Papa Francisco | La evangelización no se hace por proselitismo, sino por testimonio, por atracción

18 octubre, 2023

Papa Francisco | La evangelización no se hace por proselitismo, sino por testimonio, por atracción, así lo señaló el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General del día miércoles. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco, continuando con el ciclo de catequesis “La pasión por la evangelización: El celo apostólico del creyente”, centró su meditación en el tema, “San Carlos de Foucauld, corazón pulsante de la caridad de la vida nuestra” (Lectura: Lc 2,51-52).

Así, nos decía el Papa, “continuamos nuestro encuentro con algunos testigos cristianos, ricos de celo en el anuncio del Evangelio. Hoy quisiera hablaros de un hombre que hizo de Jesús y de sus hermanos más pobres la pasión de su vida. Me refiero a san Carlos de Foucauld que, «partiendo de su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos» (Carta Encíclica Hermanos todos, 286)”.

Entonces, preguntó: “¿Y cuál era el «secreto» de Charles de Foucauld, de su vida? Él, después de haber vivido una juventud lejos de Dios, sin creer en nada, salvo en la búsqueda desordenada del placer, se lo confía a un amigo no creyente, a quien, después de haberse convertido acogiendo la gracia del perdón de Dios en la Confesión, le revela la razón de su vida. Escribe: «He perdido mi corazón por Jesús de Nazaret» [1]”.

Avanzando, el Santo Padre, señaló del santo, “aconsejado por su confesor, va a Tierra Santa para visitar los lugares donde vivió el Señor y caminar por donde caminó el Maestro. En particular, es en Nazaret donde se da cuenta de que debe formarse en la escuela de Cristo. Experimenta una intensa relación con el Señor, pasa largas horas leyendo los Evangelios y se siente como su hermano pequeño”.

El Papa también, contaba, “Charles deja que Jesús actúe en silencio, convencido de que la «vida eucarística» evangeliza. De hecho, cree que Cristo es el primer evangelizador. Por eso permanece en oración a los pies de Jesús, ante el sagrario, durante unas diez horas al día, seguro de que allí reside la fuerza evangelizadora y sintiendo que es Jesús quien le acerca a tantos hermanos y hermanas lejanos”.

Respecto de esto último, preguntó y respondió el Pontífice: “Y nosotros, me pregunto, ¿creemos en el poder de la Eucaristía? Nuestro ir hacia los demás, nuestro servicio, ¿encuentra ahí, en la adoración, su comienzo y su plenitud? Estoy convencido de que hemos perdido el sentido de la adoración; debemos recuperarlo, comenzando por nosotros los consagrados, obispos, sacerdotes, monjas y todas las personas consagradas”.

Ampliando, agregaba el Santo Padre, “Charles de Foucauld escribía: «Todo cristiano es un apóstol» [4]; y recordaba a un amigo que «junto a los sacerdotes necesitamos laicos que vean lo que el sacerdote no ve, que evangelicen con una cercanía de caridad, con una bondad para con todos, con un afecto siempre dispuesto a entregarse» [5]. Laicos que sean santos, no trepas. Y esos laicos, esas laicas enamorados de Jesús hacen comprender al sacerdote que no es un funcionario, que es un mediador, un sacerdote. Cuánta necesidad tenemos los sacerdotes de tener a nuestro lado a esos laicos que creen en serio y con su testimonio nos enseñan el camino».

Además, decía del Santo, “San Carlos de Foucauld, figura profética para nuestro tiempo, fue testigo de la belleza de comunicar el Evangelio mediante el apostolado de la mansedumbre: él, que se sentía «hermano universal» y acogía a todos, nos muestra la fuerza evangelizadora de la mansedumbre, de la ternura. No olvidemos que el estilo de Dios reside en tres palabras: cercanía, compasión y ternura. Dios está siempre cerca, siempre compasivo, siempre tierno”.

