Papa Francisco | La de la acedia es una batalla decisiva, que hay que ganar a toda costa

14 febrero, 2024

Papa Francisco | La de la acedia es una batalla decisiva, que hay que ganar a toda costa, así nos los señaló el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General del día miércoles. Continuando con el ciclo de catequesis sobre “Los vicios y las virtudes”, Su Santidad Francisco centró su reflexión sobre el tema “la acedia” (Lectura: Mt 26,36.40-41).

Así entonces, nos decía, “entre todos los pecados capitales, hay uno que a menudo se pasa por alto, quizá a causa de su nombre, que muchos no comprenden: me refiero a la acedia. Por eso, en el catálogo de los vicios, el término acedia se sustituye a menudo por otro mucho más utilizado: la pereza”.

Continuando, el Papa señaló, “es una tentación muy peligrosa, con la que no se debe jugar. La persona que cae víctima de ella está como aplastada por un deseo de muerte: siente repugnancia por todo; su relación con Dios se le hace aburrida; e incluso los actos más santos, los que en el pasado habían calentado su corazón, ahora le parecen completamente inútiles. La persona empieza a lamentar el paso del tiempo y la juventud que queda irremediablemente atrás. La acedia se define como el «demonio del mediodía»: nos atrapa en mitad de la jornada, cuando el cansancio es máximo y las horas que nos esperan parecen monótonas, imposibles de vivir”.

En otro párrafo el Pontífice compartió, “frente a este vicio, del que nos damos cuenta que es tan peligroso, los maestros de espiritualidad prevén varios remedios. Me gustaría señalar el que me parece más importante y que yo llamaría la paciencia de la fe. Aunque bajo el azote de la acedia el deseo del hombre sea estar «en otra parte», escapar de la realidad, hay que tener en cambio el valor de permanecer y acoger en mi «aquí y ahora», en mi situación tal como es, la presencia de Dios”.

El Papa reflexionaba entonces diciendo: “¡Cuántas personas, presas de la acedia, movidas por una inquietud sin rostro, han abandonado tontamente el camino del bien que habían emprendido! La de la acedia es una batalla decisiva, que hay que ganar a toda costa. Y es una batalla que no ha perdonado ni siquiera a los santos, porque en tantos de sus diarios hay algunas páginas que confiesan momentos tremendos, de verdaderas noches de fe, en las que todo parecía oscuro”.

Finalmente, nos compartió, “la fe, atormentada por la prueba de la pereza, no pierde su valor. Al contrario, es la fe verdadera, la fe muy humana, que, a pesar de todo, a pesar de las tinieblas que la ciegan, sigue creyendo humildemente. Es esa fe que permanece en el corazón, como permanecen las brasas bajo las cenizas. Siempre permanece. Y si alguno de nosotros cae en este vicio o en la tentación de la pereza, que intente mirar dentro y guardar las brasas de la fe: así es como avanzamos”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis. Vicios y virtudes. 8. Pereza

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Entre todos los pecados capitales, hay uno que a menudo se pasa por alto, quizá a causa de su nombre, que muchos no comprenden: me refiero a la acedia. Por eso, en el catálogo de los vicios, el término acedia se sustituye a menudo por otro mucho más utilizado: la pereza. En realidad, la pereza es más un efecto que una causa. Cuando una persona está ociosa, indolente, apática, decimos que es perezosa. Pero, como enseña la sabiduría de los antiguos padres del desierto, a menudo la raíz de esta pereza es la acedia, que literalmente del griego significa «falta de cuidado».

Es una tentación muy peligrosa, con la que no se debe jugar. La persona que cae víctima de ella está como aplastada por un deseo de muerte: siente repugnancia por todo; su relación con Dios se le hace aburrida; e incluso los actos más santos, los que en el pasado habían calentado su corazón, ahora le parecen completamente inútiles. La persona empieza a lamentar el paso del tiempo y la juventud que queda irremediablemente atrás.

La acedia se define como el «demonio del mediodía»: nos atrapa en mitad de la jornada, cuando el cansancio es máximo y las horas que nos esperan parecen monótonas, imposibles de vivir. En una famosa descripción, el monje Evagrio representa así esta tentación: «El ojo del perezoso está continuamente fijo en las ventanas, y en su mente fantasea con las visitas […] Cuando lee, el perezoso bosteza a menudo y se deja vencer fácilmente por el sueño, arruga los ojos, se frota las manos y, retirando los ojos del libro, mira fijamente a la pared; luego, volviéndolos de nuevo al libro, lee un poco más [… ]; finalmente, inclinando la cabeza, coloca el libro debajo de ella, y cae en un sueño ligero, hasta que el hambre le despierta y le urge a atender sus necesidades»; en conclusión, «el perezoso no hace la obra de Dios con solicitud» [1].

