Papa Francisco | El verdadero católico, el verdadero cristiano es el que recibe a Jesús dentro, el que cambia el corazón

29 marzo, 2023

Papa Francisco | El verdadero católico, el verdadero cristiano es el que recibe a Jesús dentro, el que cambia el corazón, así lo señaló el Santo Padre al compartir su mensaje durante la audiencia general del día miércoles. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco, continuando con el ciclo de catequesis, “La pasión por la evangelización: El celo apostólico del creyente, ha centrado sus palabras en el tema, “Testimonio de San Pablo” (Lectura: Gal 1,22-24).

Sobre el tema, nos decía, “la historia de Pablo de Tarso es emblemática a este respecto. En el primer capítulo de la Carta a los Gálatas, así como en la narración de los Hechos de los Apóstoles, podemos ver que su celo por el Evangelio aparece después de su conversión, y ocupa el lugar de su anterior celo por el judaísmo. Su celo primero quería destruir la Iglesia, luego la construye. Podemos preguntarnos: ¿qué sucedió, qué pasa de la destrucción a la construcción?”

Continuando, el Papa agregaba, “Santo Tomás de Aquino enseña que la pasión, desde el punto de vista moral, no es ni buena ni mala: su uso virtuoso la hace moralmente buena, el pecado la hace mala [[1]]. En el caso de Pablo, lo que le cambió no fue una simple idea o convicción: fue el encuentro con el Señor resucitado -no lo olvidemos, lo que cambia una vida es el encuentro con el Señor-”.

Profundizando, el Santo Padre subrayaba, “la humanidad de Pablo, su pasión por Dios y su gloria no es aniquilada, sino transformada, «convertida» por el Espíritu Santo. El único que puede cambiar nuestros corazones es el Espíritu Santo. Y así en todos los aspectos de su vida. Igual que sucede en la Eucaristía: el pan y el vino no desaparecen, sino que se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo”.

En otro párrafo, el Pontífice, compartía, además, “la pasión por el Evangelio no es una cuestión de comprensión o de estudios, que son útiles, pero no la generan, sino que significa pasar por esa misma experiencia de «caída y resurrección» que vivió Saulo/Pablo y que está en el origen de la transfiguración de su impulso apostólico. Estudiar sirve, pero no genera la vida nueva de la gracia. De hecho, como dice San Ignacio de Loyola: «No es mucho el saber que sacia y satisface el alma, sino el sentir y gustar interiormente las cosas»[[2]] Son las cosas las que te cambian por dentro, las que te hacen conocer otra cosa, gustar otra cosa”.

Casi llegando al final de su mensaje, el Papa decía, “el verdadero católico, el verdadero cristiano es el que recibe a Jesús dentro, el que cambia el corazón. Esta es la pregunta que os hago hoy a todos: ¿qué significa Jesús para mí?” Completando, señaló, “(…) cuando uno encuentra a Jesús siente el fuego y como Pablo debe predicar a Jesús, debe hablar de Jesús, debe ayudar a la gente, debe hacer cosas buenas. Cuando uno encuentra la idea de Jesús se queda como ideólogo del cristianismo y esto no salva, sólo Jesús nos salva, si lo has encontrado y le has abierto la puerta de tu corazón”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario de catequesis sobre el celo apostólico, comenzamos hoy fijándonos en algunas figuras que, de modos diversos y en épocas diferentes, han dado un testimonio ejemplar de lo que significa la pasión por el Evangelio. Y el primer testigo es, naturalmente, el apóstol Pablo. A él quisiera dedicar dos catequesis.

La historia de Pablo de Tarso es emblemática a este respecto. En el primer capítulo de la Carta a los Gálatas, así como en la narración de los Hechos de los Apóstoles, podemos ver que su celo por el Evangelio aparece después de su conversión, y ocupa el lugar de su anterior celo por el judaísmo. Era un hombre celoso de la ley de Moisés, del judaísmo, y después de la conversión este celo continúa, pero para anunciar, para predicar a Jesucristo. Pablo era un amante de Jesús. Saulo -nombre de pila de Pablo- ya era celoso, pero Cristo convirtió su celo: de la Ley al Evangelio. Su celo primero quería destruir la Iglesia, luego la construye. Podemos preguntarnos: ¿qué sucedió, qué pasa de la destrucción a la construcción? ¿Qué ha cambiado en Pablo? ¿En qué sentido se transformó su celo, su impulso por la gloria de Dios?

Santo Tomás de Aquino enseña que la pasión, desde el punto de vista moral, no es ni buena ni mala: su uso virtuoso la hace moralmente buena, el pecado la hace mala[[3]]. En el caso de Pablo, lo que le cambió no fue una simple idea o convicción: fue el encuentro con el Señor resucitado -no lo olvidemos, lo que cambia una vida es el encuentro con el Señor-. Para Saulo fue el encuentro con el Señor resucitado lo que transformó todo su ser. La humanidad de Pablo, su pasión por Dios y su gloria no es aniquilada, sino transformada, «convertida» por el Espíritu Santo. El único que puede cambiar nuestros corazones es el Espíritu Santo. Y así en todos los aspectos de su vida. Igual que sucede en la Eucaristía: el pan y el vino no desaparecen, sino que se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El celo de Pablo permanece, pero se convierte en el celo de Cristo. El significado cambia, pero el celo es el mismo. Se sirve al Señor con nuestra humanidad, con nuestras prerrogativas y características, pero lo que lo cambia todo no es una idea, sino la vida real, como dice el propio Pablo: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva; las cosas viejas pasaron; he aquí que las cosas nuevas existen» (2 Cor 5,17). El encuentro con Jesucristo te cambia por dentro, te convierte en una persona distinta. Si uno está en Cristo, es una criatura nueva. Hacerse cristiano no es un maquillaje que te cambia la cara, ¡no! Si eres cristiano te cambia el corazón, pero si eres un cristiano de apariencia, eso no sirve… los cristianos de maquillaje no sirven. El verdadero cambio es de corazón. Y esto le pasó a Pablo.

