Mons. Olivera | El Camino Sinodal Diocesano, debe ser un momento singular de discernimiento de la voluntad actual de Dios para esta Iglesia Castrense de Argentina

22 marzo, 2022

Mons. Olivera | El Camino Sinodal Diocesano, debe ser un momento singular de discernimiento de la voluntad actual de Dios para esta Iglesia Castrense de Argentina, así lo expresaba el Obispo Castrense de Argentina, en su mensaje de apertura del 30° Encuentro del Clero Castrense 2022. En la tarde del lunes 21 de marzo, Mons. Santiago Olivera compartía su mensaje, donde ahondó sobre el significado de la presencia de los Sacerdotes entre los fieles.

Al respecto, destacaba, que la importancia de estar presente, allí donde están nuestros hermanos, esa acción, es el primer nombre del amor. Explicando, que además de la ayuda moral y de la fe, los Capellanes, también llevan la esperanza de salir de toda aquella dificultad en les toca vivir a quienes son servidores de la Patria.

Mons. Santiago, en el comienzo de sus palabras resaltó, “con la alegría de este reencuentro, luego de dos años de suspensión de nuestros fecundos encuentros, retomamos este 2022. Gracias a Dios con nuevos hermanos, Capellanes Castrenses y auxiliares que se suman a nuestra misión”.

Agregando, «para nosotros, y también particularmente para mi como Obispo, llamado a ser padre, hermano y amigo de cada uno de ustedes es una nueva oportunidad para ir creciendo y consolidando vínculos, ayudando a hacer realidad esta dimensión fraterna y filial a la que estamos llamados a vivir». Más adelante, decía, “estos encuentros nos ayudan, para cómo les decía, crecer en esta realidad querida pero también a formarnos más y mejor para cumplir la misión que como Iglesia Castrense diocesana estamos llamados a realizar”.  También, resaltó el Obispo que este año se cumple el primer lustro de que el Santo Padre Francisco lo nombrara Obispo Castrense, “son 5 años en los que he podido y hemos podido hacer un camino de conocimiento de lo que implica pertenecer a una Iglesia Particular, personal, que la hace más particular que otras realidades”.

Agregando, continuó, “he aprendido que debemos estar donde nuestros fieles están.  He aprendido que podría decir que, a mi vocación sacerdotal y episcopal, se ha sumado esta vocación, (llamada) a amar y entregar la vida por cada uno de los fieles que se me confían aún hasta la posibilidad de entregar la vida, “literalmente”, si fuera necesario”.

También, Mons. Olivera se refirió al Sínodo, al respecto decía, “nosotros estamos haciendo un camino, desde hace unos años, queremos profundizar este camino de comunión y de dialogo, de corresponsabilidad y pertenencia para pensar juntos como anunciar mejor el Evangelio de Jesús, el Evangelio de la Paz a los hombres y mujeres de nuestras fuerzas y a sus familias. Queremos o debemos mirar, conocer y una vez juzgada nuestra realidad plasmar caminos y líneas de acción evangelizadoras”.

ENCUENTRO DEL CLERO

2022

Mons. Santiago Olivera

 Obispo Castrense de Argentina

Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EG, 33)

El Papa Francisco, nos recordó en la Audiencia General en el Vaticano del 22 de mayo de 2013:

“Evangelizar es la misión de la Iglesia, no sólo de algunos, sino la mía, la tuya, nuestra misión. El Apóstol Pablo exclamaba: “Ay de mí si no anuncio el Evangelio! “(I Cor 9, 16). Cada uno debe ser evangelizador, sobre todo con la vida”.

En comunión y corresponsabilidad al servicio de la evangelización.

“Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia Católica bajo la guía de su Obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización, ya que es la manifestación concreta de la única Iglesia en un lugar del mundo…” (EG, 30)

Con estas palabras comenzábamos el encuentro del Cleo del año 2018. Con la alegría de este reencuentro, luego de dos años de suspensión de nuestros fecundos encuentros, retomamos este 2022. Gracias a Dios con nuevos hermanos, Capellanes Castrenses y auxiliares que se suman a nuestra misión.

Para nosotros, y también particularmente para mi como Obispo, llamado a ser padre, hermano y amigo de cada uno de ustedes es una nueva oportunidad para ir creciendo y consolidando vínculos, ayudando a hacer realidad esta dimensión fraterna y filial a la que estamos llamados a vivir. Sabemos que esto no se consigue por decreto, sino que lo vamos afianzando y logrando, con la gracia de Dios y con nuestro esfuerzo en esa dirección.