Los lectores contemporáneos ven en estas descripciones algo que recuerda mucho al mal de la depresión, tanto desde el punto de vista psicológico como filosófico. En efecto, para los que están atrapados en la acedia, la vida pierde su sentido, rezar es aburrido, cada batalla parece carecer de sentido. Si alimentamos pasiones en nuestra juventud, ahora nos parecen ilógicas, sueños que no nos hicieron felices. Así que nos dejamos llevar y la distracción, el no pensar, aparecen como las únicas salidas: nos gustaría estar aturdidos, tener la mente completamente vacía… Es un poco como morir por anticipado, y es feo.

Frente a este vicio, del que nos damos cuenta que es tan peligroso, los maestros de espiritualidad prevén varios remedios. Me gustaría señalar el que me parece más importante y que yo llamaría la paciencia de la fe. Aunque bajo el azote de la acedia el deseo del hombre sea estar «en otra parte», escapar de la realidad, hay que tener en cambio el valor de permanecer y acoger en mi «aquí y ahora», en mi situación tal como es, la presencia de Dios. Los monjes dicen que para ellos la celda es la mejor maestra de vida, porque es el lugar que concreta y cotidianamente te habla de tu historia de amor con el Señor. El demonio de la acedia quiere destruir precisamente esta alegría sencilla del aquí y ahora, este asombro agradecido de la realidad; quiere hacerte creer que todo es en vano, que nada tiene sentido, que no vale la pena preocuparse por nada ni por nadie. En la vida nos encontramos con personas «perezosas», personas de las que decimos: «¡Pero esto es aburrido!» y no nos gusta estar con él; personas que también tienen una actitud de aburrimiento que contagia. Eso es la pereza.

¡Cuántas personas, presas de la acedia, movidas por una inquietud sin rostro, han abandonado tontamente el camino del bien que habían emprendido! La de la acedia es una batalla decisiva, que hay que ganar a toda costa. Y es una batalla que no ha perdonado ni siquiera a los santos, porque en tantos de sus diarios hay algunas páginas que confiesan momentos tremendos, de verdaderas noches de fe, en las que todo parecía oscuro. Estos santos nos enseñan a atravesar la noche con paciencia, aceptando la pobreza de la fe. Recomiendan, bajo la opresión de la pereza, mantener una medida menor de compromiso, fijarse metas más al alcance de la mano, pero al mismo tiempo aguantar y perseverar apoyándose en Jesús, que nunca abandona en la tentación.

La fe, atormentada por la prueba de la pereza, no pierde su valor. Al contrario, es la fe verdadera, la fe muy humana, que, a pesar de todo, a pesar de las tinieblas que la ciegan, sigue creyendo humildemente. Es esa fe que permanece en el corazón, como permanecen las brasas bajo las cenizas. Siempre permanece. Y si alguno de nosotros cae en este vicio o en la tentación de la pereza, que intente mirar dentro y guardar las brasas de la fe: así es como avanzamos.

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[1] Evagrius Ponticus, Los ocho espíritus de la maldad, 14.

Saludo

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Hoy, Miércoles de ceniza, comenzamos la Cuaresma. Los invito durante este tiempo a acompañar a Jesús en el desierto con la oración, el ayuno y la limosna, dando testimonio de la fe con alegría y humildad. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

* * *

Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana.

En particular, a los alumnos del Liceo Marconi de Pescara, del Instituto «Aldo Moro» de Sutri y de la escuela «Gianna Beretta Molla» de Corbetta. Saludo con afecto a los niños huéspedes del Instituto Nacional del Cáncer de Milán, acompañados de sus familias y del personal sanitario. Saludo con gratitud a los miembros de la Asociación «Motor Terapia» de Lecce, que ayudan a las personas con diferentes capacidades motrices.

Todos hemos leído y escuchado las historias de los primeros mártires de la Iglesia, que fueron muchos. Aquí, donde ahora está el Vaticano, hay un cementerio y muchos de los que fueron ejecutados están enterrados aquí; si cavas, encuentras sus tumbas. Pero también hoy hay muchos mártires en todo el mundo: muchos, quizá más que al principio. Hay muchos perseguidos por la fe. Y hoy quisiera saludar de modo especial a un «mártir vivo», el cardenal Simoni. Él, como sacerdote, como obispo, vivió 28 años en la cárcel, en las cárceles de la Albania comunista, quizá la persecución más cruel. Y sigue dando testimonio. Y como él, muchos, muchos. Ahora tiene 95 años y sigue trabajando por la Iglesia sin desanimarse. Querido hermano, te agradezco tu testimonio. Gracias.

Por último, mi pensamiento está con los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. Hoy comienza la Cuaresma, hagamos de este tiempo una ocasión de conversión y de renovación interior en la escucha de la Palabra de Dios, en la atención a nuestros hermanos y hermanas más necesitados. Y no olvidemos nunca a la atormentada Ucrania, Palestina e Israel, que tanto sufren. Recemos por estos hermanos y hermanas que sufren a causa de la guerra. Avancemos en el proceso de conversión, en la escucha de la Palabra de Dios, en la atención a nuestros hermanos y hermanas necesitados, y avancemos en la intensificación de la oración, especialmente para pedir la paz en el mundo.

Os bendigo a todos.

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