PAPA FRANCISCO | Un mundo sin leyes que respeten los derechos sería un mundo en el que es imposible vivir, se parecería a una jungla, sin justicia, no hay paz

3 abril, 2024

PAPA FRANCISCO | Un mundo sin leyes que respeten los derechos sería un mundo en el que es imposible vivir, se parecería a una jungla, sin justicia, no hay paz, así lo dijo el Santo Padre al compartir su mensaje durante la Audiencia General del día miércoles. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad Francisco continuando el ciclo de catequesis sobre “Los vicios y las virtudes”, centro su reflexión sobre el tema “La justicia” (Lectura: Pr 21,3.7.21).

Al respecto, nos decía, “llegamos a la segunda de las virtudes cardinales: hoy hablaremos de la justicia. Es la virtud social por excelencia. El Catecismo de la Iglesia Católica la define así: «Virtud moral que consiste en el propósito constante y firme de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido» (n. 1807). Esto es la justicia. Está representada alegóricamente por la balanza, porque pretende ‘equilibrar las cuentas’ entre los hombres, sobre todo cuando corren el riesgo de ser distorsionadas por algún desequilibrio. Su objetivo es que en una sociedad cada uno sea tratado según su dignidad”.

Continuando, el Papa agregó, “todos comprendemos cómo la justicia es fundamental para la convivencia pacífica en sociedad: un mundo sin leyes que respeten los derechos sería un mundo en el que es imposible vivir, se parecería a una jungla. Sin justicia, no hay paz”. Diciendo, además, “(…) la justicia es una virtud que actúa tanto en lo grande como en lo pequeño: no sólo concierne a las salas de los tribunales, sino también a la ética que caracteriza nuestra vida cotidiana. Establece relaciones sinceras con los demás: realiza el precepto del Evangelio, según el cual el discurso cristiano debe ser: «Sí, sí», «No, no»; lo más es del Maligno» (Mt 5,37)”.

En otro párrafo, Su Santidad señalaba, “en la tradición se encuentran innumerables descripciones del hombre justo. Veamos algunas de ellas. El hombre justo tiene reverencia por las leyes y las respeta, sabiendo que son una barrera que protege a los indefensos de la arrogancia de los poderosos. El hombre justo no sólo vela por su bienestar individual, sino que quiere el bien de toda la sociedad. Por eso, no cede a la tentación de pensar sólo en sí mismo y de ocuparse de sus propios asuntos, por legítimos que sean, como si fueran lo único que existe en el mundo”.

El Santo Padre también, decía, “(…) el justo rehúye comportamientos nocivos como la calumnia, el perjurio, el fraude, la usura, la burla, la deshonestidad. El hombre justo cumple su palabra, devuelve lo que ha tomado prestado, reconoce un salario justo a todos los trabajadores -un hombre que no reconoce un salario justo a los trabajadores no es justo, es injusto-, tiene cuidado de no pronunciar juicios temerarios contra su prójimo, defiende la reputación y el buen nombre de los demás”.

Finalmente, compartía, “ninguno de nosotros sabe si en nuestro mundo los hombres justos son numerosos o tan raros como perlas preciosas. Pero son hombres que atraen gracia y bendiciones tanto sobre sí mismos como sobre el mundo en que viven. No son perdedores comparados con los que son «astutos y taimados», porque, como dice la Escritura, «el que busca la justicia y el amor hallará la vida y la gloria» (Pr 21,21). Los justos no son moralistas que visten la túnica del censor, sino justos que «tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5,6), soñadores que abrigan en su corazón el deseo de la fraternidad universal”.

A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad Francisco:

Catequesis. Vicios y virtudes. 13. Justicia

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!

Llegamos a la segunda de las virtudes cardinales: hoy hablaremos de la justicia. Es la virtud social por excelencia. El Catecismo de la Iglesia Católica la define así: «Virtud moral que consiste en el propósito constante y firme de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido» (n. 1807). Esto es la justicia. A menudo, cuando se menciona la justicia, se cita también el lema que la representa: «unicuique suum», es decir, «a cada uno lo suyo». Es la virtud del derecho, que trata de regular con equidad las relaciones entre las personas.

Está representada alegóricamente por la balanza, porque pretende ‘equilibrar las cuentas’ entre los hombres, sobre todo cuando corren el riesgo de ser distorsionadas por algún desequilibrio. Su objetivo es que en una sociedad cada uno sea tratado según su dignidad. Pero los antiguos maestros ya enseñaban que esto requiere también otras actitudes virtuosas, como la benevolencia, el respeto, la gratitud, la afabilidad, la honestidad: virtudes que contribuyen a la buena convivencia de las personas. La justicia es una virtud para la buena convivencia de las personas.

Todos comprendemos cómo la justicia es fundamental para la convivencia pacífica en sociedad: un mundo sin leyes que respeten los derechos sería un mundo en el que es imposible vivir, se parecería a una jungla. Sin justicia, no hay paz. Sin justicia, no hay paz. De hecho, si no se respeta la justicia, se generan conflictos. Sin justicia, se consagra la ley de la prevaricación del fuerte sobre el débil, y esto no es justo.

Pero la justicia es una virtud que actúa tanto en lo grande como en lo pequeño: no sólo concierne a las salas de los tribunales, sino también a la ética que caracteriza nuestra vida cotidiana. Establece relaciones sinceras con los demás: realiza el precepto del Evangelio, según el cual el discurso cristiano debe ser: «Sí, sí», «No, no»; lo más es del Maligno» (Mt 5,37). Las medias verdades, los discursos sutiles que buscan engañar al prójimo, las reticencias que ocultan las verdaderas intenciones, no son actitudes acordes con la justicia. El hombre justo es recto, sencillo y directo, no usa máscaras, se presenta tal como es, dice la verdad. La palabra «gracias» está a menudo en sus labios: sabe que, por muy generosos que nos esforcemos en ser, siempre estamos en deuda con el prójimo. Si amamos, es también porque hemos sido amados primero.

