Papa Francisco | La ingratitud engendra violencia, nos quita la paz y nos hace oír y hablar a gritos, sin paz, mientras que un simple gracias puede traer la paz

8 octubre, 2023

Papa Francisco | La ingratitud engendra violencia, nos quita la paz y nos hace oír y hablar a gritos, sin paz, mientras que un simple gracias puede traer la paz, así lo expresó el Santo Padre al compartir su mensaje antes de recitar la oración Mariana del Ángelus. Antes del mediodía de hoy (hora de Roma) Su Santidad Francisco se presentaba en la ventana del Estudio Apostólico Vaticano, desde donde se encontraba con los fieles y peregrinos reunidos en Plaza San Pedro.

En su mensaje, señalaba el Papa, “hoy el Evangelio nos presenta una parábola dramática, con un epílogo triste (cf. Mt 21, 33-43). El señor hace todo bien, con amor: él mismo trabaja, planta la viña, la rodea de un seto para protegerla, cava un hoyo para el lagar y construye una atalaya (cf. v. 33)”.

Continuando, decía, “dadas estas premisas, la vendimia debería terminar felizmente, en un ambiente festivo, con un reparto justo de la cosecha para satisfacción de todos. En cambio, en la mente de los agricultores se han colado pensamientos ingratos y codiciosos. Ved que en la raíz de los conflictos siempre hay algo de ingratitud y pensamientos codiciosos, pronto poseedores de cosas”.

En otro párrafo, el Papa agregaba, “(…) la ingratitud alimenta la codicia y crece en ellos un progresivo sentimiento de rebelión que los lleva a ver la realidad de forma distorsionada, a sentirse acreedores en lugar de deudores del amo que les había dado trabajo. Cuando ven a su hijo llegan incluso a decir: ‘Este es el heredero. Matémosle y nos quedaremos con su herencia»». (v. 38). Y de campesinos pasan a ser asesinos”.

Profundizando, el Santo Padre señalaba, “con esta parábola, Jesús nos recuerda lo que sucede cuando el hombre se engaña a sí mismo y olvida la gratitud, olvida la realidad fundamental de la vida: que el bien viene de la gracia de Dios, que el bien viene de su don gratuito. Cuando uno olvida esto, la gratuidad de Dios, acaba viviendo su condición y su limitación ya no con la alegría de sentirse amado y salvado, sino con la triste ilusión de no necesitar ni amor ni salvación”.

Completando, exponía, “(…) la ingratitud engendra violencia, nos quita la paz y nos hace oír y hablar a gritos, sin paz, ¡mientras que un simple «gracias» puede traer la paz! Preguntémonos entonces: ¿me doy cuenta de que he recibido la vida y la fe como un don? ¿Soy consciente de que yo mismo soy un don? ¿Soy consciente de que todo comienza con la gracia del Señor? Que María, cuya alma engrandece al Señor, nos ayude a hacer de la gratitud la luz que surge cada día del corazón”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos presenta una parábola dramática, con un epílogo triste (cf. Mt 21, 33-43). El dueño de un terreno ha plantado allí una viña y la ha cuidado bien; luego, teniendo que marcharse, la confía a unos campesinos. En tiempo de vendimia, envía a sus siervos a recoger la cosecha. Pero los campesinos los maltratan y los matan; entonces el amo envía a su hijo, e incluso lo matan. ¿Por qué? ¿Qué ha ido mal? Hay un mensaje de Jesús en esta parábola.

El señor hace todo bien, con amor: él mismo trabaja, planta la viña, la rodea de un seto para protegerla, cava un hoyo para el lagar y construye una atalaya (cf. v. 33). A continuación, confía la viña a los labradores, arrendándoles su valiosa propiedad y, por tanto, tratándolos con justicia, para que la viña esté bien cultivada y dé fruto. Dadas estas premisas, la vendimia debería terminar felizmente, en un ambiente festivo, con un reparto justo de la cosecha para satisfacción de todos.