Estos encuentros nos ayudan, para como les decía, crecer en esta realidad querida pero también a formarnos más y mejor para cumplir la misión que como Iglesia Castrense diocesana estamos llamados a realizar. 

Por tanto, son días de gozo, de alegría por volvernos a encontrar y de renovación en nuestra particular vocación.

Este año se cumplen 5 años en el que fui nombrado por el Papa Francisco para este servicio, para esta misión.  No son pocos años, pero tampoco muchos. Pero sí son 5 años en los que he podido y hemos podido hacer un camino de conocimiento de lo que implica pertenecer a una Iglesia Particular, personal, que la hace más particular que otras realidades.

He aprendido que debemos estar donde nuestros fieles están.  He aprendido que podría decir que, a mi vocación sacerdotal y episcopal, se ha sumado esta vocación, (llamada) a amar y entregar la vida por cada uno de los fieles que se me confían aún hasta la posibilidad de entregar la vida, “literalmente”, si fuera necesario.

Desde hace un tiempo venimos escuchando y estamos plasmando con toda la Iglesia, Universal y Nacional, nuestro deseo de ser una Iglesia sinodal, que caminamos juntos, que estamos a la escucha, porque queremos servir más. Queremos escuchar porque queremos Anunciar la Novedad del Evangelio en estos difíciles tiempos que nos tocan vivir.

Escuchamos, para anunciar mejor. Escuchamos para dejarnos convertir. Escuchamos para cambiar lo que tengamos que cambiar, escuchamos para dejarnos modelar mejor. Escuchamos para consolidar y/o corregir caminos, escuchamos para caminar juntos en una dirección, (no siempre única) creativa y libre, fundamentada en la obediencia filial y creyente, iluminada por la fe.

Escuchamos mucho en este tiempo, desde el Papa y los distintos episcopados, expresiones como, “en clave sinodal o camino sinodal.

Recordamos que “sínodo” procede de la palabra griega “synodos”, que puede traducirse como “reunión” y que es fruto de la suma de dos elementos claramente delimitados: el prefijo “syn-“, que es sinónimo de “con” o “junto”, y “odos”, que es equivalente a “ruta” o “camino”.


El Sínodo diocesano es una asamblea de sacerdotes y otros fieles de una diócesis, que prestan su ayuda al Obispo para el bien de la comunidad diocesana. Es una institución de vieja tradición eclesiástica, que desde el Concilio Vaticano II, se ha querido fomentar:

Número 36, del decreto Christus Dominus: “Desea este santo Concilio que las venerables instituciones de los sínodos y de los concilios cobren nuevo vigor, para proveer mejor y con más eficacia al incremento de la fe y a la conservación de la disciplina…

El Sínodo diocesano «es a la vez y de modo inseparable acto de gobierno episcopal y acontecimiento de comunión, y manifiesta la índole de comunión jerárquica que es propia de la naturaleza profunda de la Iglesia» (Instrucción 19 de marzo de 1997, nº 1).

Los trabajos, en nuestra clave sinodal, deben favorecer y fomentar la común adhesión a la doctrina salvífica y a estimular a todos los fieles al seguimiento de Cristo. El camino sinodal será manifestación de la comunión diocesana.

El Sínodo sólo lo convoca el Obispo diocesano cuando lo aconsejen las circunstancias, después de oír al consejo presbiteral. “Tales circunstancias pueden ser de naturaleza diversa: la falta de una adecuada pastoral de conjunto, la exigencia de aplicar a nivel local normas u orientaciones superiores, la existencia en el ámbito diocesano de problemas que requieren solución, la necesidad sentida de una más intensa y activa comunión eclesial, etc.” (Instrucción sobre los Sínodos diocesanos, Apartado III, a), 1).

Nosotros estamos haciendo un camino, desde hace unos años, queremos profundizar este camino de comunión y de dialogo, de corresponsabilidad y pertenencia para pensar juntos como anunciar mejor el Evangelio de Jesús, el Evangelio de la Paz a los hombres y mujeres de nuestras fuerzas y a sus familias. Queremos o debemos mirar, conocer y una vez juzgada nuestra realidad plasmar caminos y líneas de acción evangelizadoras.

