Papa Francisco | Necesitamos, la sensibilidad y la madurez del espíritu, necesitamos ancianos sabios, maduros en el espíritu que nos den esperanza de vida, así lo señalaba el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General. Celebrada el Aula Pablo VI, Su Santidad Francisco, continuando el nuevo ciclo de catequesis sobre la vejez, centró su reflexión en el tema: «Fidelidad a la visita de Dios para la generación venidera » (Lectura: Lc 2, 25-30).
Al respecto, expresaba, “en nuestro itinerario de catequesis sobre el tema de la vejez, hoy nos fijamos en el tierno cuadro pintado por el evangelista san Lucas, que llama a escena a dos figuras ancianas, Simeón y Ana. Esperaron que Dios viniera a visitarlos, que es Jesús”.
Profundizando, el Papa compartía, “Simeón sabe, por una premonición del Espíritu Santo, que no morirá antes de haber visto al Mesías. Anna asiste al templo todos los días y se dedica a su servicio. Ambos reconocen la presencia del Señor en el niño Jesús, que colma de consuelo su larga espera y asegura su despedida de la vida”.
Entonces, nos preguntaba: “¿Qué podemos aprender de estos dos ancianos llenos de vitalidad espiritual?” Continuando, respondía que, “(..) el Espíritu Santo hace precisamente eso: ilumina los sentidos. El Espíritu (…) agudiza los sentidos del alma, a pesar de las limitaciones y heridas de los sentidos del cuerpo. La vejez debilita, de un modo u otro, la sensibilidad del cuerpo: uno es más ciego, otro más sordo… Sin embargo, una vejez ejercida en previsión de la visita de Dios no pierde el paso: es más, estará aún más dispuesta a captarlo, tendrá más sensibilidad para acoger al Señor cuando pase”.
Continuando, decía el Santo Padre, “hoy más que nunca (…): necesitamos una vejez dotada de sentidos espirituales vivos y capaz de reconocer los signos de Dios, en efecto, el Signo de Dios, que es Jesús, un signo que nos pone en crisis, siempre: Jesús nos pone en crisis porque es un «signo de contradicción» (Lc 2,34 ), pero que nos llena de alegría”.
Profundizando esto último, explicaba el Pontífice, “porque la crisis no os trae necesariamente tristeza, no: estar en crisis, rindiendo servicio al Señor, muchas veces os da paz y alegría. La anestesia de los sentidos espirituales-y esto es malo- la anestesia de los sentidos espirituales, en la excitación y entumecimiento de los del cuerpo, es un síndrome muy difundido en una sociedad que cultiva la ilusión de la eterna juventud (…)”.
Avanzando, el Santo Padre, decía también, “cuando pierdes la sensibilidad del tacto o del gusto, lo notas enseguida. En cambio, la del alma, esa sensibilidad del alma que puedes ignorar durante mucho tiempo, vive sin darte cuenta de que has perdido la sensibilidad del alma. No se trata simplemente de pensar en Dios o en la religión. El entumecimiento de los sentidos espirituales se refiere a la compasión y la piedad, la vergüenza y el remordimiento, la fidelidad y la entrega, la ternura y el honor, la propia responsabilidad y el dolor por el otro”.
En otro tramo de su mensaje, el Papa, compartía, “(…) la vejez se convierte, por así decirlo, en la primera pérdida, la primera víctima de esta pérdida de sensibilidad. En una sociedad que ejercita principalmente la sensibilidad hacia el disfrute, la atención a lo frágil solo puede fallar y la competencia de los ganadores puede prevalecer. Y así se pierde la sensibilidad”.
El Santo Padre, también señalaba, “de la historia de Simeón y Ana, pero también de otras historias bíblicas de ancianos sensibles al Espíritu, surge un indicio oculto que merece ser destacado”. Agregando, “consiste en reconocer en un hijo, al que no han engendrado y al que ven por primera vez, el signo seguro de la visita de Dios. Aceptan que no son protagonistas, sino sólo testigos… Y cuando un individuo acepta no ser el protagonista, pero se involucra como testigo, la cosa está bien: ese hombre o esa mujer está madurando bien. Pero si siempre tiene el deseo de ser protagonista, este viaje hacia la plenitud de la vejez nunca madurará”.
Casi en el final el Santo Padre, compartía, “sólo la vejez espiritual puede dar este humilde y deslumbrante testimonio, haciéndolo autoritario y ejemplar para todos. La vejez que ha cultivado la sensibilidad del alma apaga toda envidia entre generaciones, todo rencor, toda recriminación por un advenimiento de Dios en la generación que viene, que viene junto con el despido de la propia”. Completando, cerraba, “(…) necesitamos, la sensibilidad del espíritu, la madurez del espíritu, necesitamos ancianos sabios, maduros en el espíritu que nos den esperanza de vida”.
