PAPA FRANCISCO | El Señor quiere hacer fiesta con nosotros, una fiesta que no tendrá fin, así lo expresó el Santo Padre al compartir su mensaje antes de recitar la oración mariana del Ángelus. Antes del mediodía de hoy, Su Santidad Francisco se presentaba en la ventana del Estudio Apostólico Vaticano desde donde se reunió con fieles y peregrinos presentes en Plaza San Pedro.
El Papa nos decía, “el Evangelio de la liturgia de hoy (Jn 2,1-11) nos narra el primer signo de Jesús, cuando convierte el agua en vino durante las bodas de Caná de Galilea”. Agregando, “en este Evangelio podemos encontrar dos cosas: carencia y sobreabundancia.
Por una parte, falta vino y María dice a su Hijo: «No tienen vino» (v. 3); por otra, Jesús interviene haciendo llenar seis grandes ánforas y, al final, el vino es tan abundante y exquisito que el dueño del banquete pregunta al Esposo por qué lo ha guardado hasta el final (v. 10). Así, nuestro signo es siempre la carencia, pero siempre «el signo de Dios es la sobreabundancia» y la sobreabundancia de Caná es el signo (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, vol. I, 294)”.
Profundizando, el Santo Padre señaló, “en el banquete de nuestra vida -podemos decir- a veces encontramos que falta el vino: que nos faltan fuerzas y muchas cosas. Sucede cuando las preocupaciones que nos afligen, los miedos que nos asaltan o las fuerzas perturbadoras del mal nos roban el sabor de la vida, la embriaguez de la alegría y el sabor de la esperanza”.
Antes de concluir, el Pontífice, dijo “(…) cuanta más carencia hay en nosotros, más sobreabundancia da el Señor. Porque el Señor quiere hacer fiesta con nosotros, una fiesta que no tendrá fin”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!
El Evangelio de la liturgia de hoy (Jn 2,1-11) nos narra el primer signo de Jesús, cuando convierte el agua en vino durante las bodas de Caná de Galilea. Es un relato que anticipa y resume toda la misión de Jesús: el día de la venida del Mesías -así lo dijeron los profetas- el Señor preparará «un banquete de vinos excelentes» (Is 25,6) y «los montes derramarán el vino nuevo» (Am 9,13); Jesús es el Esposo que trae el «vino nuevo».
En este Evangelio podemos encontrar dos cosas: carencia y sobreabundancia. Por una parte, falta vino y María dice a su Hijo: «No tienen vino» (v. 3); por otra, Jesús interviene haciendo llenar seis grandes ánforas y, al final, el vino es tan abundante y exquisito que el dueño del banquete pregunta al Esposo por qué lo ha guardado hasta el final (v. 10). Así, nuestro signo es siempre la carencia, pero siempre «el signo de Dios es la sobreabundancia» y la sobreabundancia de Caná es el signo (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, vol. I, 294). ¿Cómo responde Dios a la carencia del hombre? Con superabundancia (cf. Rm 5,20). Dios no es tacaño. Cuando da, da mucho. No te da un poco, te da mucho. A nuestras carencias, el Señor responde con su superabundancia.
En el banquete de nuestra vida -podemos decir- a veces encontramos que falta el vino: que nos faltan fuerzas y muchas cosas. Sucede cuando las preocupaciones que nos afligen, los miedos que nos asaltan o las fuerzas perturbadoras del mal nos roban el sabor de la vida, la embriaguez de la alegría y el sabor de la esperanza. Cuidado: frente a esta carencia, cuando el Señor da, da sobreabundancia. Parece una contradicción: cuanta más carencia hay en nosotros, más sobreabundancia da el Señor. Porque el Señor quiere hacer fiesta con nosotros, una fiesta que no tendrá fin.
Recemos, pues, a la Virgen María. Que ella, que es la «Mujer del vino nuevo» (cf. A. Bello, Maria, donna dei nostri giorni), interceda por nosotros y, en este año jubilar, nos ayude a redescubrir la alegría del encuentro con Jesús.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas
En los últimos días se ha anunciado que el alto el fuego en Gaza entrará en vigor hoy. Expreso mi gratitud a todos los mediadores. Es un buen trabajo mediar para que haya paz. Gracias a los mediadores. Y también doy las gracias a todas las partes implicadas en este importante resultado. Espero que lo acordado sea respetado inmediatamente por las partes y que todos los rehenes puedan por fin volver a casa y reencontrarse con sus seres queridos. Rezo mucho por ellos y por sus familias. También espero que la ayuda humanitaria llegue más rápidamente y en grandes cantidades a la población de Gaza, que tanto la necesita.
Tanto israelíes como palestinos necesitan señales claras de esperanza: espero que las autoridades políticas de ambos, con la ayuda de la comunidad internacional, puedan alcanzar la solución adecuada para los dos Estados. Todos podemos decir: sí al diálogo, sí a la reconciliación, sí a la paz. Y recemos por ello: por el diálogo, la reconciliación y la paz.
Hace unos días se anunció la liberación de un grupo de presos de las cárceles cubanas. Es un gesto de gran esperanza que concreta una de las intenciones de este año jubilar. Espero que en los próximos meses sigamos emprendiendo iniciativas de este tipo en las distintas partes del mundo, que infundan confianza en el camino de las personas y de los pueblos.
Y os saludo a todos vosotros, romanos, peregrinos, a los niños de la Inmaculada Concepción, a las Hermanas de San Agustín de Polonia, al grupo de fieles guatemaltecos con la imagen del Señor de Esquipulas, y a los alumnos de los colegios «Pedro Mercedes» de Cuenca y «Juan Pablo II» de Parla, en España, y a los del Piggott School de Wargrave, en Inglaterra. Saludo a los jóvenes y misioneros del movimiento Operazione Mato Grosso; a los fieles de la Unidad pastoral de La Guizza, en Padua, a los de Malgrate, Civate y Lecco Alta, y a los de Locorotondo; así como al grupo «Amigos especiales» de Este.
En estos días de oración por la unidad de los cristianos, no dejemos de invocar de Dios el don precioso de la plena comunión entre todos los discípulos del Señor. Y recemos siempre por la atormentada Ucrania, por Palestina, Israel, Myanmar y por todos los pueblos que sufren la guerra.
Os deseo a todos un buen domingo y, por favor, no olvidéis rezar por mí. Buen almuerzo y ¡adiós!
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