MONS. OLIVERA | El Diácono es para la Iglesia siempre el recuerdo y la alarma de lo que no podemos dejar de hacer, »acordarnos de servir a los más pobres«

25 mayo, 2025

MONS. OLIVERA | El Diácono es para la Iglesia siempre el recuerdo y la alarma de lo que no podemos dejar de hacer, »acordarnos de servir a los más pobres«, así lo pedía el Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de Seguridad al compartir la Homilía en la Santa Misa de ordenación Diaconal del Seminarista, Agustín Cañamero. Celebrada en la media mañana del sábado 24 de mayo, en la Solemnidad de María Auxiliadora, en la Iglesia Catedral Castrense, Stella Maris, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA).

Presidió la Santa Misa, Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de Seguridad, concelebraron, el Vicario General, Mons. Gustavo Acuña, el Rector del Seminario Diocesano, Padre Daniel Díaz Ramos, el Delegado Vocacional Región Centro y formador del Seminario, Padre Diego Pereyra, los Capellanes Mayores de Ejército Argentino, Padre Eduardo Castellanos, Armada Argentina, Padre Francisco Rostom Maderana, Fuerza Aérea Argentina, Padre César Tauro, de GNA, Padre Jorge Massut, de PNA, Padre Diego Tibaldo, de la PSA, Padre Rubén Bonacina. También, Capellanes de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad, participaron diáconos y fieles castrenses.

Luego de saludar a los presentes, Mons. Santiago decía en la Homilía, “para un Obispo siempre es motivo de mucha alegría poder celebrar una ordenación, en este caso la Ordenación Diaconal de Agustín. Alegría porque se extiende el ministerio recibido con un joven que hará presente a Jesús en el servicio. Hoy damos sinceras gracias a Dios porque de nuestra familia diocesana el Señor ha llamado a un hijo suyo para que sirva a esta familia castrense”.

Continuando, el Obispo, agregó, “a ellos queremos servir y acompañar en su camino vocacional de entrega sin límites, por amor a la Patria que se hace concreto por amor a cada uno de nosotros. Agustín es, sin duda parte de nuestra familia castrense, hijo de un hombre del Ejército Argentino y que desde chico pudo respirar en su familia el amor a Dios, el amor a la Patria, y el amor a la Virgen María, particularmente en esta Advocación de María Auxiliadora que hoy estamos celebrando”.

Completando, Mons. Olivera, señalaba, “(…) es una muy buena ocasión para dar gracias a Dios por la oración de tantos fieles que responden con fidelidad al pedido de Jesús: “Rueguen al Dueño del campo que envíe más operarios para la mies”.  Estoy convencido, estoy seguro de que nuestra vocación de todos nosotros es punto de partida la oración silenciosa y ofrecimientos de miembros de nuestras familias y pueblo de Dios.

Hemos escuchado en los Hechos de los Apóstoles lo que la Tradición confía a los primeros diáconos de la Iglesia, (…). Quieren responder a estos nuevos desafíos y para ello no eligen sólo a siete hombres como mano de obra, sino que eligen a hombres de fe, hombres piadosos, creyentes, llenos del Espíritu Santo para que atiendan a las que más sufren, (…)”.

En otro párrafo, Mons. Santiago nos explicaba, el Diácono es para la Iglesia siempre el recuerdo y la alarma de lo que no podemos dejar de hacer, “acordarnos de servir a los más pobres”, y sabemos de muchas pobrezas en nuestra realidad, de muchos sufrimientos e injusticias de los cuales no podemos hacernos los distraídos. La dedicación y el amor a los más pobres nos saca de nuestra propia comodidad. Servir y cuidar, este está siendo nuestro lema en el Camino Jubilar diocesano, podríamos decir que nuestra Iglesia Castrense es una Iglesia Diaconal, porque que nuestros fieles nos “cuidan y nos sirven” y nosotros sus ministros, queremos “cuidarlos y servirlos””.