A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:
Catequesis sobre la vejez – 5. Fidelidad a la visita de Dios para la próxima generación
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestro itinerario de catequesis sobre el tema de la vejez, hoy nos fijamos en el tierno cuadro pintado por el evangelista san Lucas, que llama a escena a dos figuras ancianas, Simeón y Ana. Su razón de vivir, antes de despedirse de este mundo, es esperar la visita de Dios. Esperaron que Dios viniera a visitarlos, que es Jesús. Simeón sabe, por una premonición del Espíritu Santo, que no morirá antes de haber visto al Mesías. Anna asiste al templo todos los días y se dedica a su servicio. Ambos reconocen la presencia del Señor en el niño Jesús, que colma de consuelo su larga espera y asegura su despedida de la vida. Esta es una escena de un encuentro con Jesús, y una despedida.
¿Qué podemos aprender de estos dos ancianos llenos de vitalidad espiritual?
Mientras tanto, aprendemos que la fidelidad de la espera afina los sentidos. Después de todo, sabemos que el Espíritu Santo hace precisamente eso: ilumina los sentidos. En el antiguo himno Veni Creator Spiritus, con el que aún hoy invocamos al Espíritu Santo, decimos: «Accende lumen sensibus», Enciende una luz para los sentidos, ilumina nuestros sentidos. El Espíritu es capaz de hacer esto: agudiza los sentidos del alma, a pesar de las limitaciones y heridas de los sentidos del cuerpo. La vejez debilita, de un modo u otro, la sensibilidad del cuerpo: uno es más ciego, otro más sordo… Sin embargo, una vejez ejercida en previsión de la visita de Dios no pierde el paso: es más, estará aún más dispuesta a captarlo, tendrá más sensibilidad para acoger al Señor cuando pase. Recordemos que la actitud del cristiano es estar atento a las visitas del Señor, porque el Señor pasa a nuestra vida con inspiraciones, con la invitación a ser mejores. Y San Agustín dijo: «Tengo miedo de Dios cuando pasa» – «¿Pero por qué tienes miedo?» – “Sí, me temo que no me doy cuenta y lo dejo pasar”.
Hoy más que nunca necesitamos esto: necesitamos una vejez dotada de sentidos espirituales vivos y capaz de reconocer los signos de Dios, en efecto, el Signo de Dios, que es Jesús, un signo que nos pone en crisis, siempre: Jesús nos pone en crisis porque es un «signo de contradicción» (Lc 2,34 ), pero que nos llena de alegría. Porque la crisis no os trae necesariamente tristeza, no: estar en crisis, rindiendo servicio al Señor, muchas veces os da paz y alegría. La anestesia de los sentidos espirituales-y esto es malo- la anestesia de los sentidos espirituales, en la excitación y entumecimiento de los del cuerpo, es un síndrome muy difundido en una sociedad que cultiva la ilusión de la eterna juventud, y su rasgo más peligroso radica en que es mayormente inconsciente. No notas que estás anestesiado. Y sucede esto: siempre ha sucedido y sucede en nuestro tiempo. Los sentidos anestesiados, sin comprender lo que sucede; los sentidos interiores, los sentidos del espíritu para comprender la presencia de Dios o la presencia del mal, anestesiados, no distinguen.
Cuando pierdes la sensibilidad del tacto o del gusto, lo notas enseguida. En cambio, la del alma, esa sensibilidad del alma que puedes ignorar durante mucho tiempo, vive sin darte cuenta de que has perdido la sensibilidad del alma. No se trata simplemente de pensar en Dios o en la religión. El entumecimiento de los sentidos espirituales se refiere a la compasión y la piedad, la vergüenza y el remordimiento, la fidelidad y la entrega, la ternura y el honor, la propia responsabilidad y el dolor por el otro. Es curioso: el entumecimiento no te hace entender la compasión, no te hace entender la lástima, no te hace sentir vergüenza o remordimiento por hacer algo malo. Es así: los sentidos espirituales anestesiados confunden todo y uno no siente, espiritualmente, tales cosas. Y la vejez se convierte, por así decirlo, en la primera pérdida, la primera víctima de esta pérdida de sensibilidad. En una sociedad que ejercita principalmente la sensibilidad hacia el disfrute, la atención a lo frágil solo puede fallar y la competencia de los ganadores puede prevalecer. Y así se pierde la sensibilidad. Por supuesto, la retórica de la inclusión es la fórmula ritual de cualquier discurso políticamente correcto. Pero todavía no trae una corrección real en las prácticas de convivencia normal: una cultura de ternura social está luchando por crecer. No: el espíritu de la fraternidad humana -que parecía necesario revivir con fuerza- es como un vestido desechado, para admirar, sí, pero… en un museo. Se pierde la sensibilidad humana, se pierden estos movimientos del espíritu que nos hacen humanos.
Es cierto, en la vida real podemos observar, con conmovedora gratitud, a tantos jóvenes capaces de honrar plenamente esta fraternidad. Pero ese es precisamente el problema: hay un desfase, un desfase culpable, entre el testimonio de esta savia de la ternura social y el conformismo que exige a la juventud contarse a sí misma de una forma completamente diferente. ¿Qué podemos hacer para cerrar esta brecha?
