Papa Francisco | La lógica de Dios es el amor, los bienes que nos da son para compartirlos

28 febrero, 2024

Papa Francisco | La lógica de Dios es el amor, los bienes que nos da son para compartirlos, así lo señalaba el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General del día miércoles. Celebrada en el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco quien se encuentra atravesando un cuadro de resfrío le encargaba la lectura de su mensaje al oficial de la Secretaría de Estado, Mons. Filippo Ciampanelli.

En sus palabras, el Su Santidad Francisco, continuando con el ciclo de catequesis sobre “Los vicios y las virtudes”, centró su reflexión sobre el tema La envidia y la vanagloria (Lectura: Gal 5,24-26). Al respecto, nos decía, si leemos la Sagrada Escritura (cf. Gn 4), se nos presenta como uno de los vicios más antiguos: el odio de Caín contra Abel se desencadena cuando se da cuenta de que los sacrificios de su hermano agradan a Dios”.

Continuando, agregó, el rostro del envidioso es siempre triste: su mirada está abatida, parece sondear continuamente el suelo, pero en realidad no ve nada, porque su mente está envuelta en pensamientos llenos de maldad. La envidia, si no se controla, conduce al odio del otro. Abel morirá a manos de Caín, que no pudo soportar la felicidad de su hermano”.

Profundizando, el Papa nos señaló, “la envidia es un mal que se ha investigado no sólo en círculos cristianos: ha atraído la atención de filósofos y estudiosos de todas las culturas. En su base hay una relación de odio y amor: uno quiere el mal del otro, pero en secreto desea ser como él. El otro es la epifanía de lo que nos gustaría ser, y que en realidad no somos. Su buena fortuna nos parece una injusticia: ¡seguramente -pensamos- nosotros habríamos merecido mucho más sus éxitos o su buena fortuna!” Añadiendo, “(…) la lógica de Dios es el amor. Los bienes que nos da son para compartirlos”.

Avanzando, el Santo Padre se refería a la vanagloria, sobre ella nos decía, “va de la mano con el demonio de la envidia, y juntos estos dos vicios son característicos de una persona que aspira a ser el centro del mundo, libre de explotar todo y a todos, objeto de toda alabanza y amor. La vanagloria es una autoestima inflada e infundada. El vanidoso posee un «yo» inmanejable: no tiene empatía y no se da cuenta de que hay otras personas en el mundo aparte de él”.

Finalmente, nos compartía el Papa, “la mejor enseñanza para superar la vanagloria se encuentra en el testimonio de San Pablo. El Apóstol se enfrentó siempre a un defecto que nunca pudo superar. Tres veces pidió al Señor que le librara de aquel tormento, pero finalmente Jesús le respondió: ‘Te basta con mi gracia; porque la fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad’. Desde aquel día, Pablo fue liberado”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis. Vicios y virtudes. 9. Envidia y vanagloria

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy examinamos dos vicios mortales que encontramos en las grandes listas que nos ha dejado la tradición espiritual: la envidia y la vanagloria.

Comencemos por la envidia. Si leemos la Sagrada Escritura (cf. Gn 4), se nos presenta como uno de los vicios más antiguos: el odio de Caín contra Abel se desencadena cuando se da cuenta de que los sacrificios de su hermano agradan a Dios. Caín era el hijo mayor de Adán y Eva, se había llevado la mayor parte de la herencia de su padre; sin embargo, basta que Abel, su hermano menor, tenga éxito en una pequeña hazaña, para que Caín se enfurezca. El rostro del envidioso es siempre triste: su mirada está abatida, parece sondear continuamente el suelo, pero en realidad no ve nada, porque su mente está envuelta en pensamientos llenos de maldad. La envidia, si no se controla, conduce al odio del otro. Abel morirá a manos de Caín, que no pudo soportar la felicidad de su hermano.

La envidia es un mal que se ha investigado no sólo en círculos cristianos: ha atraído la atención de filósofos y estudiosos de todas las culturas. En su base hay una relación de odio y amor: uno quiere el mal del otro, pero en secreto desea ser como él. El otro es la epifanía de lo que nos gustaría ser, y que en realidad no somos. Su buena fortuna nos parece una injusticia: ¡seguramente -pensamos- nosotros habríamos merecido mucho más sus éxitos o su buena fortuna!