Finalizando, el Obispo compartía, hoy para los que estamos ordenados se nos ofrece una nueva oportunidad para renovar este compromiso alegre y gozoso de entregarnos, porque el Señor nos miró con los ojos con amor y nos llamó. En esta particular vocación castrense también recibimos, un carisma propio para servir a las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad porque nuestra disponibilidad y entrega no tiene límite territorial ni tiempos, porque debemos estar dispuestos a servir a la Patria y a fuera de ella si la Patria y la Iglesia lo requieren.

Que María, en sus distintas advocaciones, que hablan de su corazón de Madre cercana, te auxilie siempre y todos renovemos la certeza de su cuidado tierno de Madre”.

Homilía.-

A continuación, compartimos en forma completa la Homilía de Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense y de las Fuerzas Federales de Seguridad:

Ordenación Diaconal del seminarista Agustín Cañamero

-24 de mayo, día de María Auxiliadora-

Todos sean bienvenidos, es una alegría poder compartir esta Eucaristía de ordenación, tantos sacerdotes, diáconos, religiosos, pueblo de Dios, seminaristas, la familia de Agustín. Celebrar una ordenación diaconal es sin duda un día de gracia para nuestra Iglesia universal y concretamente también para nuestra Iglesia Castrense.

Para un Obispo siempre es motivo de mucha alegría poder celebrar una ordenación, en este caso la Ordenación Diaconal de Agustín. Alegría porque se extiende el ministerio recibido con un joven que hará presente a Jesús en el servicio. Hoy damos sinceras gracias a Dios porque de nuestra familia diocesana el Señor ha llamado a un hijo suyo para que sirva a esta familia castrense. Una Iglesia particular, personal, en donde la realidad de la Diócesis se hace presente donde están los militares y los miembros de las Fuerzas Federales de Seguridad y también sus familias. A ellos y por ellos somos enviados. A ellos queremos servir y acompañar en su camino vocacional de entrega sin límites, por amor a la Patria que se hace concreto por amor a cada uno de nosotros. Agustín es, sin duda parte de nuestra familia castrense, hijo de un hombre del Ejército Argentino y que desde chico pudo respirar en su familia el amor a Dios, el amor a la Patria, y el amor a la Virgen María, particularmente en esta Advocación de María Auxiliadora que hoy estamos celebrando.

El Señor ha elegido a Agustín con exclusividad, lo ha llamado desde su realidad, desde su familia, desde su historia, para hacer, justamente en esta elección no algo para un propio orgullo ni un propio servicio, para estar como el que sirve, sino justamente, y este es el misterio, para hacer de su vida ofrenda, para hacer de su vida entrega, para hacer de su vida siempre postración y humildad, como vamos a ver en el rito de Consagración, para entregarse al servicio de Dios en el servicio a los hermanos. Agustín ha recorrido este camino con un sí generoso pero que, sabemos, debe renovarse cada día. El Señor sigue llamando, sigue tocando los corazones, sigue invitando; siempre, porque Dios siempre llama. Podrá haber tiempos más difíciles, pero nunca el Señor deja de llamar; por eso rezamos por las vocaciones; pero no para que Jesús llame con más fuerza o se acuerde, sino para que los jóvenes, chicos y chicas en este tiempo acallen otras voces y valientemente escuchen la voz del Señor y le digan: “aquí estoy, envíame” e inmediatamente puedan dejar todo para seguir sus pasos.

También hoy, como me gusta recordar en cada ordenación, que esta es una muy buena ocasión para dar gracias a Dios por la oración de tantos fieles que responden con fidelidad al pedido de Jesús: “Rueguen al Dueño del campo que envíe más operarios para la mies”.  Estoy convencido, estoy seguro de que nuestra vocación de todos nosotros es punto de partida la oración silenciosa y ofrecimientos de miembros de nuestras familias y pueblo de Dios.

Los que hemos sido llamados al ministerio hemos podido experimentar que no hay poder que pueda detenernos si el Señor toca el corazón y nos llama. Por eso damos gracias. Las vocaciones son respuesta del Dios providente y hay jóvenes le siguen respondiendo.

De esto estamos siendo testigos oculares.