La pasión por el Evangelio no es una cuestión de comprensión o de estudios, que son útiles pero no la generan, sino que significa pasar por esa misma experiencia de «caída y resurrección» que vivió Saulo/Pablo y que está en el origen de la transfiguración de su impulso apostólico. Puedes estudiar toda la teología que quieras, puedes estudiar la Biblia y todo eso y volverte ateo o mundano, no es cuestión de estudios; ¡en la historia ha habido muchos teólogos ateos! Estudiar sirve, pero no genera la vida nueva de la gracia. De hecho, como dice San Ignacio de Loyola: «No es mucho el saber que sacia y satisface el alma, sino el sentir y gustar interiormente las cosas»[[4]] Son las cosas las que te cambian por dentro, las que te hacen conocer otra cosa, gustar otra cosa. Cada uno de nosotros piensa en esto: «¿Soy una persona religiosa?». – «Sí» – «¿Rezo?» – «Sí» – «¿Intento cumplir los mandamientos?» – «Sí» – «Pero ¿dónde está Jesús en tu vida?» – «Ah, no, yo hago las cosas que manda la Iglesia». Pero, ¿dónde está Jesús? ¿Has conocido a Jesús, has hablado con Jesús? Tomas el Evangelio o hablas con Jesús, ¿recuerdas quién es Jesús?      Y esto es algo que pasamos por alto tantas veces, cuando Jesús entra en tu vida, como entró en la vida de Pablo, Jesús entra, lo cambia todo. Tantas veces hemos oído comentarios sobre la gente: ‘Pero mira aquel otro, que era un desgraciado y ahora es un buen hombre, una buena mujer… ¿Quién lo cambió? Jesús, encontró a Jesús. ¿Ha cambiado tu vida de cristiano? «Y no, más o menos, sí…». Si Jesús no entró en tu vida no cambió. Sólo puedes ser cristiano por fuera. No, tiene que entrar Jesús y eso te cambia y eso le pasó a Pablo. Tienes que encontrar a Jesús y por eso Pablo dijo que el amor de Cristo nos impulsa, lo que te impulsa a seguir adelante. El mismo cambio le pasó a todos los santos, que cuando encontraron a Jesús siguieron adelante.

Podemos seguir reflexionando sobre el cambio que se produce en Pablo, que pasó de perseguidor a apóstol de Cristo. Observamos que se da en él una especie de paradoja: en efecto, mientras se considera justo ante Dios, entonces se siente autorizado a perseguir, a detener, incluso a matar, como en el caso de Esteban; pero cuando, iluminado por el Señor resucitado, descubre que ha sido «un blasfemo y un violento» (cf. 1 Tim 1, 13), -así dice de sí mismo: «He sido un blasfemo y un violento»-, entonces comienza a ser verdaderamente capaz de amar. Y éste es el camino. Si uno de nosotros dice: ‘Ah gracias Señor, porque soy una buena persona, hago cosas buenas, no cometo grandes pecados…’: éste no es un buen camino, éste es un camino de autosuficiencia, éste es un camino que no te justifica, te hace un católico elegante, pero un católico elegante no es un católico santo, es elegante. El verdadero católico, el verdadero cristiano es el que recibe a Jesús dentro, el que cambia el corazón. Esta es la pregunta que os hago hoy a todos: ¿qué significa Jesús para mí? ¿Le he dejado entrar en mi corazón, o sólo le tengo cerca, pero no entro tanto? ¿Me he dejado cambiar por Él? O Jesús es sólo una idea, una teología que sigue… Y eso es celo, cuando uno encuentra a Jesús siente el fuego y como Pablo debe predicar a Jesús, debe hablar de Jesús, debe ayudar a la gente, debe hacer cosas buenas. Cuando uno encuentra la idea de Jesús se queda como ideólogo del cristianismo y esto no salva, sólo Jesús nos salva, si lo has encontrado y le has abierto la puerta de tu corazón. ¡La idea de Jesús no te salva! Que el Señor nos ayude a encontrar a Jesús, a encontrarnos con Jesús, y que este Jesús interior cambie nuestras vidas y nos ayude a ayudar a los demás.

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Después de la Catequesis:

Santo Padre:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa, especialmente a los jóvenes de los colegios: La Croce San Marcello, San Giuseppe, San Domenico, Massillon y Beauséjour. Estamos llamados a testimoniar el amor de Dios con celo, mansedumbre y caridad a nuestro pueblo y a cuantos el Señor ponga en nuestro camino. Pidamos al Señor la gracia de irradiar la alegría de su Evangelio a través de nuestras vidas para hacer nuestras sociedades más humanas y fraternas. Que Dios os bendiga.


[1] Cf. Quaestio «De veritate» 24, 7.

[2] Ejercicios Espirituales, Anotaciones, 2, 4.

[3] Cf. Quaestio «De veritate» 24, 7.

[4] Ejercicios Espirituales, Anotaciones, 2, 4.

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