En la raíz de este vicio está una falsa idea de Dios: no aceptamos que Dios tenga sus propias «matemáticas», distintas de las nuestras. Por ejemplo, en la parábola de Jesús sobre los obreros llamados por el patrón para ir a la viña a distintas horas del día, los de la primera hora creen que tienen derecho a un salario más alto que los que llegaron los últimos; pero el patrón da a todos la misma paga, y dice: ‘¿No puedo hacer con mis cosas lo que quiero? ¿O tenéis envidia porque soy bueno?» (Mt 20,15). Nos gustaría imponer a Dios nuestra lógica egoísta, en cambio la lógica de Dios es el amor. Los bienes que nos da son para compartirlos. Por eso San Pablo exhorta a los cristianos: «Amaos fraternalmente los unos a los otros, compitiendo en estimaros mutuamente» (Rom 12,10). ¡He aquí el remedio contra la envidia!

Y llegamos al segundo vicio que examinamos hoy: la vanagloria. Va de la mano con el demonio de la envidia, y juntos estos dos vicios son característicos de una persona que aspira a ser el centro del mundo, libre de explotar todo y a todos, objeto de toda alabanza y amor. La vanagloria es una autoestima inflada e infundada. El vanidoso posee un «yo» inmanejable: no tiene empatía y no se da cuenta de que hay otras personas en el mundo aparte de él. Sus relaciones son siempre instrumentales, marcadas por la prepotencia del otro. Su persona, sus logros, sus éxitos deben ser exhibidos a todo el mundo: es un perpetuo mendigo de atención. Y si a veces no se reconocen sus cualidades, se enfada ferozmente. Los demás son injustos, no comprenden, no están a la altura. En sus escritos, Evagrio Póntico describe el amargo asunto de algunos monjes golpeados por la vanagloria. Sucede que, tras sus primeros éxitos en la vida espiritual, ya siente que ha llegado, y por eso se lanza al mundo para recibir sus alabanzas. Pero no se da cuenta de que sólo está al principio del camino espiritual, y de que le acecha una tentación que pronto le hará caer.

Para curar al vanidoso, los maestros espirituales no sugieren muchos remedios. Porque, al fin y al cabo, el mal de la vanidad tiene su remedio en sí mismo: las alabanzas que el vanidoso esperaba cosechar del mundo pronto se volverán contra él. Y ¡cuántas personas, engañadas por una falsa imagen de sí mismas, han caído luego en pecados de los que pronto se avergonzarían!

La mejor enseñanza para superar la vanagloria se encuentra en el testimonio de San Pablo. El Apóstol se enfrentó siempre a un defecto que nunca pudo superar. Tres veces pidió al Señor que le librara de aquel tormento, pero finalmente Jesús le respondió: ‘Te basta con mi gracia; porque la fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad’. Desde aquel día, Pablo fue liberado. Y su conclusión debería ser también la nuestra: «De buena gana, pues, me gloriaré de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo» (2 Co 12,9).

SALUDOS

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Nos vendría bien en esta Cuaresma meditar con frecuencia las “Letanías de la humildad” del cardenal Merry del Val, para combatir los vicios que nos alejan de la vida en Cristo. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

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LLAMAMIENTO

El 1 de marzo se cumplirán 25 años de la entrada en vigor de la Convención sobre la Prohibición de las Minas Antipersonal, que siguen teniendo como objetivo a civiles inocentes, especialmente niños, muchos años después del fin de las hostilidades. Expreso mi pésame a las numerosas víctimas de estos arteros artefactos, que nos recuerdan la dramática crueldad de las guerras y el precio que las poblaciones civiles se ven obligadas a pagar. A este respecto, doy las gracias a todos aquellos que contribuyen a ayudar a las víctimas y a limpiar las zonas contaminadas. Su trabajo es una respuesta concreta a la llamada universal a ser pacificadores, cuidando de nuestros hermanos y hermanas.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana.

Saludo, en particular, a los fieles de las diócesis de Emilia Romaña y de San Marino-Montefeltro, acompañados por sus obispos.

Saludo también a los grupos parroquiales de Gricignano di Aversa y de Isola di Capo Rizzuto, con la esperanza de que la parada en las tumbas de los Apóstoles suscite un renovado fervor espiritual.

Por último, mi pensamiento se dirige a los enfermos, a los ancianos, a los recién casados y a los jóvenes, especialmente a los alumnos del Instituto «Falcone e Borsellino» de Roma y a los de la Escuela «Giovanni Pascoli» de Fucecchio. Que el camino cuaresmal sea una ocasión para volver a uno mismo y renovar el espíritu.

Queridos hermanos y hermanas, no olvidemos a los pueblos que sufren a causa de la guerra: Ucrania, Palestina, Israel y muchos otros. Y recemos por las víctimas de los recientes atentados contra lugares de culto en Burkina Faso; así como por el pueblo de Haití, donde continúan los crímenes y los secuestros por parte de bandas armadas.

A todos, ¡mi bendición!

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