Pero nunca debemos olvidar que es Dios quien por su Espíritu nos anima e ilumina, y que, más allá de cualquier plan o metodología, la clave será mirarnos en nuestro testimonio de vida, para que en primer lugar “prediquemos con nuestras obras, con nuestra vida”, que supone acciones concretas, sentimientos, criterios y hasta pensamientos evangélicos.

Nos damos cuenta, que en primer lugar somos cada uno de nosotros que debemos vernos, y cada uno de nosotros personalmente y como comunidad diocesana debemos ahondar nuestro deseo de configurarnos más con el Señor, para esto la vida interior, la oración fiel y diaria, debe estar en nuestro norte, debe ser nuestro horizonte nunca descuidado.

La realidad de la Iglesia se vive ante todo en la Iglesia local o Diócesis que «es una porción del Pueblo de Dios que se confía al Obispo para ser apacentada con la cooperación de su presbiterio, de suerte que, adherida a su Pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia de Cristo, que es Una, Santa Católica y Apostólica» (ChD 11).  Para nosotros esta realidad, por la misma configuración de nuestra diócesis, compuesta por sacerdotes incardinados, agregados y auxiliares a medio tiempo, no significa que es una realidad que toca el corazón a medio corazón. Toda la Iglesia Diocesana, todos los miembros en ella, debemos comprometernos a rezar y renovar nuestro celo misionero en comunión para y por el bien de los fieles que se nos confían.

El Sínodo diocesano significa el modo más destacado y solemne que tiene la Iglesia local, en comunión con su Obispo, para vivir su misión de Iglesia. Y podríamos pensar entonces, que este camino sinodal que puede llevarnos hacia un Sínodo, es un momento fuerte para ver y oír en profundidad, descubriendo en este, “nuestro tiempo” que nos está pidiendo el Señor.

Bueno será recordar que la Iglesia nació del amor del Padre, manifestado en Cristo quien fundó la Iglesia y le comunicó el Espíritu que procede del Padre y del Hijo; que esta Iglesia está encarnada en las culturas, para cumplir la voluntad del Padre y establecer el Reino de Dios -cuando los hombres dejan que Dios sea Dios en sus corazones y en sus vidas-, de acuerdo con la cultura de cada pueblo.

La Iglesia existe para servir a los hombres, no para servirse de ellos; es un servicio para que los hombres puedan alcanzar la plenitud del Reino de Dios. La tarea de la Iglesia es llevar adelante la obra de Jesús, haciendo presente en el mundo a Cristo resucitado, para que los hombres de todos los tiempos puedan alcanzar la salvación. La Iglesia castrense tiene una particularidad que requiere, sin duda, una mirada profunda, un conocimiento más hondo, una búsqueda de las motivaciones y un descubrimiento de la vocación a los que fueron llamados los hombres y mujeres a quienes debemos servir.

El Camino Sinodal Diocesano, debe ser para cada uno de nosotros un momento privilegiado de iluminación de la conciencia de ser la Iglesia querida por el Padre, fundada por Cristo y asistida por el Espíritu Santo, como también debe ser un momento singular de discernimiento de la voluntad actual de Dios para esta Iglesia Castrense de Argentina.

«Lo que los Apóstoles trasmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios; así la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y trasmite a todas las edades lo que es y lo que cree. Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones trasmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian, repasándolas en su corazón (Cfr. Lc 2, 19.51), y cuando comprenden internamente los misterios que viven» (DV 10). Me surge la necesidad de preguntarme, ¿se vive esto en nuestras realidades militares? ¿nuestra acción como Obispo y/ o Capellanes motivan a nuestros hombres y mujeres a buscar más a Dios? ¿ayudan a querer conocer más a Jesús? ¿y a vivir en el deseo de una mayor plenitud de amistad sacramental?

En el encuentro del 2018, hice mención a la necesidad del discernimiento.  Este es un tema que me gustaría que lo pudiéramos abordar y profundizar. ¿Qué es discernir? ¿Por qué y cuándo discernir? ¿qué supone discernir en lo personal y en lo comunitario diocesano? Y podríamos seguir enumerando las bondades del discernimiento, sus frutos, sus beneficios, su necesidad, su educación. Discernir supone estar abierto a escuchar y ver la Voluntad de Dios, sin engaños. No pocas veces escuchamos resoluciones o vemos actitudes que no están rezadas y discernidas. El discernimiento supone humildad para dejarnos acompañar e iluminar, y fortaleza para saber obedecer lo que el Señor va sugiriendo, a veces por caminos que no teníamos tan presentes o tan a la vista.