Hemos escuchado en los Hechos de los Apóstoles lo que la Tradición confía a los primeros diáconos de la Iglesia, es decir, a estos hombres que eligen, para que le den de comer a las viudas de origen griego, pobres e indefensas. Quieren responder a estos nuevos desafíos y para ello no eligen sólo a siete hombres como mano de obra, sino que eligen a hombres de fe, hombres piadosos, creyentes, llenos del Espíritu Santo para que atiendan a las que más sufren, para que se hagan cargo en nombre de todos, pero que quede claro que, en la comunidad cristiana, desde el comienzo, no se pueden desentender de las necesidades de los más pobres o los que más sufren. Hay quejas, porque están desatendidas las viudas de los helenistas, es decir, de aquellos judíos que hablaban griego y entonces eligen a estos hombres para que las atiendan. Y esta será una verdad de siempre, un ministerio sobre el cual debemos volver una y otra vez. Debemos tener la capacidad, la hondura, una visión profunda y de largo alcance para descubrir lo que falta, cuando hay necesidad, cuando hay carencia, cuando hay dolor, cuando hay sufrimiento, cuando hay exclusión; porque es allí donde tiene que estar el diácono, ahí tiene que estar la Iglesia, que es diaconía. Ahí tiene que estar el ministro que es servidor.  El Diácono es para la Iglesia siempre el recuerdo y la alarma de lo que no podemos dejar de hacer, “acordarnos de servir a los más pobres”, y sabemos de muchas pobrezas en nuestra realidad, de muchos sufrimientos e injusticias de los cuales no podemos hacernos los distraídos. La dedicación y el amor a los más pobres nos saca de nuestra propia comodidad. Servir y cuidar, este está siendo nuestro lema en el Camino Jubilar diocesano, podríamos decir que nuestra Iglesia Castrense es una Iglesia Diaconal, porque que nuestros fieles nos “cuidan y nos sirven” y nosotros sus ministros, queremos “cuidarlos y servirlos”.

Cuidarlos será alertarlos y a la vez alentarlos para vivir el Evangelio. Para recordarles el modo de amor de Dios: “Él nos ama primero, siempre, y a todos”, sin exclusión, y como decía el Papa Francisco, “a todos, todos, todos” sin exclusión. El servicio de nuestras Fuerzas tanto Federales de Seguridad como de las Fuerzas Armadas, muchas veces para proteger a la comunidad y hacer cumplir la ley deben ejercer una enérgica autoridad, pero nunca olvidando el camino del respeto y dignidad de todo hombre y mujer. La violencia, ni la venganza pueden ser los caminos a transitar. La ley siempre, pero iluminada, sin duda por el respeto a los Derechos humanos más elementales.

La Caridad, signo constante de nuestro diaconado, se manifiesta en todo gesto de cercanía, con los que más necesitan con los excluidos con los que no cuentan para la sociedad. ¿A quiénes no debemos descuidar? ¿Quiénes en nuestro Obispado Castrense, en nuestra Diócesis están pidiendo y necesitando nuestra ayuda? Estas son preguntas que no podemos dejar de responder, de respondernos.

Como hemos escuchado en el relato de las Bodas de Caná, que la Iglesia propone en esta memoria de María Auxiliadora, ella auxilia, porque antes ha mirado con exquisitez solidaria, sencillez y prudencia lo que faltaba, y con certeza y confianza materna invitó a hacer lo que Jesús, su Hijo, diga.

¿Qué nos falta?, ¿qué falta en nuestra Patria?, ¿qué falta en nuestras familias? Estas preguntas deben encontrar respuesta valiente en nuestra Iglesia Castrense.  Para este desafío e invitación debemos ver y escuchar. El Papa León XIV nos ha dicho en estos días: “Les encomiendo dar la palabra a los pobres” recordando que estos son portadores de puntos de vista descartados, pero indispensables para ver el mundo con los ojos de Dios”, a muchos de nuestros hermanos se les ha quitado la palabra, durante mucho tiempo, muchos no pudieron y aún hoy no pueden hablar, y nosotros somos y debemos ser “voz” y “puente” que ayuden al encuentro y a la fraternidad, acogiendo a todos.

