Papa Francisco | Pidamos hoy la gracia de asombrarnos cada día de los dones de Dios y de ver las diversas circunstancias de la vida, como oportunidades para hacer el bien

19 marzo, 2023

Papa Francisco | Pidamos hoy la gracia de asombrarnos cada día de los dones de Dios y de ver las diversas circunstancias de la vida, como oportunidades para hacer el bien, así lo pedía el Santo Padre en final de su mensaje antes de recitar la oración Mariana del Ángelus. Minutos antes del mediodía de hoy (hora de Roma) Su Santidad Francisco se presentaba en la ventana del Estudio Apostólico Vaticano, donde se encontraba con los fieles y peregrinos reunidos en Plaza San Pedro.

A la luz del Evangelio, que nos narra a Jesús devolviendo la vista a un ciego de nacimiento (cf. Jn 9,1-41). Al respecto señalaba, “después de la curación, las reacciones se multiplican. La primera es la de los vecinos, que se muestran escépticos: «Este hombre siempre ha sido ciego: no es posible que vea ahora, ¡no puede ser él!, es otra persona»: escepticismo (cf. vv. 8-9). Para ellos es inaceptable, mejor dejarlo todo como estaba antes (cf. v. 16) y no meterse en este problema”.

Continuando, el Papa agregaba, “en todas estas reacciones afloran corazones cerrados ante el signo de Jesús, por distintos motivos: porque buscan un culpable, porque no saben sorprenderse, porque no quieren cambiar, porque están bloqueados por el miedo. El único que reacciona bien es el ciego: él, feliz de ver, da testimonio de lo que le ha sucedido de la manera más sencilla: «Era ciego y ahora veo» (v. 25). Dice la verdad”.

Profundizando, Su Santidad subraya sobre el ciego, “antes se veía obligado a mendigar para vivir y sufría los prejuicios de la gente: «es pobre y ciego de nacimiento, debe sufrir, pagar por sus pecados o los de sus antepasados». Ahora, libre en cuerpo y espíritu, da testimonio de Jesús: no inventa nada ni oculta nada”.

En otro párrafo, compartía el Pontífice, “cuando Jesús nos cura, nos devuelve la dignidad, la dignidad de la curación de Jesús, la dignidad plena, una dignidad que sale del fondo del corazón, que abarca toda la vida; y Él, el sábado, delante de todos, lo liberó y le dio la vista sin pedirle nada, ni siquiera un gracias, y él da testimonio de ello”. Sintetizando, expresó, “(…) con todos estos personajes el Evangelio de hoy también nos pone en medio de la escena, para que nos preguntemos: ¿qué posición tomamos, qué habríamos dicho entonces?”

Señalando en el final, dijo, “(…) pidamos hoy la gracia de asombrarnos cada día de los dones de Dios y de ver las diversas circunstancias de la vida, incluso las más difíciles de aceptar, como oportunidades para hacer el bien, como hizo Jesús con el ciego. Que la Virgen nos ayude en esto, junto con san José, hombre justo y fiel”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos muestra a Jesús devolviendo la vista a un ciego de nacimiento (cf. Jn 9,1-41). Pero este prodigio es mal recibido por diversas personas y grupos. Veámoslo en detalle.

Pero antes me gustaría decirte: hoy, toma el Evangelio de Juan y lee este milagro de Jesús, es precioso cómo lo cuenta Juan. El capítulo 9, en dos minutos lo lees. Muestra cómo procede Jesús y cómo procede el corazón humano: el corazón humano bueno, el corazón humano tibio, el corazón humano temeroso, el corazón humano valiente. Capítulo 9 del Evangelio de Juan. Hazlo hoy, te ayudará mucho. ¿Y cómo recibe la gente esta señal?

En primer lugar, están los discípulos de Jesús, que ante el ciego de nacimiento acaban enloquecidos: se preguntan si la culpa es de los padres o de él (cf. v. 2). Buscan un culpable; y nosotros caemos tantas veces en eso tan cómodo: buscar un culpable, en lugar de plantearnos preguntas desafiantes en la vida. Y hoy podemos decir: ¿qué significa para nosotros la presencia de esta persona, qué nos pide? Después de la curación, las reacciones se multiplican. La primera es la de los vecinos, que se muestran escépticos: «Este hombre siempre ha sido ciego: no es posible que vea ahora, ¡no puede ser él!, es otra persona»: escepticismo (cf. vv. 8-9). Para ellos es inaceptable, mejor dejarlo todo como estaba antes (cf. v. 16) y no meterse en este problema. Tienen miedo, temen a las autoridades religiosas y no hablan (cf. vv. 18-21). En todas estas reacciones afloran corazones cerrados ante el signo de Jesús, por distintos motivos: porque buscan un culpable, porque no saben sorprenderse, porque no quieren cambiar, porque están bloqueados por el miedo. Y tantas situaciones se parecen a esto hoy. Ante algo que realmente es un mensaje de testimonio de una persona, es un mensaje de Jesús, caemos en esto: buscamos otra explicación, no queremos cambiar, buscamos una salida más elegante que aceptar la verdad.

