PAPA LEÓN XIV | Pidamos volver a habitar en el Corazón de Cristo, que es la verdadera casa de la misericordia, así lo expresaba el Santo Padre al compartir su catequesis durante la Audiencia General de hoy. Celebrada en Plaza San Pedro, Su Santidad León XIV, retomando el ciclo de catequesis que se desarrolla a lo largo del Año Jubilar «Jesucristo, nuestra esperanza»- centró su meditación en el tema La curación del paralítico. «Jesús, al verlo tendido y sabiendo que llevaba así mucho tiempo, le dijo: «¿Quieres curarte?». (Jn 5, 2-9)
En esta jornada, ha participado de la Audiencia General, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de Seguridad de Argentina junto a efectivos militares argentinos en Misión de Paz en Chipre y su Capellán, Padre Alejandro Salinas. Este es el segundo encuentro de nuestro Obispo con el Santo Padre León XIV, recordando que el último lunes 16 era recibido por el Pontífice en Audiencia privada.
El Papa nos decía hoy, “(…) quisiera invitarles a reflexionar sobre aquellas situaciones en las que nos sentimos “bloqueados” y encerrados en un callejón sin salida”. Agregando, continuó diciendo, “por eso hoy quiero detenerme en la curación de un paralítico, narrada en el capítulo quinto del Evangelio de San Juan (5,1-9).
Jesús va a Jerusalén para una fiesta de los judíos. No se dirige enseguida al Templo; se detiene, en cambio, junto a una puerta, donde probablemente se lavaban las ovejas que luego serían ofrecidas en sacrificio. Cerca de esta puerta, se encontraban también muchos enfermos, que, a diferencia de las ovejas, eran excluidos del Templo por ser considerados impuros”.
Continuando, el Santo Padre decía, “(…) es el mismo Jesús quien se acerca a ellos en su dolor. Estas personas esperaban un prodigio que pudiera cambiar su suerte; de hecho, junto a la puerta había una piscina cuyas aguas eran consideradas milagrosas, es decir, capaces de curar (…)”.
Más adelante, el Papa señalaba, “Jesús se dirige específicamente a un hombre que estaba paralizado desde hacía treinta y ocho años. Ya está resignado, porque nunca logra sumergirse en la piscina cuando el agua se agita (cf. v. 7). En efecto, lo que muchas veces nos paraliza es precisamente la desilusión.
Jesús le hace al paralítico una pregunta que podría parecer superflua: «¿Quieres curarte?» (v. 6). Pero en realidad es una pregunta necesaria, porque cuando se lleva tantos años bloqueado, puede incluso perderse la voluntad de sanar. A veces preferimos permanecer en la condición de enfermos, obligando a los demás a ocuparse de nosotros”.
Profundizando, el Santo Padre nos compartía, “Jesús, (…), lo ayuda a descubrir que su vida también está en sus manos. Lo invita a levantarse, a salir de su situación crónica, y a tomar su camilla (cf. v. 8). Esa camilla no debe dejarse o tirarse: representa su pasado de enfermedad, es su historia. Hasta ese momento el pasado lo había bloqueado; lo había obligado a permanecer postrado como un muerto”.
Finalmente, León XIV dijo, “(…), pidamos al Señor el don de comprender en qué punto de nuestra vida nos hemos quedado bloqueados. Tratemos de dar voz a nuestro deseo de sanación. Y recemos por todos aquellos que se sienten paralizados, que no ven salidas posibles. ¡Pidamos volver a habitar en el Corazón de Cristo, que es la verdadera casa de la misericordia!”




A continuación, compartimos en forma completa el mensaje de Su Santidad León XIV:
LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 18 de junio de 2025
«Jesús, al verlo acostado y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: “¿Quieres curarte?”» (Jn 5,6)
Queridos hermanos y hermanas:
Seguimos contemplando a Jesús que cura. En particular, hoy quisiera invitarles a reflexionar sobre aquellas situaciones en las que nos sentimos “bloqueados” y encerrados en un callejón sin salida. A veces, de hecho, nos parece inútil seguir esperando; nos resignamos y ya no tenemos ganas de luchar. Esta situación es descrita en los Evangelios con la imagen de la parálisis. Por eso hoy quiero detenerme en la curación de un paralítico, narrada en el capítulo quinto del Evangelio de San Juan (5,1-9).
Jesús va a Jerusalén para una fiesta de los judíos. No se dirige enseguida al Templo; se detiene, en cambio, junto a una puerta, donde probablemente se lavaban las ovejas que luego serían ofrecidas en sacrificio. Cerca de esta puerta, se encontraban también muchos enfermos, que, a diferencia de las ovejas, eran excluidos del Templo por ser considerados impuros. Y entonces es el mismo Jesús quien se acerca a ellos en su dolor. Estas personas esperaban un prodigio que pudiera cambiar su suerte; de hecho, junto a la puerta había una piscina cuyas aguas eran consideradas milagrosas, es decir, capaces de curar: en algunos momentos el agua se agitaba y, según la creencia de entonces, quien se sumergía primero quedaba curado.
Se creaba así una especie de “guerra entre pobres”: podemos imaginar la triste escena de estos enfermos arrastrándose con dificultad para entrar en la piscina. Aquella piscina se llamaba Betzatá, que significa “casa de la misericordia”: podría ser una imagen de la Iglesia, donde los enfermos y los pobres se reúnen y donde el Señor viene a sanar y dar esperanza.