Jesús ha venido para todos y a sanarnos a todos, ya que todos tenemos necesidad del gran Médico que es, Él es quien nos salvó y salva de toda enfermedad y muerte.

Los Diáconos son el signo de la presencia de Jesús, que acompaña, sostiene y consuela. Allí donde hay dolor, el diácono en nombre de la Iglesia debe estar presente. Escuchar, consolar, acompañar y ser presencia de Jesús nos recordó a los Capellanes Castrenses y a los Obispos el Papa Francisco en su última Misa Jubilar presidida el 9 de febrero en Jubileo de las Fuerzas Armadas, Policiales y Cuerpos de Seguridad en la Plaza de San Pedro. Y hoy con motivo de esta ordenación, lo recordamos y renovamos este sagrado compromiso, escuchar, consolar, acompañar y ser presencia de Jesús.

Agustín, consagrado por la imposición de manos, practicada desde el tiempo de los Apóstoles, y estrechamente unidos al altar, cumplirás Agustín, en estos meses que separarán de tu ordenación sacerdotal, el ministerio de la caridad en nombre del obispo. Pero nunca debes olvidar, como ninguno de nosotros consagrados, que siempre somos Diáconos. Nuestra vida debe ser siempre diaconal. 

Tampoco debes olvidar que es desde la Eucaristía, cumbre y fuente de la vida cristiana que podrás amar y servir como Jesús quiere y nos pide. La Eucaristía nos mueve al amor social, esta realidad está llamada a ser vivida por el diácono. Desde el altar la caridad. Si bien esto es un llamado a todos, el Diacono lo está particularmente llamado por su propia ordenación. Con la ayuda de Dios deberás obrar de tal manera que te reconozcan como discípulo de Aquél que no vino a ser servido sino a servir.

A la vez como diácono te comprometes a rezar por la Iglesia y por todo el mundo. A prestar la voz a la Iglesia, a rezar por los que no tienen voz, a rezar por los que no rezan, a rezar por nosotros, a rezar por todos.  Pública y solemnemente hoy Agustín se compromete a tomar de esa oración preciosa, que es la oración de la Iglesia, la “liturgia de las horas” poniendo el sentimiento de ella antes que su propio sentimiento. Siempre tenemos que tener presente que la oración es parte fundamental, “columna vertebral” de nuestro ministerio. Serás con tu querida advocación de María Auxiliadora, instrumento de auxilio para todos y tantas necesidades que del pueblo que se te confía.  

Agustín, también te comprometes a vivir con un corazón no dividido, un corazón que ama a todos, que no ama sólo a algunos. Un corazón que sólo tiene la exclusividad del amor a Dios y desde el amor a Dios, el amor a todos. A algunos, los que el Señor quiere, llama para que amen a Dios con exclusividad primera y con todas las fuerzas y desde Dios amen a todos, el Señor elije. Aun experimentando alguna vez nuestra fragilidad, El Señor siempre da la gracia. A Agustín Dios lo ha llamado al diaconado y le ha dado el don, el carisma, la gracia del celibato. Por eso los formadores no sólo disciernen la vocación a un estado de vida, disciernen también si hay capacidad para tener un corazón totalmente entregado a Dios para vivir una vida célibe.

Hoy para los que estamos ordenados se nos ofrece una nueva oportunidad para renovar este compromiso alegre y gozoso de entregarnos, porque el Señor nos miró con los ojos con amor y nos llamó. En esta particular vocación castrense también recibimos, un carisma propio para servir a las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad porque nuestra disponibilidad y entrega no tiene límite territorial ni tiempos, porque debemos estar dispuestos a servir a la Patria y a fuera de ella si la Patria y la Iglesia lo requieren.

Estamos dispuestos a servir aquí o allá el tiempo que se requiera. Y esto es así porque los fieles que se nos confían nos modelan. Por tanto, sabemos que nuestra vocación castrense nos hace tener siempre la valija hecha, con carga bien ligera.

Que María, en sus distintas advocaciones, que hablan de su corazón de Madre cercana, te auxilie siempre y todos renovemos la certeza de su cuidado tierno de Madre.  Que así, sea.-

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