Finalizando, el Santo Padre compartió, “vivir la bondad de Jesús le llevó a forjar lazos fraternales de amistad con los pobres, con los tuareg, con los más alejados de su mentalidad. La bondad es sencilla y pide ser personas sencillas, que no tengan miedo de regalar una sonrisa. La evangelización no se hace por proselitismo, sino por testimonio, por atracción. Preguntémonos, pues, si llevamos alegría cristiana, mansedumbre cristiana, ternura cristiana, compasión cristiana, cercanía cristiana a nosotros mismos y a los demás”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

La catequesis. Pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente. 23. San Carlos de Foucauld, corazón palpitante de caridad en la vida oculta

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos nuestro encuentro con algunos testigos cristianos, ricos de celo en el anuncio del Evangelio. Celo apostólico, celo por el anuncio: estamos pasando revista a algunos cristianos que fueron ejemplo de este celo apostólico. Hoy quisiera hablaros de un hombre que hizo de Jesús y de sus hermanos más pobres la pasión de su vida. Me refiero a san Carlos de Foucauld que, «partiendo de su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos» (Carta Encíclica Hermanos todos, 286).

¿Y cuál era el «secreto» de Charles de Foucauld, de su vida? Él, después de haber vivido una juventud lejos de Dios, sin creer en nada, salvo en la búsqueda desordenada del placer, se lo confía a un amigo no creyente, a quien, después de haberse convertido acogiendo la gracia del perdón de Dios en la Confesión, le revela la razón de su vida. Escribe: «He perdido mi corazón por Jesús de Nazaret» [1]. El hermano Charles nos recuerda así que el primer paso para evangelizar es tener a Jesús en el corazón, es «perder la cabeza» por Él. Si esto no sucede, difícilmente podremos demostrarlo con nuestras vidas. En cambio, corremos el riesgo de hablar de nosotros mismos, de nuestro grupo, de una moral o, peor aún, de un conjunto de reglas, pero no de Jesús, de su amor, de su misericordia. Veo esto en algún nuevo movimiento que está surgiendo: hablan de su visión de la humanidad, hablan de su espiritualidad y sienten un nuevo camino… Pero, ¿por qué no hablan de Jesús? Hablan de muchas cosas, de organización, de caminos espirituales, pero no saben hablar de Jesús. Creo que hoy sería bueno que cada uno de nosotros se preguntara: ¿tengo a Jesús en el centro de mi corazón? ¿He perdido un poco la cabeza por Jesús?

Carlos sí, hasta el punto de pasar de la atracción por Jesús a la imitación de Jesús. Aconsejado por su confesor, va a Tierra Santa para visitar los lugares donde vivió el Señor y caminar por donde caminó el Maestro. En particular, es en Nazaret donde se da cuenta de que debe formarse en la escuela de Cristo. Experimenta una intensa relación con el Señor, pasa largas horas leyendo los Evangelios y se siente como su hermano pequeño. Y conociendo a Jesús, surge en él el deseo de darlo a conocer. Siempre sucede así: a medida que cada uno de nosotros va conociendo más a Jesús, surge en él el deseo de darlo a conocer, de compartir ese tesoro. Al comentar el relato de la visita de la Virgen a santa Isabel, le hace decir: «Me he entregado al mundo… llevadme al mundo». Sí, pero ¿cómo hacerlo? Como María en el misterio de la Visitación: «en silencio, con el ejemplo, con la vida» [2]. Con la vida, porque «toda nuestra existencia -escribe el Hermano Charles- debe gritar el Evangelio» [3]. Y muchas veces nuestra existencia grita mundanidad, grita muchas estupideces, cosas extrañas, y él dice: «No, toda nuestra existencia debe gritar el Evangelio».

Decide entonces instalarse en regiones lejanas para gritar el Evangelio en silencio, viviendo en el espíritu de Nazaret, en la pobreza y el ocultamiento. Va al desierto del Sahara, entre no cristianos, y llega allí como amigo y hermano, llevando la mansedumbre de Jesús Eucaristía. Charles deja que Jesús actúe en silencio, convencido de que la «vida eucarística» evangeliza. De hecho, cree que Cristo es el primer evangelizador. Por eso permanece en oración a los pies de Jesús, ante el sagrario, durante unas diez horas al día, seguro de que allí reside la fuerza evangelizadora y sintiendo que es Jesús quien le acerca a tantos hermanos y hermanas lejanos. Y nosotros, me pregunto, ¿creemos en el poder de la Eucaristía? Nuestro ir hacia los demás, nuestro servicio, ¿encuentra ahí, en la adoración, su comienzo y su plenitud? Estoy convencido de que hemos perdido el sentido de la adoración; debemos recuperarlo, comenzando por nosotros los consagrados, obispos, sacerdotes, monjas y todas las personas consagradas. «Perder» el tiempo ante el sagrario, recuperar el sentido de la adoración.