 Este proceso ha de partir de la búsqueda de la voluntad del Señor, para que todos los miembros de la Iglesia puedan cumplir con su cometido, alentados por el Espíritu, en comunión de caridad fraterna.

Legislar sin auscultar la voluntad del Señor conduciría finalmente al autoritarismo. Y a veces “legislamos solos sobre nuestra vida”, sin auscultar la Voluntad de Señor en las realidades, en la voz de la Iglesia, en la palabra de nuestros superiores, en la mirada y palabras del Obispo.

La clave de toda moral neotestamentaria reside en discernir, es decir, en la capacidad de tomar, en toda situación dada, la decisión moral conforme al Evangelio, con conocimiento de la historia de la salvación en la que el Espíritu Santo representa un elemento decisivo. El discernimiento es «un acto a la vez uno y complejo, humano y divino, personal y eclesial, ‘en situación’ e injertado en el único designio de salvación que mira a la edificación de los hermanos y está ordenado a la gloria de Dios, que se realiza en el tiempo, pero participa ya del juicio escatológico».

A partir del Concilio Vaticano II se habla y se estudia con mayor insistencia el deber permanente de la Iglesia de discernir los «signos de los tiempos» (GS 4), expresión usada por el Papa Juan XXIII para la convocación del Concilio Vaticano II (25 de Diciembre de 1961); unos meses más tarde concluyó cada una de las partes de su encíclica «Pacem in Terris» (11 de Abril de 1963) con alusiones a los signos de los tiempos; también el Papa Paulo VI usó la expresión en su primera encíclica «Ecclesiam Suam» (6 de Junio de 1964).

La expresión «signos de los tiempos» es de origen bíblico, pero el Concilio no la usó con el sentido que tiene en la Escritura, sino en sentido sociológico: por eso cuando se menciona en los textos conciliares (GS 4; UR 4; PO 9) no se alude a ningún texto bíblico. La expresión se refiere a los «fenómenos que por su generalización y su grado de frecuencia caracterizan una época, y por los cuales se expresan las necesidades y las aspiraciones de la humanidad».  ¿Cuáles son en nuestras fuerzas, diócesis, los signos del los tiempos?

El discernimiento de los signos de los tiempos ofrece el conocimiento necesario para la eficaz acción pastoral de nuestros días que se ha vuelto cada vez más compleja. El conocimiento de la realidad, para una acción pastoral eficaz, es hoy objeto de una gran reflexión y de una ciencia que utiliza métodos muy elaborados y, algunas veces, de numerosas ciencias auxiliares.

La situación en la que la Iglesia debe vivir y actuar se ha vuelto indescifrable con la sola experiencia individual, aun tratándose de personas prudentes y maduras. La asistencia carismática del Espíritu Santo no excluye, sino que incluye, una reflexión humana que aproveche todos los métodos científicos. La consideración y el discernimiento de los signos de los tiempos forma parte de la inteligencia de la fe en su realización histórica.

El discernimiento de los signos de los tiempos es una tarea que toca a toda la Iglesia en cuanto Pueblo de Dios. «Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los Pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida, y expresada en forma más adecuada» (GS 44).

En los últimos años, hemos tenido momentos privilegiados de revelación y de discernimiento de los signos de los tiempos, en diversos niveles, que han orientado la marcha de la Iglesia, a la que ahora queremos dar continuidad. En el nivel universal hemos recibido la gracia del Concilio ecuménico Vaticano II: momento privilegiado de crecimiento de la conciencia de la identidad de la Iglesia -«Lumen Gentium»- y de sus nuevas responsabilidades ante el mundo moderno -«Gaudium et Spes»-: estos dos documentos constituyen la espina dorsal de todo el Concilio.

Podríamos preguntarnos ¿cómo están nuestros fieles? ¿nuestras familias castrenses? ¿cómo vivimos nuestra realidad de servidores en fuerzas armadas y federales que se mezclan con realidades y decisiones políticas? ¿cómo anunciar hoy en una sociedad que aparta a Dios? ¿cómo anunciar el Evangelio en estructuras que hablan de prescindencia de Dios?  ¿Cómo anunciar, predicar y trabajar por la paz? ¿Cuáles son para nosotros como Iglesia Castrense nuestros “signos de los tiempos”?