Jesús se dirige específicamente a un hombre que estaba paralizado desde hacía treinta y ocho años. Ya está resignado, porque nunca logra sumergirse en la piscina cuando el agua se agita (cf. v. 7). En efecto, lo que muchas veces nos paraliza es precisamente la desilusión. Nos sentimos desanimados y corremos el riesgo de caer en la acedia.
Jesús le hace al paralítico una pregunta que podría parecer superflua: «¿Quieres curarte?» (v. 6). Pero en realidad es una pregunta necesaria, porque cuando se lleva tantos años bloqueado, puede incluso perderse la voluntad de sanar. A veces preferimos permanecer en la condición de enfermos, obligando a los demás a ocuparse de nosotros. A veces también es un pretexto para no decidir qué hacer con nuestra vida. Jesús, en cambio, remite a este hombre a su deseo más verdadero y profundo.
Este hombre responde de forma más extensa a la pregunta de Jesús, revelando su visión de la vida. Dice, ante todo, que no tiene a nadie que lo introduzca en la piscina: la culpa, entonces, no es suya, sino de los demás que no se preocupan por él. Esta actitud se convierte en un pretexto para evitar asumir sus propias responsabilidades. ¿Pero es realmente cierto que no tenía a nadie que lo ayudara? He aquí la respuesta iluminadora de San Agustín: «Sí, para ser curado necesitaba absolutamente de un hombre, pero de un hombre que también fuera Dios. […] Por tanto, ha venido el hombre que era necesario; ¿por qué retrasar más la curación?».[1]
El paralítico añade luego que cuando intenta sumergirse en la piscina, siempre hay alguien que llega antes que él. Este hombre está expresando una visión fatalista de la vida. Pensamos que las cosas nos suceden porque no tenemos suerte, porque el destino nos es adverso. Este hombre está desanimado. Se siente derrotado en la lucha de la vida.
Jesús, en cambio, lo ayuda a descubrir que su vida también está en sus manos. Lo invita a levantarse, a salir de su situación crónica, y a tomar su camilla (cf. v. 8). Esa camilla no debe dejarse o tirarse: representa su pasado de enfermedad, es su historia. Hasta ese momento el pasado lo había bloqueado; lo había obligado a permanecer postrado como un muerto. Ahora es él quien puede tomar esa camilla y llevarla a donde quiera: ¡puede decidir qué hacer con su historia! Se trata de caminar, asumiendo la responsabilidad de elegir qué camino recorrer. ¡Y esto gracias a Jesús!
Queridísimos hermanos y hermanas, pidamos al Señor el don de comprender en qué punto de nuestra vida nos hemos quedado bloqueados. Tratemos de dar voz a nuestro deseo de sanación. Y recemos por todos aquellos que se sienten paralizados, que no ven salidas posibles. ¡Pidamos volver a habitar en el Corazón de Cristo, que es la verdadera casa de la misericordia!
[1] Homilía 17, 7.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España, México, Honduras, Chile y Argentina. Jesús nos pregunta también a nosotros: «¿Quieres curarte?». No tengamos miedo de reconocer nuestras parálisis interiores, ni de presentar al Señor nuestros desánimos. Pidamos a María Santísima que nos ayude a responder con fe al llamado de Jesús, que nos invita a levantarnos y caminar con esperanza hacia la vida nueva que Él nos ofrece. Muchas gracias.
LLAMAMIENTO
Queridos hermanos y hermanas:
El corazón de la Iglesia se desgarra por los gritos que se alzan desde los lugares de guerra, en particular desde Ucrania, Irán, Israel y Gaza. ¡No debemos acostumbrarnos a la guerra! Al contrario, hay que rechazar como una tentación el atractivo de las armas potentes y sofisticadas. En realidad, dado que en la guerra actual «se hace uso de armas científicas de todo tipo, su atrocidad amenaza con llevar a los combatientes a una barbarie muy superior a la de tiempos pasados» (Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 79). Por tanto, en nombre de la dignidad humana y del derecho internacional, repito a los responsables lo que solía decir el Papa Francisco: ¡la guerra es siempre una derrota! Y con Pío XII: «Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra».
Saludo
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los fieles de la Diócesis de Sora-Cassino-Aquino-Pontecorvo, acompañados por su Obispo: queridos amigos, deseo que la visita a las tumbas de los Apóstoles ofrezca a cada uno la oportunidad de una profunda experiencia de fe para ser apóstoles del Evangelio en vuestro territorio. Saludo, además, a los sacerdotes de Ferrara-Comacchio y de Brescia, animándolos a consolidar generosos propósitos de fidelidad a la llamada del Señor.
Recibo con afecto a las parroquias: Santos Pedro y Pablo en Montelupone, Santos Crisanto y Daría, y Santa María causa de nuestra alegría en Roma.
Saludo a la Asociación Nacional de Asesores Laborales, expresando aprecio por su compromiso y por los justos esfuerzos en defensa de los derechos de los trabajadores, en el respeto de las legítimas razones de las empresas.
Mi pensamiento se dirige finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La fiesta del Corpus Christi, que celebraremos mañana, nos ofrezca la ocasión para profundizar nuestra fe y nuestro amor por la Eucaristía. ¡A todos mi bendición!
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