PAPA FRANCISCO | La alegría del Evangelio, la alegría evangélica, a diferencia de cualquier otra alegría, puede renovarse cada día y contagiarse, así lo dijo el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General de hoy. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco retomando el ciclo de catequesis «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza», centró su meditación en el tema »Los frutos del Espíritu Santo. La alegría» (Lectura: Flp 4,4-7).
Al respecto, decía, “después de haber hablado de la gracia santificante y de los carismas, quisiera centrarme hoy en una tercera realidad vinculada a la acción del Espíritu Santo: los «frutos del Espíritu». ¿Cuáles son los frutos del Espíritu? San Pablo ofrece una lista de ellos en la Carta a los Gálatas. Escribe: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (5,22). Nueve frutos del Espíritu”.
Siguiendo, agregó, “estos frutos expresan siempre la creatividad de la persona, en la que «la fe actúa por la caridad» (Ga 5,6), a veces de modo sorprendente y gozoso. No todos en la Iglesia pueden ser apóstoles, profetas, evangelistas; pero todos indistintamente pueden y deben ser caritativos, pacientes, humildes, pacificadores, etc.”
Profundizando, dijo, “entre los frutos del Espíritu enumerados por el Apóstol, quisiera destacar uno de ellos, recordando las palabras iniciales de la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quien se deja salvar por Él se libera del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo nace y renace siempre la alegría» (n. 1). A veces habrá momentos tristes, pero siempre hay paz. Con Jesús hay alegría y paz”.
Completando, el Papa dijo, “la alegría, fruto del Espíritu, tiene en común con cualquier otra alegría humana un cierto sentimiento de plenitud y satisfacción, que hace desear que dure para siempre. Sin embargo, sabemos por experiencia que eso no sucede, porque aquí abajo todo pasa deprisa”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Ciclo de catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo conduce al pueblo de Dios a Jesús, nuestra esperanza. 15. Los frutos del Espíritu Santo. Alegría
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber hablado de la gracia santificante y de los carismas, quisiera centrarme hoy en una tercera realidad vinculada a la acción del Espíritu Santo: los «frutos del Espíritu». ¿Cuáles son los frutos del Espíritu? San Pablo ofrece una lista de ellos en la Carta a los Gálatas. Escribe: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (5,22). Nueve frutos del Espíritu. Pero, ¿qué es este «fruto del Espíritu»?
A diferencia de los carismas, que el Espíritu da a quien quiere y cuando quiere para el bien de la Iglesia, los frutos del Espíritu -repito: amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí- son el resultado de una colaboración entre la gracia y nuestra libertad. Estos frutos expresan siempre la creatividad de la persona, en la que «la fe actúa por la caridad» (Ga 5,6), a veces de modo sorprendente y gozoso. No todos en la Iglesia pueden ser apóstoles, profetas, evangelistas; pero todos indistintamente pueden y deben ser caritativos, pacientes, humildes, pacificadores, etc. Todos, sí, debemos ser caritativos, debemos ser pacientes, debemos ser humildes, pacificadores y no guerreros.
Entre los frutos del Espíritu enumerados por el Apóstol, quisiera destacar uno de ellos, recordando las palabras iniciales de la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quien se deja salvar por Él se libera del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo nace y renace siempre la alegría» (n. 1). A veces habrá momentos tristes, pero siempre hay paz. Con Jesús hay alegría y paz.
La alegría, fruto del Espíritu, tiene en común con cualquier otra alegría humana un cierto sentimiento de plenitud y satisfacción, que hace desear que dure para siempre. Sin embargo, sabemos por experiencia que eso no sucede, porque aquí abajo todo pasa deprisa. Todo pasa deprisa. Pensemos juntos: la juventud: pasa rápido, la salud, la fuerza, la riqueza, las amistades, el amor… ¿Duran cien años? Pero luego ya no. Por otra parte, aunque estas cosas no pasen deprisa, al cabo de un tiempo ya no bastan, o incluso aburren, porque, como decía san Agustín a Dios: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» [1]. Hay inquietud del corazón para buscar la belleza, la paz, el amor, la alegría.
