesis es que lo enviaron para extraerle órganos, para hacer trasplantes. Y esto se hace, usted lo sabe. ¡Esto se hace! Algunos vuelven con una cicatriz, otros mueren”.

Frente a todo esto, el Papa nos preguntó: “¿qué puedo hacer yo? En primer lugar, debemos reconocer que, si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser cómplices del mismo. ¿Y cuándo lo somos? Por ejemplo, cuando compramos productos que emplean mano de obra infantil. ¿Cómo puedo comer y vestirme sabiendo que detrás de esa comida o de esa ropa hay niños explotados, trabajando en lugar de ir a la escuela?”

Antes de concluir, el Pontífice, compartió, “muchos Estados y organizaciones internacionales ya han promulgado leyes y directivas contra el trabajo infantil, pero se puede hacer más. También insto a los periodistas -aquí hay algunos periodistas- a que pongan de su parte: pueden ayudar a concienciar sobre el problema y a encontrar soluciones. No tengan miedo, denuncien estas cosas. Recordemos siempre las palabras de Jesús: «Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40)”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis. El Padre más amado. 2

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la audiencia anterior hablamos de los niños, y también hoy hablaremos de los niños. La semana pasada nos detuvimos en cómo, en su obra, Jesús habló repetidamente de la importancia de proteger, acoger y amar a los pequeños.

Sin embargo, todavía hoy, en el mundo, cientos de millones de menores se ven obligados a trabajar, y muchos de ellos están expuestos a trabajos particularmente peligrosos, a pesar de que no tienen la edad mínima para someterse a las obligaciones de la edad adulta. Por no hablar de los chicos y chicas que son esclavos de la trata para la prostitución o la pornografía, y de los matrimonios forzados. Y esto es algo amargo. En nuestras sociedades, por desgracia, hay muchas formas de abusar y maltratar a los niños. El maltrato infantil, sea de la naturaleza que sea, es un acto despreciable, es un acto atroz. No es simplemente una plaga para la sociedad, no, ¡es un crimen! Es una violación muy grave de los mandamientos de Dios. No se debe abusar de ningún niño. Un solo caso ya es demasiado. Es necesario, por tanto, despertar nuestras conciencias, practicar la cercanía y la solidaridad concreta con los niños y jóvenes maltratados y, al mismo tiempo, crear confianza y sinergias entre quienes se comprometen a ofrecerles oportunidades y lugares seguros en los que crecer serenamente. Conozco un país de América Latina donde crece una fruta especial, muy especial, que se llama arándano. Se necesitan manos tiernas para cosechar el arándano y obligan a los niños a hacerlo, los esclavizan de niños para cosecharlo.

La pobreza generalizada, la falta de herramientas sociales de apoyo a las familias, la marginalidad que ha aumentado en los últimos años junto con el desempleo y la precariedad laboral son factores que hacen pagar el precio más alto a los más jóvenes. En las metrópolis, donde «muerden» la fractura social y la decadencia moral, hay niños que se dedican al tráfico de drogas y a las más diversas actividades ilícitas. ¡Cuántos de estos niños hemos visto caer como víctimas sacrificiales! A veces, trágicamente, son inducidos a convertirse en «verdugos» de otros compañeros, además de dañarse a sí mismos, su dignidad y su humanidad. Y sin embargo, cuando en la calle, en el barrio de la parroquia, estas vidas perdidas se ofrecen a nuestra mirada, a menudo miramos hacia otro lado.

También hay un caso en mi país, un chico llamado Loan ha sido secuestrado y se desconoce su paradero. Y una de las hipótesis es que lo enviaron para extraerle órganos, para hacer trasplantes. Y esto se hace, usted lo sabe. ¡Esto se hace! Algunos vuelven con una cicatriz, otros mueren. Por eso me gustaría recordar hoy a este chico Loan.

Nos cuesta reconocer la injusticia social que lleva a los niños, que tal vez viven en el mismo barrio o bloque de apartamentos, a tomar caminos y destinos diametralmente opuestos porque uno de ellos nació en una familia desfavorecida. Una brecha humana y social inaceptable: entre los que pueden soñar y los que deben sucumbir. Pero Jesús nos quiere a todos libres, felices; y si ama a cada hombre y a cada mujer como a su hijo y a su hija, ama a los pequeños con toda la ternura de su corazón. Por eso nos pide que nos detengamos a escuchar el sufrimiento de los sin voz, de los sin educación. Luchar contra la explotación, especialmente la infantil, es la manera de construir un futuro mejor para toda la sociedad. Algunos países han tenido la sabiduría de escribir los derechos de los niños. Los niños tienen derechos. Busca tú mismo en internet cuáles son los derechos del niño.

Después podemos preguntarnos: ¿qué puedo hacer yo? En primer lugar, debemos reconocer que si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser cómplices del mismo. ¿Y cuándo lo somos? Por ejemplo, cuando compramos productos que emplean mano de obra infantil. ¿Cómo puedo comer y vestirme sabiendo que detrás de esa comida o de esa ropa hay niños explotados, trabajando en lugar de ir a la escuela? Tomar conciencia de lo que compramos es un primer acto para no ser cómplices. Ver de dónde vienen esos productos. Algunos dirán que, como individuos, no podemos hacer gran cosa. Cierto, pero cada uno puede ser una gota que, unida a muchas otras gotas, puede convertirse en un mar. Sin embargo, también hay que recordar a las instituciones, incluidas las eclesiásticas, y a las empresas su responsabilidad: pueden marcar la diferencia destinando sus inversiones a empresas que no utilicen ni permitan el trabajo infantil. Muchos Estados y organizaciones internacionales ya han promulgado leyes y directivas contra el trabajo infantil, pero se puede hacer más. También insto a los periodistas -aquí hay algunos periodistas- a que pongan de su parte: pueden ayudar a concienciar sobre el problema y a encontrar soluciones. No tengan miedo, denuncien estas cosas.

Y doy las gracias a todos los que no miran hacia otro lado cuando ven a niños obligados a convertirse en adultos demasiado pronto. Recordemos siempre las palabras de Jesús: «Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Santa Teresa de Calcuta, alegre trabajadora de la viña del Señor, fue madre de los niños más desfavorecidos y olvidados. Con la ternura y el cuidado de su mirada, ella puede acompañarnos a ver a los pequeños invisibles, a los demasiados esclavos de un mundo que no podemos dejar a sus injusticias. Porque la felicidad de los más débiles construye la paz de todos. Y con la Madre Teresa damos voz a los niños:

«Pido un lugar seguro

donde pueda jugar.

Pido una sonrisa

de alguien que sabe amar.

Pido el derecho a ser un niño,

ser la esperanza

de un mundo mejor.

Pido poder crecer

como persona.

¿Puedo contar contigo?» (Santa Teresa de Calcuta)

Gracias.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a Jesús, por intercesión de los santos que dedicaron su vida al servicio de los más pequeños, que nos ayude a ser coherentes y valientes testigos del Evangelio. Que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Muchas gracias.


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los fieles de la diócesis de Acqui Terme, de la Comunidad Magnificat Dominum y de la parroquia de Lungavilla.

Saludo con afecto a los alumnos y profesores de la escuela parroquial católica «Instituto Highlands» de Roma.

Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. Animo a cada uno a testimoniar con generosidad la fe en Cristo, que ilumina el camino de la vida.

¡A todos mi bendición!

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