Papa Francisco | La ira es un vicio destructivo en las relaciones humanas

31 enero, 2024

Papa Francisco | La ira es un vicio destructivo en las relaciones humanas, así lo señalaba el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General del día miércoles. Celebrada en el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco, continuando con el ciclo de catequesis sobre “Los vicios y las virtudes”, centró su reflexión sobre el tema “La ira” (Lectura: Ef 4,26-27.31-32).

Al respecto, decía, “(…) hoy nos detenemos a reflexionar sobre el vicio de la ira. Es un vicio particularmente oscuro, y quizá el más fácil de identificar desde el punto de vista físico”. Agregando, “en su manifestación más aguda, la cólera es un vicio que no deja tregua. Si surge de una injusticia sufrida (o considerada como tal), a menudo no se desata contra el culpable, sino contra el primer ofensor. Hay hombres que contienen su ira en el trabajo, mostrándose tranquilos y compasivos, pero una vez en casa se vuelven insoportables para sus esposas e hijos”.

Profundizando, el Papa señaló, “la ira es un vicio destructivo en las relaciones humanas. Expresa la incapacidad de aceptar la diversidad del otro, sobre todo cuando sus opciones vitales divergen de las nuestras. No se detiene en el comportamiento incorrecto de una persona, sino que lo echa todo por tierra: es el otro, el otro tal como es, el otro como tal el que provoca la ira y el resentimiento”.

En otro párrafo, Su Santidad nos revela, “la ira hace perder la lucidez. Porque una de las características de la ira es que a veces no se mitiga con el tiempo. En esos casos, incluso la distancia y el silencio, en lugar de calmar el peso de la incomprensión, lo magnifican.  Cuando una persona está dominada por la ira, siempre dice que el problema es del otro; nunca es capaz de reconocer sus propias faltas, sus propios fallos.

En el «Padre nuestro», Jesús nos hace rezar por nuestras relaciones humanas, que son un campo de minas: un plano que nunca se equilibra perfectamente. En la vida tenemos que lidiar con deudores que nos fallan; como ciertamente no siempre hemos amado a todos en su justa medida. A algunos no les hemos devuelto el amor que les correspondía. Todos somos pecadores, todos, y todos tenemos cuentas en rojo: ¡no lo olvides!”

Completando, el Papa dijo, “pero sobre la ira hay que decir una última cosa. Es un vicio terrible, se dijo, está en el origen de las guerras y de la violencia. El proemio de la Ilíada describe «la cólera de Aquiles», que será causa de «luto infinito». Pero no todo lo que nace de la ira es malo. Los antiguos eran muy conscientes de que hay una parte irascible en nosotros que no puede ni debe negarse. Las pasiones son hasta cierto punto inconscientes: suceden, son experiencias de la vida. No somos responsables de la ira en su surgimiento, sino siempre en su desarrollo”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis. Vicios y virtudes. 6. Ira

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estas semanas hemos tratado el tema de los vicios y las virtudes, y hoy nos detenemos a reflexionar sobre el vicio de la ira. Es un vicio particularmente oscuro, y quizá el más fácil de identificar desde el punto de vista físico. La persona dominada por la ira apenas puede disimular este ímpetu: se reconoce por los movimientos de su cuerpo, su agresividad, su respiración agitada, su mirada adusta y ceñuda.

En su manifestación más aguda, la cólera es un vicio que no deja tregua. Si surge de una injusticia sufrida (o considerada como tal), a menudo no se desata contra el culpable, sino contra el primer ofensor. Hay hombres que contienen su ira en el trabajo, mostrándose tranquilos y compasivos, pero una vez en casa se vuelven insoportables para sus esposas e hijos. La ira es un vicio omnipresente: es capaz de quitarnos el sueño y de hacernos maquinar continuamente en nuestras mentes, incapaces de encontrar una barrera para razonar y pensar.

La ira es un vicio destructivo en las relaciones humanas. Expresa la incapacidad de aceptar la diversidad del otro, sobre todo cuando sus opciones vitales divergen de las nuestras. No se detiene en el comportamiento incorrecto de una persona, sino que lo echa todo por tierra: es el otro, el otro tal como es, el otro como tal el que provoca la ira y el resentimiento. Uno empieza a detestar el tono de su voz, los gestos banales de cada día, sus formas de razonar y de sentir.