La alegría del Evangelio, la alegría evangélica, a diferencia de cualquier otra alegría, puede renovarse cada día y contagiarse. «Sólo a través del encuentro -o reencuentro- con el amor de Dios, que se transforma en amistad feliz, somos redimidos de nuestra conciencia aislada y de nuestra autorreferencialidad. […] Ahí está la fuente de la acción evangelizadora. En efecto, si alguien ha acogido este amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede abstenerse de comunicarlo a los demás?» (Evangelii gaudium, 8). Esta es la doble característica de la alegría que es fruto del Espíritu: no sólo no está sometida al inevitable desgaste del tiempo, sino que se multiplica al compartirla con los demás. La verdadera alegría se comparte con los demás y es «contagiosa».
Hace cinco siglos, vivió aquí en Roma un santo llamado Felipe Neri. Ha pasado a la historia como el santo de la alegría. A los niños pobres y abandonados de su Oratorio les decía: «Hijos míos, sed alegres; no quiero escrúpulos ni melancolía; me basta con que no pequéis». Y de nuevo: «¡Sed buenos, si podéis!». Menos conocida, sin embargo, es la fuente de la que procedía su alegría. San Felipe Neri amaba tanto a Dios que a veces parecía que el corazón le iba a estallar en el pecho. Su alegría era, en el sentido más pleno, un fruto del Espíritu. El santo participó en el Jubileo de 1575, que enriqueció con la práctica, mantenida posteriormente, de visitar las Siete Iglesias. Fue, en su tiempo, un verdadero evangelizador a través de la alegría. Y tenía este rasgo propio de Jesús: perdonaba siempre, lo perdonaba todo. Quizá alguno de nosotros piense: «Pero yo he hecho este pecado, y no me será perdonado…». Escuchad esto: Dios perdona todo, Dios perdona siempre. Y ésta es la alegría: ser perdonados por Dios. Y a los sacerdotes y a los confesores les digo siempre: perdonadlo todo, no pidáis demasiado, pero perdonadlo todo, todo y siempre.
La palabra «evangelio» significa buena nueva. Por eso no se puede comunicar con caras largas y semblante sombrío, sino con la alegría de quien ha encontrado el tesoro escondido y la perla preciosa. Recordemos la exhortación que san Pablo dirigió a los creyentes de la Iglesia de Filipos, y que ahora dirige a todos nosotros: «Estad siempre alegres en el Señor, repito: estad alegres. Que vuestra bondad sea conocida por todos» (Flp 4, 4-5).
Queridos hermanos y hermanas, estad alegres con la alegría de Jesús en el corazón. Gracias.
_______________________________________
[1] Confesiones, I, 1.
___________________________
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, de modo particular a los miembros de ESNE, El Sembrador, y les agradezco su labor evangelizadora a través de los medios de comunicación. El próximo domingo vamos a empezar el Adviento; es un tiempo de preparación a la Navidad. Vivamos este tiempo de gracia irradiando la alegría que es fruto del encuentro con Jesús. Que Dios los bendiga y que la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. El próximo domingo comienza el Adviento, en preparación de la Navidad de Cristo. Os animo a todos a vivir este «tiempo fuerte» con oración vigilante y ardiente esperanza.
La próxima semana, con el Adviento, comenzará también la traducción al chino del resumen de la Catequesis de la Audiencia.
Y no olvidemos al atormentado pueblo ucraniano. Sufren mucho. Y vosotros, niños, pensad en los niños y jóvenes ucranianos que sufren en estos momentos, sin calefacción, con un invierno muy duro, muy riguroso. Rezad por los niños y jóvenes ucranianos. ¿Lo haréis? ¿Vais a rezar? Todos vosotros. No lo olvidéis. Y recemos también por la paz en Tierra Santa; Nazaret, Palestina, Israel… Que haya paz, que haya paz. La gente está sufriendo mucho. Recemos todos juntos por la paz.
Mi bendición para todos.
0 comentarios