El único que reacciona bien es el ciego: él, feliz de ver, da testimonio de lo que le ha sucedido de la manera más sencilla: «Era ciego y ahora veo» (v. 25). Dice la verdad. Antes se veía obligado a mendigar para vivir y sufría los prejuicios de la gente: «es pobre y ciego de nacimiento, debe sufrir, pagar por sus pecados o los de sus antepasados». Ahora, libre en cuerpo y espíritu, da testimonio de Jesús: no inventa nada ni oculta nada. «Era ciego y ahora veo». No tiene miedo del qué dirán: ya ha conocido el sabor amargo de la marginación, toda su vida, ya ha sentido la indiferencia y el desprecio de los transeúntes, de los que le consideraban un rechazado de la sociedad, útil a lo sumo para el pietismo de algunas limosnas. Ahora, curado, ya no teme esas actitudes despreciativas, porque Jesús le ha dado plena dignidad. Y esto está claro, sucede siempre: cuando Jesús nos cura, nos devuelve la dignidad, la dignidad de la curación de Jesús, la dignidad plena, una dignidad que sale del fondo del corazón, que abarca toda la vida; y Él, el sábado, delante de todos, lo liberó y le dio la vista sin pedirle nada, ni siquiera un gracias, y él da testimonio de ello. Esta es la dignidad de una persona noble, de una persona que se cura y se recupera, renace; ese renacer en la vida, del que se hablaba hoy en «A su imagen»: renacer.

Hermanos, hermanas, con todos estos personajes el Evangelio de hoy también nos pone en medio de la escena, para que nos preguntemos: ¿qué posición tomamos, qué habríamos dicho entonces? Y sobre todo, ¿qué hacemos hoy? Como el ciego, ¿sabemos ver el bien y agradecer los dones que recibimos? Me pregunto: ¿cómo es mi dignidad? ¿Cómo es tu dignidad? ¿Damos testimonio de Jesús o sembramos la crítica y la sospecha? ¿Somos libres ante los prejuicios o nos asociamos con quienes difunden negatividad y chismes? ¿Estamos contentos de decir que Jesús nos ama, que nos salva, o, como los padres del ciego de nacimiento, nos dejamos enjaular por el miedo a lo que pensará la gente? Los tibios de corazón que no aceptan la verdad y no tienen el valor de decir: «No, esto es así». Y de nuevo, ¿cómo acogemos las dificultades y la indiferencia de los demás? ¿Cómo acogemos a las personas que tienen tantas limitaciones en la vida? ¿Son físicas, como este ciego; son sociales, como los mendigos que encontramos en la calle? ¿Acogemos esto como una maldición o como una oportunidad para estar cerca de ellos con amor?

Hermanos y hermanas, pidamos hoy la gracia de asombrarnos cada día de los dones de Dios y de ver las diversas circunstancias de la vida, incluso las más difíciles de aceptar, como oportunidades para hacer el bien, como hizo Jesús con el ciego. Que la Virgen nos ayude en esto, junto con san José, hombre justo y fiel.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas

Ayer en Ecuador un terremoto causó muertos, heridos y cuantiosos daños. Estoy cerca del pueblo ecuatoriano y les aseguro mi oración por los fallecidos y por todos los que sufren.

Os saludo a todos, romanos y peregrinos de tantos países -veo banderas: colombianas, argentinas, polacas… tantos países…- Saludo a los españoles que han venido de Murcia, Alicante y Albacete.

Saludo a las parroquias de San Raimondo Nonnato y de los Mártires Canadienses en Roma, y a la de Cristo Re en Civitanova Marche; a la Asociación de Salesianos Cooperadores; a los chicos de Arcore, a los confirmandos de Empoli y a los de la parroquia de Santa María del Rosario en Roma. Saludo a los chicos de la Immacolata, tan buenos.

Saludo también con gusto a los participantes en el maratón de Roma. Os felicito porque, a instancias de «Athletica Vaticana», hacéis de este importante acontecimiento deportivo una ocasión de solidaridad en favor de los más pobres.

Y hoy deseamos lo mejor a todos los padres. Que encuentren en San José el modelo, el apoyo, el consuelo para vivir bien su paternidad. Y todos juntos, por los papás, recemos al Padre [Padre nuestro].

Hermanos y hermanas, no olvidemos rezar por el pueblo mártir de Ucrania, que sigue sufriendo los crímenes de la guerra.

Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Que tengáis un buen almuerzo y adiós.

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