Papa Francisco | Somos hijos amados de Dios: ésa es la realidad más importante, y el Espíritu nos lo recuerda

14 mayo, 2023

Papa Francisco | Somos hijos amados de Dios: ésa es la realidad más importante, y el Espíritu nos lo recuerda, así lo expresaba el Santo Padre al compartir su mensaje antes de rezar la oración de Regina Coeli. Antes del mediodía de hoy, Su Santidad Francisco se presentaba en la ventana del Estudio Apostólico Vaticano desde donde se encontraba con fieles y peregrinos que lo aguardaban en Plaza San Pedro.

En su mensaje señalaba, “el Evangelio de hoy, sexto domingo de Pascua, nos habla del Espíritu Santo, a quien Jesús llama Paráclito (cf. Jn 14,15-17). Paráclito es una palabra que procede del griego y significa al mismo tiempo consolador y abogado. Es decir, el Espíritu Santo nunca nos deja solos, está a nuestro lado, como un abogado que asiste al acusado permaneciendo a su lado”.

Continuando, decía, “recordemos que el gran acusador es siempre el demonio, que pone en ti el pecado, el deseo de pecar, la maldad. Reflexionemos sobre estos dos aspectos: su cercanía y su ayuda contra los que nos acusan. Su cercanía: el Espíritu Santo, dice Jesús, «está con vosotros y permanece en vosotros» (cf. v. 17). Nunca nos abandona. El Espíritu Santo quiere estar con nosotros: no es un huésped de paso que viene a hacernos una visita de cortesía. Es un compañero de vida, una presencia estable, es Espíritu y quiere habitar en nuestro espíritu. Se queda porque nos ama de verdad (…)”.

En otro párrafo el Papa señalaba, “si nos encontramos en la prueba, el Espíritu Santo nos consuela, nos trae el perdón y la fuerza de Dios. Y cuando nos confronta con nuestros errores y nos corrige, lo hace con bondad: en su voz que habla al corazón hay siempre el timbre de la ternura y el calor del amor”. Agregando, subrayó el Pontífice, “(…) el Espíritu Paráclito es nuestro abogado y nos defiende. Nos defiende frente a quienes nos acusan: frente a nosotros mismos, cuando no nos amamos ni nos perdonamos, hasta el punto de decirnos que somos unos fracasados y unos inútiles; frente al mundo, que descarta a quienes no corresponden a sus esquemas y modelos; frente al demonio, que es por excelencia el «acusador» y el divisor (cf. Ap 12,10) y hace todo lo posible para que nos sintamos incapaces e infelices”.

Entonces, el Papa nos dijo, “frente a todos estos pensamientos acusadores, el Espíritu Santo nos sugiere cómo responder. ¿De qué manera? El Paráclito, dice Jesús, es el que «nos recuerda todo lo que Jesús nos dijo» (cf. Jn 14,26). Nos recuerda, por tanto, las palabras del Evangelio, y así nos permite responder al diablo acusador no con nuestras propias palabras, sino con las palabras del Señor”.

Casi llegando al final, el Santo Padre nos dijo, además, “si invocamos al Espíritu, aprendemos a acoger y a recordar la realidad más importante de la vida, que nos protege de las acusaciones del mal. ¿Y cuál es esa realidad más importante de la vida? Que somos hijos amados de Dios. Somos hijos amados de Dios: ésa es la realidad más importante, y el Espíritu nos lo recuerda”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy, sexto domingo de Pascua, nos habla del Espíritu Santo, a quien Jesús llama Paráclito (cf. Jn 14,15-17). Paráclito es una palabra que procede del griego y significa al mismo tiempo consolador y abogado. Es decir, el Espíritu Santo nunca nos deja solos, está a nuestro lado, como un abogado que asiste al acusado permaneciendo a su lado. Y nos sugiere cómo defendernos ante quienes nos acusan. Recordemos que el gran acusador es siempre el demonio, que pone en ti el pecado, el deseo de pecar, la maldad. Reflexionemos sobre estos dos aspectos: su cercanía y su ayuda contra los que nos acusan.

Su cercanía: el Espíritu Santo, dice Jesús, «está con vosotros y permanece en vosotros» (cf. v. 17). Nunca nos abandona. El Espíritu Santo quiere estar con nosotros: no es un huésped de paso que viene a hacernos una visita de cortesía. Es un compañero de vida, una presencia estable, es Espíritu y quiere habitar en nuestro espíritu. Es paciente y permanece con nosotros incluso cuando caemos. Se queda porque nos ama de verdad: no finge amarnos para luego dejarnos solos en las dificultades. No, es leal, es transparente, es auténtico.