En cambio, en la mente de los agricultores se han colado pensamientos ingratos y codiciosos. Ved que en la raíz de los conflictos siempre hay algo de ingratitud y pensamientos codiciosos, pronto poseedores de cosas. «No necesitamos dar nada al amo. El producto de nuestro trabajo es sólo nuestro. No tenemos que rendir cuentas a nadie». Así es el discurso de estos trabajadores. Y no es cierto: deberían estar agradecidos por lo que han recibido y por cómo se les ha tratado. En lugar de eso, la ingratitud alimenta la codicia y crece en ellos un progresivo sentimiento de rebelión que les lleva a ver la realidad de forma distorsionada, a sentirse acreedores en lugar de deudores del amo que les había dado trabajo. Cuando ven a su hijo llegan incluso a decir: ‘Este es el heredero. Matémosle y nos quedaremos con su herencia»». (v. 38). Y de campesinos pasan a ser asesinos. Todo es un proceso. Y este proceso sucede tan a menudo en el corazón de las personas, incluso en el nuestro.

Con esta parábola, Jesús nos recuerda lo que sucede cuando el hombre se engaña a sí mismo y olvida la gratitud, olvida la realidad fundamental de la vida: que el bien viene de la gracia de Dios, que el bien viene de su don gratuito. Cuando uno olvida esto, la gratuidad de Dios, acaba viviendo su condición y su limitación ya no con la alegría de sentirse amado y salvado, sino con la triste ilusión de no necesitar ni amor ni salvación. Uno deja de dejarse amar y se encuentra prisionero de su propia codicia, prisionero de la necesidad de tener algo más que los demás, de querer sobresalir por encima de los demás. Es feo este proceso, y tantas veces nos sucede. Pensemos realmente en ello. De ahí surgen tantas insatisfacciones y recriminaciones, tantas incomprensiones y tantas envidias; y, llevados por el resentimiento, se puede caer en el vórtice de la violencia. Sí, queridos hermanos y hermanas, la ingratitud engendra violencia, nos quita la paz y nos hace oír y hablar a gritos, sin paz, ¡mientras que un simple «gracias» puede traer la paz!

Preguntémonos entonces: ¿me doy cuenta de que he recibido la vida y la fe como un don? ¿Soy consciente de que yo mismo soy un don? ¿Soy consciente de que todo comienza con la gracia del Señor? ¿Soy consciente de que soy beneficiado sin méritos, amado y salvado gratuitamente? Y sobre todo, como respuesta a la gracia, ¿sé decir «gracias»? ¿Sé decir «gracias»? Las tres palabras que son el secreto de la convivencia humana: gracias, permiso, perdón. ¿Sé decir estas tres palabras? Gracias, permiso, perdón, disculpen. ¿Sé decir estas tres palabras? Es una palabra pequeña, «gracias» – es una palabra pequeña, «permiso», es una palabra pequeña, «perdón» – que se espera cada día de Dios y de los hermanos. Preguntémonos si esta pequeña palabra, «gracias», «permiso», «perdón, lo siento» está presente en nuestras vidas. ¿Sé decir «gracias»? ¿Sé pedir perdón, perdonar? ¿Sé no ser intrusivo: «permiso»? Gracias, perdón, permiso.

Que María, cuya alma engrandece al Señor, nos ayude a hacer de la gratitud la luz que surge cada día del corazón.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas

Sigo con aprensión y dolor lo que está sucediendo en Israel, donde la violencia ha estallado con mayor ferocidad, causando centenares de muertos y heridos. Expreso mi cercanía a las familias de las víctimas, rezo por ellas y por todos los que están viviendo horas de terror y angustia. Por favor, detengan los atentados y las armas, y comprendan que el terrorismo y la guerra no conducen a ninguna solución, sino sólo a la muerte y al sufrimiento de tantos inocentes. La guerra es una derrota: ¡toda guerra es una derrota! ¡Recemos por la paz en Israel y Palestina!

En este mes de octubre, dedicado no sólo a las misiones, sino también al rezo del Rosario, no nos cansemos de invocar, por intercesión de María, el don de la paz sobre los numerosos países del mundo marcados por guerras y conflictos; y sigamos acordándonos de la querida Ucrania, que tanto sufre, tanto cada día.

Doy las gracias a cuantos siguen y, sobre todo, acompañan con sus oraciones el Sínodo en curso, acontecimiento eclesial de escucha, de compartir y de comunión fraterna en el Espíritu. Invito a todos a confiar sus trabajos al Espíritu Santo.

Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de muchas partes del mundo, especialmente a los estudiantes y profesores del Centro de formación Stimmatini de Verona, y a los jesuitas de diversos países huéspedes del Colegio San Roberto Belarmino de Roma. Muchos polacos: veo aquí muchas banderas polacas. Saludos a todos y a los chicos de la Inmaculada.

Os deseo a todos un buen domingo y, por favor, no olvidéis rezar por mí. Buen almuerzo y ¡adiós!

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