Cuando la relación alcanza este nivel de degeneración, uno ha perdido la lucidez. La ira hace perder la lucidez. Porque una de las características de la ira es que a veces no se mitiga con el tiempo. En esos casos, incluso la distancia y el silencio, en lugar de calmar el peso de la incomprensión, lo magnifican. Por eso, el Apóstol Pablo -como hemos oído- recomienda a sus cristianos abordar el problema de inmediato e intentar la reconciliación: «Que no se ponga el sol sobre vuestro enojo» (Ef 4,26). Es importante que todo se disuelva inmediatamente, antes de que se ponga el sol. Si durante el día surge algún malentendido, y dos personas dejan de entenderse, percibiéndose de repente muy distanciadas, no hay que entregar la noche al diablo. El vicio nos mantendría despiertos en la oscuridad, rumiando nuestras razones y errores inexplicables que nunca son nuestros y siempre del otro. Es así: cuando una persona está dominada por la ira, siempre dice que el problema es del otro; nunca es capaz de reconocer sus propias faltas, sus propios fallos.

En el «Padre nuestro», Jesús nos hace rezar por nuestras relaciones humanas, que son un campo de minas: un plano que nunca se equilibra perfectamente. En la vida tenemos que lidiar con deudores que nos fallan; como ciertamente no siempre hemos amado a todos en su justa medida. A algunos no les hemos devuelto el amor que les correspondía. Todos somos pecadores, todos, y todos tenemos cuentas en rojo: ¡no lo olvides! Así que todos tenemos que aprender a perdonar para ser perdonados. Los hombres no permanecen juntos si no practican también el arte del perdón, en la medida en que esto sea humanamente posible. Lo que contrarresta la ira es la benevolencia, la apertura de corazón, la mansedumbre, la paciencia.

Pero sobre la ira hay que decir una última cosa. Es un vicio terrible, se dijo, está en el origen de las guerras y de la violencia. El proemio de la Ilíada describe «la cólera de Aquiles», que será causa de «luto infinito». Pero no todo lo que nace de la ira es malo. Los antiguos eran muy conscientes de que hay una parte irascible en nosotros que no puede ni debe negarse. Las pasiones son hasta cierto punto inconscientes: suceden, son experiencias de la vida. No somos responsables de la ira en su surgimiento, sino siempre en su desarrollo. Y a veces es bueno que la ira se desahogue de la manera adecuada. Si una persona no se enfada nunca, si no se indigna ante una injusticia, si no siente algo que le estremece las entrañas ante la opresión de los débiles, entonces significaría que esa persona no es humana, y mucho menos cristiana.

Existe una santa indignación, que no es ira, sino un movimiento interior, una santa indignación. Jesús la experimentó varias veces en su vida (cf. Mc 3,5): nunca respondió al mal con el mal, pero en su alma sentía ese sentimiento y, en el caso de los mercaderes del Templo, realizó una acción fuerte y profética, dictada no por la ira, sino por el celo por la casa del Señor (cf. Mt 21,12-13). Hay que distinguir bien: una cosa es el celo, la santa indignación, y otra la ira, que es el mal.

A nosotros nos toca, con la ayuda del Espíritu Santo, encontrar la justa medida de las pasiones, educarlas bien, para que se vuelvan al bien y no al mal. Gracias.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor ser conscientes de nuestra debilidad frente a la ira, de modo que cuando surja podamos encauzarla positivamente, para que esta no nos domine, sino que la transformemos en un santo celo por el bien. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


Mañana se celebra en Italia la Jornada Nacional de las Víctimas Civiles de Guerra. Al recuerdo orante de los caídos en las dos guerras mundiales, asociamos también a los muchos -demasiados- civiles, víctimas indefensas de las guerras que, por desgracia, todavía tiñen de sangre nuestro planeta, como en Oriente Medio y Ucrania. Que su grito de dolor toque el corazón de los responsables de las naciones y suscite proyectos de paz. Cuando uno lee las historias de estos días, hay tanta crueldad en la guerra, ¡tanta! Pidamos al Señor la paz, que siempre es suave, no cruel.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo, en particular, a los sacerdotes que participan en el curso de formación promovido por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, a los fieles de la parroquia Cristo Divino Lavoratore de Ancona, a los alumnos del Instituto Caetani de Cisterna di Latina, a la banda de música de Villa Santo Stefano.

Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. Invoco sobre vosotros la protección de san Juan Bosco, a quien la Iglesia recuerda hoy, para que haga fecunda la vocación de cada uno en la Iglesia y en el mundo. A todos mi Bendición.

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