Charles de Foucauld escribía: «Todo cristiano es un apóstol» [4]; y recordaba a un amigo que «junto a los sacerdotes necesitamos laicos que vean lo que el sacerdote no ve, que evangelicen con una cercanía de caridad, con una bondad para con todos, con un afecto siempre dispuesto a entregarse» [5]. Laicos que sean santos, no trepas. Y esos laicos, esas laicas enamorados de Jesús hacen comprender al sacerdote que no es un funcionario, que es un mediador, un sacerdote. Cuánta necesidad tenemos los sacerdotes de tener a nuestro lado a esos laicos que creen en serio y con su testimonio nos enseñan el camino». Con esta experiencia, Charles de Foucauld se anticipa al tiempo del Concilio Vaticano II, se da cuenta de la importancia de los laicos y comprende que el anuncio del Evangelio es responsabilidad de todo el pueblo de Dios. Pero, ¿cómo aumentar esta participación? De la misma manera que lo hizo Charles de Foucauld: arrodillándonos y acogiendo la acción del Espíritu, que suscita siempre nuevas formas de compromiso, de encuentro, de escucha y de diálogo, siempre en colaboración y confianza, siempre en comunión con la Iglesia y los pastores.

San Carlos de Foucauld, figura profética para nuestro tiempo, fue testigo de la belleza de comunicar el Evangelio mediante el apostolado de la mansedumbre: él, que se sentía «hermano universal» y acogía a todos, nos muestra la fuerza evangelizadora de la mansedumbre, de la ternura. No olvidemos que el estilo de Dios reside en tres palabras: cercanía, compasión y ternura. Dios está siempre cerca, siempre compasivo, siempre tierno. Y el testimonio cristiano debe ir por este camino: de cercanía, de compasión, de ternura. Y él era así, manso y tierno. Quería que quien se encontrara con él viera, a través de su bondad, la bondad de Jesús. Decía que, de hecho, era «siervo de uno que es mucho mejor que yo» [6]. Vivir la bondad de Jesús le llevó a forjar lazos fraternales de amistad con los pobres, con los tuareg, con los más alejados de su mentalidad. Poco a poco, esos lazos generaron fraternidad, inclusión, aprecio por la cultura del otro. La bondad es sencilla y pide ser personas sencillas, que no tengan miedo de regalar una sonrisa. Y con una sonrisa, con su sencillez, el Hermano Charles dio testimonio del Evangelio. Nunca proselitismo, nunca: testimonio. La evangelización no se hace por proselitismo, sino por testimonio, por atracción. Preguntémonos, pues, si llevamos alegría cristiana, mansedumbre cristiana, ternura cristiana, compasión cristiana, cercanía cristiana a nosotros mismos y a los demás. Gracias.

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[1] Lettres à un ami de lycée. Correspondance avec Gabriel Tourdes (1874-1915), París 2010, 161.

[2] Crier l’Evangile, Montrouge 2004, 49.

[3] M/314 en C. de Foucauld, La bonté de Dieu. Méditations sur les Saints Evangiles (1), Montrouge 2002, 285.

[4] Carta a Joseph Hours, en Correspondances lyonnaises (1904-1916), París 2005, 92.

[5] Ibid, 90.

[6] Carnets de Tamanrasset (1905-1916), París 1986, 188.

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SALUDOS

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. El próximo domingo celebraremos la Jornada Mundial de las Misiones. Pidamos al Señor que nos ayude a anunciar la Buena Nueva con alegría, con sencillez de corazón, al estilo de san Carlos de Foucauld. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa, Reina de las misiones, los cuide. Muchas gracias.

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