De la historia de Simeón y Ana, pero también de otras historias bíblicas de ancianos sensibles al Espíritu, surge un indicio oculto que merece ser destacado. ¿En qué consiste la revelación que enciende la sensibilidad de Simeón y Ana? Consiste en reconocer en un hijo, al que no han engendrado y al que ven por primera vez, el signo seguro de la visita de Dios. Aceptan que no son protagonistas, sino sólo testigos... Y cuando un individuo acepta no ser el protagonista, pero se involucra como testigo, la cosa está bien: ese hombre o esa mujer está madurando bien. Pero si siempre tiene el deseo de ser protagonista, este viaje hacia la plenitud de la vejez nunca madurará. La visita de Dios no se encarna en la vida de los que quieren ser protagonistas y nunca testigos, no los pone en escena como salvadores: Dios no se encarna en su generación, sino en la generación venidera. Pierden el espíritu, pierden las ganas de vivir con madurez y, como suele decirse, viven superficialmente. Es la gran generación de los superficiales, que no se permiten sentir las cosas con la sensibilidad del espíritu. Pero ¿por qué no se lo permiten? En parte por pereza, y en parte porque ya no pueden: lo han perdido. Es malo cuando una civilización pierde la sensibilidad del espíritu. En cambio, es maravilloso cuando encontramos ancianos como Simeón y Ana que conservan esta sensibilidad del espíritu y son capaces de entender las diferentes situaciones, como estos dos entendieron esta situación que estaba delante de ellos que era la manifestación del Mesías. No hay resentimiento ni recriminación, por lo tanto, cuando estoy en este estado de quietud. En cambio, gran emoción y gran consuelo cuando los sentidos espirituales aún están vivos. La emoción y el consuelo de poder ver y anunciar que la historia de su generación no se pierde ni se desperdicia, gracias a un acontecimiento que toma cuerpo y se manifiesta en la próxima generación. Y esto es lo que siente un anciano cuando sus nietos van a hablar con él: se sienten revividos. “Ah, mi vida sigue aquí”. Es tan importante ir a los ancianos, es tan importante escucharlos. Es muy importante hablar con ellos, porque se produce este intercambio de civilizaciones, este intercambio de madurez entre jóvenes y viejos. Y así, nuestra civilización avanza de manera madura.
Sólo la vejez espiritual puede dar este humilde y deslumbrante testimonio, haciéndolo autoritario y ejemplar para todos. La vejez que ha cultivado la sensibilidad del alma apaga toda envidia entre generaciones, todo rencor, toda recriminación por un advenimiento de Dios en la generación que viene, que viene junto con el despido de la propia. Y esto es lo que le pasa a un anciano abierto con un joven abierto: se despide de la vida, pero entregando -entre comillas- su propia vida a la nueva generación. Y esta es aquella despedida de Simeone y Anna: «Ya me puedo ir en paz». La sensibilidad espiritual de la vejez es capaz de romper la competencia y el conflicto entre generaciones de manera creíble y definitiva. Supera esta sensibilidad: los mayores, con esta sensibilidad, superan el conflicto, van más allá, van a la unidad, no al conflicto. Esto ciertamente es imposible para los hombres, pero es posible para Dios, y hoy lo necesitamos tanto, la sensibilidad del espíritu, la madurez del espíritu, necesitamos ancianos sabios, maduros en el espíritu que nos den esperanza de vida.
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APELACIÓN
Queridos hermanos y hermanas, el próximo sábado y domingo iré a Malta. En esa tierra luminosa seré peregrino tras las huellas del apóstol Pablo, que allí fue acogido con gran humanidad después de haber naufragado en el mar camino de Roma. Este Viaje Apostólico será, pues, una oportunidad para ir a las fuentes del anuncio del Evangelio, para conocer personalmente a una comunidad cristiana con una historia milenaria y viva, para encontrarse con los habitantes de un país situado en el centro del Mediterráneo y en el sur del continente, europeo, hoy aún más comprometido en acoger a tantos hermanos y hermanas en busca de refugio. De ahora en adelante los saludo cordialmente a todos ustedes, malteses: que tengan un buen día. Agradezco a todos los que han trabajado mucho para preparar esta visita y pido a todos que me acompañen con la oración. ¡Gracias!
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a la Asociación Nacional de Remediación de Irrigación, a la cual los animo a continuar con esmero la labor de gestión del agua, un bien invaluable; Saludo a la Unión General del Trabajo, comprometida con la protección de los derechos de los trabajadores; los representantes de la Armada de Taranto y la selección nacional de fútbol trasplantados. Dirijo un saludo particularmente afectuoso a los niños ucranianos, acogidos por la Fundación “Ayúdalos a vivir”, la Asociación “Puer” y la Embajada de Ucrania ante la Santa Sede. Y con este saludo a los niños, volvamos también nosotros a pensar en esta monstruosidad de la guerra y renovemos nuestras oraciones para que cese esta crueldad salvaje que es la guerra.
Finalmente, como siempre, mi pensamiento se dirige a los ancianos, los enfermos, los jóvenes y los recién casados. En esta última parte del camino cuaresmal, miremos la Cruz de Cristo, máxima expresión del amor de Dios, y esforcémonos por estar siempre cerca de los que sufren, de los que están solos, de los débiles que sufren la violencia. y no tienen quien los defienda.
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