En efecto, si nos encontramos en la prueba, el Espíritu Santo nos consuela, nos trae el perdón y la fuerza de Dios. Y cuando nos confronta con nuestros errores y nos corrige, lo hace con bondad: en su voz que habla al corazón hay siempre el timbre de la ternura y el calor del amor. Ciertamente, el Espíritu Paráclito es exigente, porque es un amigo verdadero, fiel, que no esconde nada, que sugiere qué cambiar y cómo crecer. Pero cuando nos corrige, nunca nos humilla ni infunde desconfianza; al contrario, transmite la certeza de que con Dios podemos lograrlo, siempre. Esta es su cercanía. Es una hermosa certeza.

En segundo lugar, el Espíritu Paráclito es nuestro abogado y nos defiende. Nos defiende frente a quienes nos acusan: frente a nosotros mismos, cuando no nos amamos ni nos perdonamos, hasta el punto de decirnos que somos unos fracasados y unos inútiles; frente al mundo, que descarta a quienes no corresponden a sus esquemas y modelos; frente al demonio, que es por excelencia el «acusador» y el divisor (cf. Ap 12,10) y hace todo lo posible para que nos sintamos incapaces e infelices.

Frente a todos estos pensamientos acusadores, el Espíritu Santo nos sugiere cómo responder. ¿De qué manera? El Paráclito, dice Jesús, es el que «nos recuerda todo lo que Jesús nos dijo» (cf. Jn 14,26). Nos recuerda, por tanto, las palabras del Evangelio, y así nos permite responder al diablo acusador no con nuestras propias palabras, sino con las palabras del Señor. Sobre todo, nos recuerda que Jesús habló siempre del Padre que está en los cielos, nos lo dio a conocer y nos reveló su amor por nosotros, que somos sus hijos. Si invocamos al Espíritu, aprendemos a acoger y a recordar la realidad más importante de la vida, que nos protege de las acusaciones del mal. ¿Y cuál es esa realidad más importante de la vida? Que somos hijos amados de Dios. Somos hijos amados de Dios: ésa es la realidad más importante, y el Espíritu nos lo recuerda.

Hermanos y hermanas, preguntémonos hoy: ¿invocamos al Espíritu Santo, le rezamos a menudo? No nos olvidemos de Él, que está cerca de nosotros, incluso dentro de nosotros. Y luego, ¿escuchamos su voz, tanto cuando nos anima como cuando nos corrige? ¿Respondemos con las palabras de Jesús a las acusaciones del mal, a los «tribunales» de la vida? ¿Recordamos que somos hijos amados de Dios? Que María nos haga dóciles a la voz del Espíritu Santo y sensibles a su presencia.

Regina Coeli 

Reina del cielo alégrate; aleluya.
Porque el Señor a quien has merecido llevar; aleluya.
Ha resucitado según su palabra; aleluya.
Ruega al Señor por nosotros; aleluya.
Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
Porque verdaderamente ha resucitado el Señor;
aleluya.

Oremos

Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
has llenado el mundo de alegría,
concédenos, por intercesión de su Madre,
la Virgen María,
llegar a alcanzar los gozos eterno.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.

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Después del Regina Caeli

Queridos hermanos y hermanas

en los últimos días hemos asistido de nuevo a enfrentamientos armados entre israelíes y palestinos, en los que han perdido la vida personas inocentes, entre ellas mujeres y niños. Espero que la tregua que se acaba de alcanzar se estabilice, que las armas callen, porque con las armas nunca se conseguirá la seguridad y la estabilidad, sino que, por el contrario, se seguirá destruyendo cualquier esperanza de paz.

Saludo cordialmente a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países, especialmente a los fieles de Canadá, Singapur, Malasia y España.

Saludo a los responsables de la Comunidad de Sant’Egidio de 25 países africanos; así como a las autoridades y profesores de la Universidad de Radom, en Polonia. Saludo a Caritas Internationalis, que se ha reunido y ha elegido un nuevo presidente. ¡Adelante, con valentía, por el camino de la reforma!

Saludo a los fieles de Scandicci y a los de Torrita di Siena; a los jóvenes del decanato de Appiano Gentile, a los Agesci Scouts de Alghero y a los jóvenes de Senigallia; al Instituto escolar «Giovanni XXIII» de Cammarata; y a los participantes en la carrera de relevos solidaria en favor de la Fundación para la Investigación del Cáncer.

Hoy se celebra en muchos países el Día de la Madre; recordemos con gratitud y afecto a todas las madres, a las que aún están entre nosotros y a las que se han ido al cielo. Encomendémoslas a María, la madre de Jesús. ¡Y un fuerte aplauso!

A ella nos dirigimos, pidiéndole que alivie el sufrimiento de la atormentada Ucrania y de todas las naciones heridas por la guerra y la violencia.

Deseo a todos un buen domingo. Y saludo a los chicos de la Inmaculada, que son buenos. Por favor, no olvidéis rezar por mí. Buen almuerzo y ¡adiós!

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