El discernimiento de la voluntad de Dios es un requisito para la autenticidad de la vida cristiana, sea en nivel eclesial como en el nivel individual, porque «en la obra pastoral no se puede proceder ciegamente: el apóstol no es uno que corre a la aventura o que tira golpes al aire» (Cfr. 1 Cor 9, 16. Paulo VI: Discurso con motivo de los 10 años del CELAM. N° 27).

En la complejidad de las situaciones en las que la Iglesia y los cristianos estamos llamados a vivir y a obrar, no resulta fácil distinguir las verdaderas inspiraciones de Dios, los impulsos de la naturaleza y las resistencias del mal; existe siempre el riesgo de tomar como manifestaciones de la voluntad del Señor lo que, al fin, se revela como una mera elaboración subjetiva.  Créanme que esto lo veo con claridad, más de una vez en decisiones personales que se toman. Y me pregunto, ¿con quién y cómo se ha discernido? Mejor, quizá la pregunta que corresponde es, ¿se ha discernido?

El discernimiento, indispensable para garantizar la autenticidad de la vida cristiana, ha de realizarse tanto en el nivel comunitario como en el individual. A cada uno corresponde preguntarse lo que exige de él la voluntad de Dios. Cuando cada uno haya percibido, en base a una reflexión cristiana, en qué sentido debe comprometerse, se verá en ese compromiso la voluntad actual de Dios sobre él. En la medida en que cada uno se esfuerce en responder a esta voluntad, entrará en una unión más íntima con Dios, cooperando al advenimiento de su Reino.

 Una acción que escruta en los acontecimientos la voluntad de Dios y los caminos para cumplirla se llama «interpretación de los signos de los tiempos».

La acción de escrutar, en el nivel individual, la voluntad de Dios en las diversas tendencias y sentimientos de la persona se conoce como «discernimiento de espíritus».

«Las opciones pastorales son el proceso de elección que, mediante la ponderación y el análisis de las realidades positivas y negativas vistas a la luz del Evangelio, permiten escoger y descubrir la respuesta pastoral a los múltiples desafíos puestos a la evangelización» (DP 1299).

Porque «la acción pastoral planificada es la respuesta específica, consciente e intencional, a las necesidades de la evangelización» (Id. 1307), la pastoral de conjunto es «toda esa obra salvífica común, exigida por la misión de la Iglesia en su aspecto global como fermento y alma de la sociedad que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios» (Medellín, XV, 9).

El camino sinodal deberá verse plasmado en líneas de conjunto, que fueron buscadas a la luz del Evangelio y rezadas. 

Es este un momento singular de discernimiento de la voluntad actual de Dios para nuestra Diócesis, escrutada en los acontecimientos que constituyen los signos de los tiempos, pues ante las situaciones específicas que vivimos en nuestra Patria y en nuestras Fuerzas, necesitamos ver de qué manera podemos responder evangélica y eficazmente a la salvación del mundo.

Nos vendrá muy bien, dedicar tiempo para conocer el origen de nuestra Iglesia Diocesana, su misión en el tiempo histórico, sus luces y sus sombras, sus aciertos y sus errores.

Será un tiempo fecundo si sabemos mirar evangélicamente la realidad pasada y presente, para saber pedir perdón si fuera necesario, para enmendar, corregir y aportar caminos que superen rencores, sufrimientos, enfrentamientos estériles e injusticas que reclaman nuestra acción valiente y profética.

En síntesis, queremos y deseamos escuchar las aspiraciones, alegrías y tristezas de nuestros fieles, de nuestro pueblo, para servirlos con la eficacia de la Novedad del Evangelio, para darles aquello que tenemos como verdadero tesoro, la Palabra y los Sacramentos de Jesús, preservados y custodiados en su Iglesia. Y como rezamos en la Plegaria para diversas circunstancias, “Jesús Camino hacia el Padre”: Haz que los fieles de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos a la luz de la fe y nos consagremos plenamente al servicio del Evangelio…”

Que María, Nuestra Madre del Si generoso, pronto y sin condiciones, nos ayude a renovar ese mismo si a cada uno de nosotros.

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