En la tradición se encuentran innumerables descripciones del hombre justo. Veamos algunas de ellas. El hombre justo tiene reverencia por las leyes y las respeta, sabiendo que son una barrera que protege a los indefensos de la arrogancia de los poderosos. El hombre justo no sólo vela por su bienestar individual, sino que quiere el bien de toda la sociedad. Por eso, no cede a la tentación de pensar sólo en sí mismo y de ocuparse de sus propios asuntos, por legítimos que sean, como si fueran lo único que existe en el mundo. La virtud de la justicia deja claro -y pone la exigencia en el corazón- que no puede haber verdadero bien para mí si no hay también el bien de todos.

Por eso, el hombre justo vigila su propio comportamiento para que no perjudique a los demás: si comete un error, pide disculpas. El justo siempre pide perdón. En algunas situaciones llega a sacrificar un bien personal para ponerlo a disposición de la comunidad. Desea una sociedad ordenada, en la que sean las personas las que den lustre a los cargos, y no los cargos los que den lustre a las personas. Aborrece las recomendaciones y no comercia con favores. Ama la responsabilidad y es ejemplar viviendo y promoviendo la legalidad. De hecho, es el camino hacia la justicia, el antídoto contra la corrupción: ¡qué importante es educar a la gente, especialmente a los jóvenes, en la cultura de la legalidad! Es la manera de prevenir el cáncer de la corrupción y de erradicar la delincuencia, removiendo el suelo bajo sus pies.

Una vez más, el justo rehúye comportamientos nocivos como la calumnia, el perjurio, el fraude, la usura, la burla, la deshonestidad. El hombre justo cumple su palabra, devuelve lo que ha tomado prestado, reconoce un salario justo a todos los trabajadores -un hombre que no reconoce un salario justo a los trabajadores no es justo, es injusto-, tiene cuidado de no pronunciar juicios temerarios contra su prójimo, defiende la reputación y el buen nombre de los demás.

Ninguno de nosotros sabe si en nuestro mundo los hombres justos son numerosos o tan raros como perlas preciosas. Pero son hombres que atraen gracia y bendiciones tanto sobre sí mismos como sobre el mundo en que viven. No son perdedores comparados con los que son «astutos y taimados», porque, como dice la Escritura, «el que busca la justicia y el amor hallará la vida y la gloria» (Pr 21,21). Los justos no son moralistas que visten la túnica del censor, sino justos que «tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5,6), soñadores que abrigan en su corazón el deseo de la fraternidad universal. Y de este sueño, especialmente hoy, todos tenemos una gran necesidad. Necesitamos ser hombres y mujeres justos, y esto nos hará felices.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Que la luz de Cristo resucitado nos guíe por caminos de justicia y de paz, y la fuerza vivificante de su amor nos haga audaces constructores de un mundo más fraterno y solidario. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

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LLAMAMIENTO

Siguen llegando tristes noticias de Oriente Medio. Reitero mi firme llamamiento a un alto el fuego inmediato en la Franja de Gaza. Expreso mi profundo pesar por los voluntarios asesinados mientras participaban en la distribución de ayuda humanitaria en Gaza. Rezo por ellos y por sus familias. Renuevo mi llamamiento para que se permita a la población civil, exhausta y sufriente, acceder a la ayuda humanitaria y para que se libere inmediatamente a los rehenes. Evitemos todo intento irresponsable de ampliar el conflicto en la región y trabajemos para que ésta y otras guerras que siguen llevando muerte y sufrimiento a tantas partes del mundo terminen cuanto antes. Recemos y trabajemos sin descanso para que cesen las armas y vuelva a reinar la paz.

Y no olvidemos a la atormentada Ucrania, ¡tantos muertos! Tengo en mis manos un rosario y un libro del Nuevo Testamento que me dejó un soldado que murió en la guerra. Este muchacho se llamaba Oleksandr, Alexander, tenía 23 años. Alexander leía el Nuevo Testamento y los Salmos y había subrayado, en el libro de los Salmos, el Salmo 129: «Desde las profundidades a ti clamo, Señor; Señor, escucha mi voz». Este joven de 23 años murió en Avdiïvka, en la guerra. Dejó atrás una vida. Y este es su rosario y su Nuevo Testamento, que leía y rezaba. Me gustaría guardar silencio en este momento, todos nosotros, pensando en este chico y en tantos otros como él, que murieron en esta locura de guerra. ¡La guerra siempre destruye! Pensemos en ellos y recemos.

* * *

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a los Preadolescentes de la Archidiócesis de Milán, que han venido a Roma para coronar su camino de formación catequética con la profesión de fe ante las tumbas de los Apóstoles. Queridos jóvenes -¡a vosotros me dirijo! – sed capaces de testimoniar, con el entusiasmo y la generosidad propios de vuestra juventud, la fidelidad al Evangelio, siguiendo siempre a Cristo, luz del mundo. ¿Lo haréis? [¡Sí!] ¡No respondáis… más alto! [responden: ¡Sí!]

Saludo con afecto a los confirmandos de las diócesis de Treviso, Cremona y Cuneo-Fossano. Con la fuerza del Espíritu Santo, que en la Confirmación os confirma como bautizados, hijos de Dios y miembros de la Iglesia, sed «piedras vivas» para construir la comunidad cristiana. Saludo también al grupo Via Crucis de Barile, expresando mi aprecio por su compromiso en la representación sagrada de los misterios de la pasión de Cristo.

Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. A cada uno deseo acoger en su corazón la alegría y la paz, dones de Jesús resucitado.

A todos, mi bendición.

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